No se trata de una cuestión esotérica; algunos podrán tildarnos de maniqueos. El asunto es que nos irrita; indigna y conmueve la emergencia o mejor dicho el rebrote neofascista y neonazi en diversas latitudes. No se trata solo de un epifenómeno del capitalismo. Es decir que nuestra lucha y nuestra brega no deben agotarse en el antifascismo sino orientarse a la impugnación integral del sistema del capital mercancía.

La democracia liberal suele amparar al nazismo y el fascismo, y hasta lo considera inocuo. Tal la resolución de un tribunal electoral alemán que acaba de legalizar un partido nazi; muchos de cuyos miembros asesinaron inmigrantes. El líder de Alternativa para Alemania calificó al monumento a las víctimas del genocidio nazi en Berlín como "monumento a la vergüenza". Para este sujeto la vergüenza consiste en evocar esas muertes. No es un exabrupto; explicita una convicción negacionista de la barbarie exterminadora como la de algunos funcionarios que banalizan el genocidio perpetrado en España por nazis, fascistas y falangistas con Franco a la cabeza y en Latinoamérica Pinochet, Videla, Massera, Bussi, Camps, Galtieri y compañía; y Ríos Mont en Guatemala.

Como si fuera poco, en Grecia, Amanecer Dorado avanza en el parlamento. En Francia, Marine Le Pen asoma ascendente y varios gobiernos de Europa del Este aplican a quienes buscan refugio de las guerras de Africa y Oriente Medio métodos concentracionarios. Cabe preguntarse, como lo hace G. Agambem, si las sociedades no se están acercando a transformarse en universos con una mayoría de Homo Sacer con nulas vidas. Es decir, meros entes manipulables y o exterminables sin más. Como decía Albert Camus, la peste puede retornar en cualquier momento. Completando, recordamos a Manuel Vicent cuando afirmaba que los fascistas no siempre aparecen a redoble de tambor, sino mediante las acciones de burócratas ejecutores con siluetas de ratas grises. Por nuestra parte, ojos muy abiertos y orejas atentas al latir de lo social en toda latitud.

 

Carlos A. Solero