Eugenio Scalfari certificó el regreso de un tema que parecía viejo y enterrado (o limitado al Bible Belt estadounidense, el área de los estados más retrógrados y aislados del mundo, aferrados a su fundamentalismo salvaje, que solo Bush consigue tomarse en serio, quizá con fines electorales): han vuelto las polémicas sobre el darwinismo y han estado a punto de afectar incluso a los proyectos de reforma de nuestra escuela, me refiero a la escuela italiana y católica.

Insisto sobre lo de católica porque el fundamentalismo cristiano nace en los ambientes protestantes y se caracteriza por la decisión de interpretar literalmente las Escrituras. Para que haya interpretación literal de las Escrituras, es necesario que puedan ser libremente interpretadas por el creyente y eso es típico del protestantismo. No debería existir un fundamentalismo católico porque, para los católicos, la interpretación de las Escrituras está medida por la Iglesia.

Ahora bien, ya en los tiempos de los padres de la Iglesia, y aun antes con Filón de Alejandría, se desarrolló una hermenéutica más blanda, como la de san Agustín, que estaba dispuesto a admitir que la Biblia a menudo hablaba mediante metáforas y alegorías, y por lo tanto puede suceder muy bien que los siete días de la creación hayan sido incluso siete milenios. Y la Iglesia ha aceptado fundamentalmente esta posición hermenéutica.

Nótese que una vez que se admite que los siete días de la creación son un relato poético que puede ser interpretado más allá de la letra, el Génesis parece darle la razón a Darwin: primero acontece una especie de big bang con la explosión de la luz, luego los planetas toman forma y en la Tierra se suceden grandes alteraciones geológicas (las tierras se separan de los mares), entonces aparece la vegetación, los frutos y las simientes; por último, las aguas comienzan a pulular de seres vivos (la vida empieza a surgir del agua), se levantan en vuelo los pájaros y sólo en ese momento aparecen los mamíferos (resulta imprecisa la posición genealógica de los reptiles, pero no se puede pretender demasiado del Génesis). Sólo al final y en el colmo de este proceso (también después de los grandes monos antropomorfos, me imagino) aparece el hombre. El hombre que -no lo olvidemos- no es creado de la nada sino del barro, es decir de materia anterior. Más evolucionista, pero sin excluir la presencia de un Creador, no se podría ser.