Sin necesidad de soplar su silbato negro, el agente de tránsito de la Policía de la Ciudad decreta el desvío. Levanta su antebrazo derecho y le muestra la palma a una hilera de vehículos consecutivamente adormecidos sobre la calle Gurruchaga. La música funcional que se salpica por los alrededores, los gazebos blancos y la redundancia multicolor argumentan la emboscada. Estamos en el barrio de Palermo, en la siesta de un fin de semana soleado: bienvenidxs a la semana oficial del orgullo en Buenos Aires. 

Cae un rayo de sol en el medio de la esquina de Gurruchaga y Costa Rica y en su explosión plástica se monta un arco iris enjaulado. Adentro, un Elvis Presley con patillas exageradas se pasa la tarde jugando a matrimoniar a transeúntes. Estamos ante una nueva ficción especulativa de una ciudad gay-friendly filmada por el gobierno. Ante una nueva fórmula de su economía selfie y emprendedurista. 

Al puñado de días comprendidos entre el 27 de octubre y el 3 de noviembre la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la ciudad lo decretó como la “Semana #OrgulloBA”. Desfiles, espectáculos, obras de teatro y lecturas fueron el marco de una grilla que nuevamente puso a la diversidad como coreografía discursiva de la propaganda política del PRO. “Buenos Aires celebra la diversidad” lee el eslogan, y en esa trampa referencial se delatan las intenciones territoriales. Ni en Boedo, ni en Lugano, tampoco en Flores ni en Barracas, ni siquiera en Caballito ni en Parque Patricios se colgaron banderines por encima del cableado público. 

La gesta desideologizada de estos días tuvo su foto de portada en el tramo de las calles aledañas a la plazoleta Julio Cortázar. Amparadas por el cotillón y los colores alusivos, las vidrieras de los comercios montaron sus adhesiones. El café y sus servilletas, las cervezas y los licuados corrieron la misma suerte. El cierre de todo fue un festival. Tuvo escenario y pantalla HD y se extendió durante gran parte del sábado 3 sobre la calle Gurruchaga, cúpula cool de las intenciones gay-friendly de esta primavera.

Una señora con gafas marrones firma el ticket de su tarjeta de débito después de haber pedido su cuenta en un café de la esquina de Armenia y Costa Rica. En esa interacción indaga con entusiasmo y adhesión el motivo de la escena arco iris. El encargado le regala un suvenir cuando le devuelve el DNI al mismo tiempo en el que le anuncia el sentido de este asueto homosexual. Y es que en los días previos se dieron encuentros pautados entre funcionarios y representantes comerciales de la zona, les repartieron calcomanías de corazones multicolores para que peguen en las puertas de sus locales y sentaron un pacto: la conformación de este circuito gay y comercial. La señora agradece el detalle y celebra la iniciativa gubernamental, pero pregunta con preocupación bien pensante sobre una probable irrupción de los aguafiestas, de los anti derechos. El encargado la escucha leyendo la coyuntura, le envuelve la porción de torta con capas de cada color y le devuelve tranquilidad haciéndole notar que es tierra segura, que se trata de un evento oficial, cubierto por el paraguas de la subvención estatal y corporativa.

Estamos en un circuito calles peatonales ajenas al movimiento sexual de transformación. En una postal fotogénica de un telón de guirnaldas, en un eslogan con código hashtag. Nos encontramos en esta parte de la ciudad de Buenos Aires, en este tiempo, en la misma semana en la que referentes de la clase política salieron con micrófonos a condenar a gritos a lxs migrantes, en la misma época en la que la XXVII Marcha del Orgullo LGTIQ se sumerge en una polémica, se fragmenta y se difunde una nueva convocatoria para otro acto, en otro día, en Plaza Mayo.

Se profundiza la tarde noche en Palermo. Un grupo de cuatro turistas agotan sus cargas con instantáneas ante cada esquina. Alguien les pintó sus cachetes con temperas. En el medio de la vereda improvisan un brindis con cervezas artesanales que cada uno amarra en vasos de plásticos y, bajando por la calle Costa Rica, siguen el paso grupal amplificado con la sintonía del jolgorio. Los globos de un local de sofás empiezan a desinflar sus tonalidades. En la vidriera dispusieron un sillón de un solo cuerpo, tapizado en multicolor. También encimaron almohadones, disponiendo así de una secuencia minuciosamente combinada. Cuesta 17,250 pesos, señala la empleada, en alusión a la bondad de la oferta por la fecha conmemorativa. Sigue la noche en Palermo, en el festival del orgullo cash de la ciudad, en la ejecución de esta estrategia de apropiación consumista de la diversidad, armada para una población visitante. Incluyendo a los almohadones en el combo y abonando en efectivo quizás se haga una atención, desliza la muchacha.

Así es cómo se inauguró el mes del orgullo en la ciudad de Buenos Aires; con una kermese pudiente y callejera, connotada por un sesgo de red social, mercantilizada y auspiciada por la gestión de Horacio Rodríguez Larreta. Esta fue solo la primera semana, la de la celebración oficial, en la que se montó durante horas un paisaje efímero y ficticio con la forma de un arco iris de mentira.