El 1 de setiembre de 1816, a las seis de la mañana, los rosarinos ven pasar por el río Paraná cinco buques del ejército porteño que se desplazan en medio del viento recio que trae la sudestada y sacude los cuerpos de los oficiales derrotados que, dispersos en la proa y la cubierta, emprenden el largo regreso a casa.

El comandante Tomás Bernal se rearma y entra al Rosario con 200 hombres y la recupera sin disparar un solo tiro. Lo primero que hace es ir al encuentro de Buchardo, el militar que se creía amo del Rosario, y lo toma prisionero mientras libera a veinticinco milicianos, habitantes de San Pedro, a los que obliga a volver al pago. Bernal extiende sus líneas hasta el arroyo Pavón y allí enfrenta al oficial porteño Faustino Sánchez y a su tropa, que cumple con la orden de Díaz Vélez de proteger la zona. Bernal con quince hombres ataca y persigue al militar hasta los Carrizales y vuelve a desaparecer. “Con la gente que tengo el honor de mandar –informa a Vera el comandante rosarino– pienso permanecer en este punto: el honrado vecindario clama porque no se le desampare y quede expuesto a los horrores que ha experimentado esta infeliz campaña… Creo que hasta aquí he cumplido con mi deber y con las órdenes impartidas. Tengo cubiertos los puntos principales del pueblo; toda la costa la tengo bien guardada; de abajo no hay sospecha que pueda venir fuerza ninguna a favor de los porteños; la campaña toda está conmovida a nuestro favor”.

Bernal escribe exultante que ha tomado preso también a Antonio Badal, dejado por Díaz Vélez como comandante de San Lorenzo, ha secuestrado correspondencia.

–- Nunca llegará ayuda desde el sur para los coroneles invasores, aquí hay vecinos héroes.

Andan las tropas, sin jefes, sueltas, con poco orden y disciplina, movilizadas en los alrededores del arroyo del Medio detrás del robo de ganado y el saqueo de casas; andan los soldados desertores, los traidores, los cobardes, los hambrientos y los ladrones asolando chacras desperdigadas en la amplia llanura del litoral y braman sus enemistades personales con nombre y apellido.

El coronel porteño Francisco Pico ha instalado su cuartel en San Nicolás y recibe el informe de dos espías que acaban de volver del Rosario. Mi coronel –larga uno de ellos–, en el Rosario tienen gran dificultad por falta de piedras de chispas… dicen que tienen trescientos hombres… debe ser contando las partidas que están afuera, en el cuartel que tienen en la plaza no vimos un fusil… a siete leguas del Rosario encontramos treinta hombres con armas arreando ganado de auxilio para los santafesinos, en las casas no se halla un hombre por haber sido general la citación para sitiar al ejército.

Pico y el coronel Bernardo San Martín proyectan cruzar el arroyo del Medio con sus milicias reunidas y tomar el Rosario. Bernal reúne a su tropa, se prepara para una nueva invasión pero paralelamente se encuentra con el comandante militar de San Nicolás, Cipriano Ceballos.

-- Lo invito al orden y a la armonía de nuestros pueblos –propone Bernal.

-- Accedería de buen gusto pero dependo del gobierno de Buenos Ayres –responde, cortés, Ceballos.

-- Yo lo ayudaré contra los facinerosos -insiste Bernal, y Ceballos, que se mantiene en silencio, le estrecha la mano a modo de despedida.

Bernal no piensa invadir San Nicolás ni el Pergamino. Le envía una carta al gobernador Vera con el texto de su renuncia como comandante militar del Rosario: “No conviene atacarlas por más que el desnaturalizado Díaz Vélez y el ambicioso Dorrego nos lleven a la reciente ruina en la provincia. Para ser útil a mi patria no necesito que se derrote a este vecindario, reducir a cenizas sus hogares. Traerá malas consecuencias si vienen más soldados. Será el principio que nos conducirá a un exterminio total de lo poco que queda por consumir, y su buen nombre, gobernador, adquirido por sus ideas liberales, y el mío se perderán, y los territorios serán talados y arruinados”.

Entrega la carta a su compadre Santiago Gallegos, quien se la lleva al gobernador: “El sabrá exponer lo que yo omito, él ha sido testigo ocular de mis operaciones, no dudo que usted se convencerá de que un rompimiento hecho por nosotros será injusto y criminal”.

 

* Fragmento del libro Desde el Rosario a publicarse en diciembre próximo.