Rosarino por adopción, había nacido en Gualeguaychú, Juan Álvarez, abogado, juez e historiador, representante liberal/conservador de la región, supo integrar un efímero “gabinete fantasma”  a espaldas de las multitudes convocadas el 17 de octubre de 1945. Una historia acallada en el relato oficial; la del hombre que no le valió la inocencia.

Cuenta Manuel Gálvez en Recuerdos de la vida literaria, que el padre del autor de Historia de Rosario, Don Serafín Álvarez era español,  famoso en la península por haber fundado una religión. Menéndez y Pelayo le dedica unas líneas en los Heterodoxos, además detalla: “se dio el título de bishop y bautizó a su mujer, a sus hijos y a las sirvientas. Acaso esto explique el liberalismo anticlerical de su hijo. Juan Álvarez era muy alto, algo encorvado, de aspecto mitad funerario, mitad desabrido. Facciones inmóviles. Extremada lentitud en el andar y en moverse. Ingenio y talento. Lástima que el gran escritor que había en él se dejara ahogar por la profesión de abogado. Acaso le faltó ambiente propicio para las letras, y el Rosario de entonces poco lo era”.

Locuaz, a pesar del hilo de voz y el carácter introvertido, Juan gustaba conversar sobre su paso por las islas del Pacífico Sur, empleado de un banco en la capital de Nueva Zelandia- donde aprendió maorí-, luego en Tahití; lugar del que surge la siguiente anécdota que Gálvez aduce en su libro: “Como los maoríes le preguntaban dónde quedaba su país, Álvarez les explicó. Les habló de la redondez de la tierra, y de cómo giraba alrededor del sol. Acabada la larga explicación, uno de los nativos le preguntó:

-- Y ustedes ¿tendrán siempre la cabeza caliente? ¿Les dolerá?

-- ¿Por qué? -se asombró Álvarez.

-- Y… Porque estarán muy cerca del sol”.

De larga trayectoria en la justicia local y nacional, fue Procurador General de la Nación entre los años 1935 y 1947. Es en ese período, más precisamente el 13 de octubre del año 1945, cuando el Presidente de facto Edelmiro Farrell le propone el cargo de Ministro Plenipotenciario. La aceptación del mismo le demandó cuatro días, los mismos que engendraron la mayor movilización conocida hasta entonces en el país. Pero mejor que lo cuente el comprovinciano Gálvez: “¿Cómo ese hombre sencillo, de fino espíritu, sin interés por la política, sin vanidades, aceptó formar ministerio en 1945, en los días que estuvo preso el entonces coronel Perón? Formó un ministerio de conservadores oligarcas, convencido de que eran apolíticos. No gobernaron ni un solo día. ¡Qué papelón hizo el pobre Álvarez!”.