“Hacé algunas obras de arte para animales. Y hacelos sonreír”. Tal es la breve “obra de arte como conjunto de instrucciones” del artista conceptual japonés Shimabuku que Claudia del Río “interpretó” en colaboración con el maestro alfarero y escultor Rubén Winkler. Así se produjeron los cuencos de terracota que se encuentran en el Patio de los Cipreses del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río). El domingo pasado, en una breve pausa de la lluvia, se hallaban repletos de agua fresca, que los pájaros bebían; si bien no sonreían, la vivacidad de sus saltitos parecía indicar que estaban muy contentos. “¿Son parte de la exposición?”. “Los cuencos sí, no el agua”, respondió la encargada de la mesa de entradas, emitiendo un koan zen.

El párrafo anterior es una breve instantánea de la edición rosarina de Do it, la mutable exposición colectiva itinerante que lleva dos décadas recorriendo el mundo y ya estuvo el año pasado en otra versión muy distinta en el espacio 220, de Córdoba capital. La idea central del proyecto -que tiene entre sus precursores a la idea de arte como juego de Marcel Duchamp, a las acciones del grupo Fluxus y al libro de poemas-instrucciones Grapefruit) de la artista conceptual japonesa Yoko Ono- surgió de una charla de café. Estaba una noche de 1993 quien luego sería el creador y ocupadísimo curador de la muestra, Hans Ulrich Obrist, con dos amigos artistas en un café parisino, charlando sobre la analogía entre el arte por instrucciones y la “interpretación” (en el sentido del músico que interpreta una partitura), como medio de dotar al arte del poder del azar. Y ahí surgió la idea de un conjunto de instrucciones para hacer obras de arte que pudiera ser “interpretado” por infinitos artistas.

“Acelga. La película”, de Hugo Cava.

Los autores de las “instrucciones”, compiladas en un libro, poseen prestigio internacional. Entre ellos, el argentino que nunca falta es Jorge Macchi. Haber visto las dos ediciones nacionales de Do it da cuenta de lo diversas que pueden ser sus materializaciones. Lo que hizo en Córdoba la performer Cuqui a partir de la Receta de pencas de acelga al gratin, de la cineasta Agnés Varda, fue variar la receta. Lo que hizo en Rosario el artista y docente Hugo Cava fue seguirla inicialmente al pie de la letra en una serie de acciones que al expandirse atravesaron diversos espacios: su casa, una huerta comunitaria en barrio La Tablada, una instalación parcialmente efímera en la sala misma de exposición, y las redes sociales. El registro del proceso fue compilado por él en un video amablemente humorístico. Acelga. La película reúne escenas domésticas con amigos, en una parodia del cine nouvelle vague que Varda representa. También documenta una iniciativa ecológica social. Ya desde el título, con una saludable humildad, Cava parece no tomarse en serio.

En una escena de Acelga, aparece Andrea Ostera arrasando con lo que queda en la fuente Pyrex. Artista conceptual de la fotografía y docente (al igual que Cava) en la Escuela Musto, Ostera cuenta que cuando los curadores de la edición local de Do it, Romina Castiñeira y Leandro Comba, la convocaron a participar, ella propuso dos colaboraciones, una con el diseñador Pablo Cosgaya y otra con alumnos y docentes del Taller de Fotografía de La Musto: “La obra con los mustianos tal vez pase desapercibida en la muestra. Es una pieza de audio que armé a partir de los textos  que me enviaron los alumnos. Cada uno de ellos debía traducir una imagen de Fischli & Weiss a un set de instrucciones. Cut & paste loco, el resultado fue un par de poemas, hermosamente leídos por una de las chicas del taller”. Los poemas-instrucciones pueden escucharse con auriculares en la muestra y también en el blog de la fotógrafa. La imagen del dúo Fischli & Weiss, un cartel con el texto Do it, fue traducida a formas puras por el dúo Ostera y Cosgaya en la que sin duda es la pieza más pregnante y quizás la más bella de toda la exposición.

En contraste con la espectacularidad, audacia y colorido de la edición cordobesa, prevalecen en Rosario las materialidades povera, las intervenciones site-specific, cierta literalidad en las “interpretaciones” o bien una confianza infundada en que el pacato público local hará las acciones sugeridas, sin miedo al ridículo.

Son precisamente tres artistas cordobeses, Lucas Di Pasquale, Soledad Sánchez Goldar y Lucía von Sprecher, quienes aportan lo más sustancioso artísticamente: el primero, una serie de dibujos que ponen en cuestión la noción de autoría; la segunda, una acción tan simple y repetitiva como las que caracterizan su obra, en una performance cuyos registros y huellas ella anuda en un poético libro de artista; la tercera, una video performance cuya angustia de encierro parece resonar en otra impactante pieza de un rosarino, Lisandro Arévalo, quien incursiona en el bio-arte, ¿o necro-arte?

Párrafo aparte merece una breve reflexión sobre las implicancias geopolíticas de un centro que da recetas a la periferia, en una fantasía de horizontalidad global que no es más que una utopía.