Oscuridad absoluta en el Unico. Segundos apenas faltan para que Roger Waters inicie el primer capítulo de su cuarta visita a la Argentina. La banda mapuche Puel Kona había cumplido su cometido, pero todos los oídos, las miradas y la ansiedad estaban puestas en él. La pantalla, enorme, muestra una mujer mirando el mar y los corazones parecen clavarse en un punto intermedio entre la nada y la eternidad. Antes que los primeros sonidos se activen (“Breathe” mediante) y los vuelva a su pulso, la alquimia visual onírica –propia del universo floydiano– está consumada. No hay vuelta atrás frente a esta telaraña sonora, visual, sensorial y espacial que ha generado un mundo singular, dentro de un marco formal que es la música de rock. La araña cósmica sigue tejiendo su trampa a través de una gema anterior a la inicial (la reverberante “One of these days”, de Meddle) y las cincuenta mil personas que tienen el privilegio de estar viéndolo se le entregan sin activar un solo antídoto. Fin resuelto. Una vez más Roger Waters, como una loca y recurrente parodia de aquel Pink que hechiza a las masas en The Wall, esconde al manojo de ánimas bajo su pulgar. Y empieza a desandar, de paso, el noveno capítulo de Us + Them, gira por Sudamérica que arrancó el 9 de octubre en San Pablo, Brasil, y concluye el sábado 24 de noviembre en Costa Rica. 

Apelando a su historia, entonces, el bajista y cantante concretaba anoche un nuevo encuentro con el público argentino, que ya lo vio repasar completo el material de Dark Side of The Moon en Vélez y hacer una imponente puesta de The Wall en River, pero nunca se había trasladado a la capital provincial para ver en vivo a una de las leyendas surgidas al calor del fin de los sesenta en Inglaterra. El problema con las leyendas, y con un material que encontró su primera versión en el soberbio envase de Pink Floyd, es que siempre se hace difícil estar a la altura. Por eso “Time” suena perfecto, pero imposible de reflejar su original. “The Great Gig in the Sky”, también, pero luce como clavada en el llano ante el vuelo espacial que le había imprimido la hermosa Clare Torry, cuando se le encargó vocear semejante melodía instrumental. Y así con los clásicos que, como para calmar la ansiedad del público que llenó el único, van apareciendo ya en la primera porción del show: la parafernalia modérnica de teclados y sintetizadores de “Welcome the Machine”, por caso, no alcanza a suplir la labor “cuasi artesanal” de Rick Wright. Al cierre de esta edición, Waters empezaba a transitar el material de Is This the Life We Really Want?, primer álbum solista tras doce años de silencio.