Estanque, libro de relatos autónomos pero engarzados como un collar tirante, se centra en un personaje femenino de mente poderosa, al que su narradora sigue en los ambiguos estados emocionales a los que se sumerge, con una sutileza y precisión extremas. Se trata del debut de la inglesa Claire- Louise Bennett. Publicado inicialmente en Irlanda a principios de 2015, fue nombrado Mejor Libro del Año por El semanario del editor y seleccionado para el Premio Internacional Dylan Thomas. El libro despertó a su alrededor un gran interés, de hecho la traducción al español a cargo de Laura Wittner, se suma a la realizada al francés, al noruego y al neerlandés, entre otros idiomas. 

Compuesto por veinte relatos breves, algunos brevísimos, Estanque da cuenta de la vida de una mujer que vive sola en una cabaña de piedra alejada de la ciudad, en la hermosa y verde costa irlandesa. Si bien hay vecinos y rutinas comunitarias que la involucran, ella ve y relata lo visto, desde su riguroso aislamiento mental. En una primera persona que no se abandona nunca, se va construyendo el perfil de este solitario y excéntrico personaje femenino. Pese a que lo dicho podría inducirnos a pensar el libro dentro de una serie de escrituras en las que lo femenino se asocia con los espacios interiores y domésticos, la mujer y la historia de Estanque son de una particularidad mayor. En el libro de Bennett no hay ninguna clase de costumbrismo, ni tampoco una abierta búsqueda de identificación por parte de un público femenino. No propone una escritura de ama de casa desesperada, sino una que podría tener lugar tanto en un hospital como una comisaría o incluso en una isla desierta, no importa, porque la que habla tiene la imperiosa voluntad de hacerlo y reflexionar locamente sobre lo que la rodea, casi como un automatismo o una compulsión. A través de monólogos intensos, obsesivos-compulsivos, por momentos exasperantes, este personaje narra pormenorizadamente el laboratorio de su supervivencia, los espacios que transita, los lugares, momentos, recuerdos y sensaciones donde rebota su racionalidad.  

En relatos que se llaman por ejemplo “Viaje en la oscuridad”, “A un dios desconocido”, “¡Oh, puré de tomate!” la narradora se detiene en asuntos casi ridículos y profundiza en ellos hasta niveles asombrosos. Como cuando confiesa que pocas veces se entusiasma con el sexo opuesto, salvo cuando está borracha: “No es solo confianza y sociabilidad lo que se busca durante estas vivaces sesiones de arteras libaciones, sino la estimulación de un equipamiento bastante más sofisticado”, tras lo cual lo describe a lo largo de varias páginas. O cuando en el relato titulado “Las perillas” cuenta el modo en que está afectándola el funcionamiento precario de su pequeño horno y la rotura de cada una de sus perillas que además no cuentan con repuestos en el país, porque su construcción data de otros y alejados tiempos. 

En la reseña del libro, The New Yorker consignó: “Al igual que Lydia Davis, Bennet toma un estado de animo estrechamente asociado a la locura y lo coloca en entornos que son totalmente mundanos”. Y no ha sido el único que relacionó la escritura de Bennet con el de la escritora norteamericana. Hay un aire de familia en la minuciosidad, la aparente falta de grandes anécdotas, el humor soterrado, la risa a boca cerrada, que trabajan ambas autoras. Incluso hay un rasgo particular en el personaje de este relato, el de tener un pasado universitario, que comparte con muchos de los seres de los cuentos de Davis. Pero en el caso de Bennet, esto no la lleva a un juego intertextual, un modo de dar curso al universo que vive la autora o un permiso para curiosos formalismos de lenguaje. Es un dato de color de este personaje, quizás un motivo que hace que ahora flote en su presente como una burbuja: “La inviabilidad de mi carrera académica adquirió finalmente una evidencia de carácter tan insidioso que un día salí de un comercio abriendo un paquete de cigarrillos y no fui a ningún lado durante media hora”.

Pero quizás la gran diferencia con Davis es que Bennet da un paso más hacia el lado del abismo. En los fragmentos finales del texto, como en un lago en el que de pronto no hacemos pie, ni sabemos hasta donde llegará su profundidad, la autora retira el principio de realidad. Y no es una metáfora. Hay una criatura abajo del agua, un monstruo de la laguna (o de un estanque) en el anteúltimo relato, que el personaje instala y nada se ocupa de aclarar, ni volver verosímil. “Para ser franca, en los últimos tiempos he estado muy disociada de mi entorno inmediato”, confiesa en un momento del texto esta extraña mujer absorta en una cabaña de piedra. 

Y quizás haya ahí alguna clave de lectura. En una época en que es casi inevitable la conexión con el mundo y la comunicación de la intimidad pareciera ser permanente ¿cómo se lleva adelante esa utopía de vida solitaria en la naturaleza al estilo Walden de Henry David Thoreau? ¿Qué sucede en esa soledad?  ¿Y qué ocurriría si escucháramos su voz hasta el fondo, hasta el lugar donde nace y se emite, separada de todo lo demás? La experiencia de entrar en contacto con sus repercusiones existenciales es una de las pruebas que se realiza en Estanque. Su resultado es bello y perturbador. Como se dice en uno de estos textos: “Un sonido que no me molesta escuchar accidentalmente, al pasar, pero que provocaría una especie de demencia periférica si se le prestara atención de manera estacionaria durante mucho tiempo”. 

Algo de eso ocurre con la lectura de este libro.

Estanque, Claire-Louise Bennett, Eterna Cadencia, 156 páginas