ESTRELLA

Pensaba en las mujeres festejadas por su belleza apabullante, en las femmes fatales. En las sirenas que cantan al oído de Ulises, en las chicas bien que se cansan de ser chicas bien y necesitan perder. En la pasión de los hombres poderosos de ver cristalizado su poder en viajes con mujeres esculturales. Pero sobre todo pensaba en las minas del tango, aquellas que habían dejado en la ruina a muchos hombres, incluso a ellas mismas. Mujeres sensibles que soñaban  con una vida mejor, que esperaban que sus hombres exitosos las salvaran y redimieran en el altar. Porque en la época del esplendor del tango la oficialización de una buena mujer solo se daba a través del casamiento. Recordé “Like a Rolling Stone”, de Dylan; la historia de la joven bien que se burla de todo y luego cae en desgracia.

Tenía imágenes del cine clásico argentino de los años ‘40, los vestidos, los peinados; y el proceder de Madame Ivonne o Mimi Pinzón, personajes de letras de tango, o la mismísima Mecha Ortiz en la pantalla grande. Me visitaba el Gran Celuloide. Tenía una progresión de acordes que me generaba una sensación de oscura luminosidad. Tenía una música beatle-tanguera y tenía la letra de un tango atravesado por el rock:

Los trajes de gala están en la sala,

Dormidos, cerrados, guardados, congelados.

Los viajes a las islas murieron para siempre,

Tan hermosa como siempre.

Pero el rouge ya no ríe

Y se burla, la reina del disfraz,

La estrella del sur...


CAMPANAS

Volvíamos en tren con Víctor de lo de Juanchi Baleiron. Estábamos grabando Ardimos, ese disco que tardó tres años en ver la luz y que puso en jaque mi economía y mi sistema nervioso. No tenía otro trabajo que las canciones y los shows. Todas mis esperanzas estaban depositadas en las canciones de ese disco, es decir nunca como esa vez mi futuro dependió tanto de un disco.

Subió un muchacho al tren. Era un paciente ambulatorio del Borda, esos a los que se le permite salir. Pedía dinero, cualquier tipo de ayuda. Mientras nos contaba su desdicha en un momento nos dice: “Para vivir tomo Halopidol”. 

Consumí Halopidol (es un antipsicótico) en épocas de excesos químicos. Recuerdo la fragilidad e inestabilidad a la que me expuse.

Esa tarde, aquel muchacho, aquel tren y sobre todo la frase “para vivir tomo Halopidol”, me sacudieron profundamente y me llevaron directo a “Campanas”. Vino todo junto: la melodía, la armonía, verso tras verso. La condición de excluido emocional y social edificó la canción. Me gustan todos los versos.