Escribo entre dos mujeres (Madreselva, 2018), el primer libro de María Inés La Greca, nos propone un ejercicio escritural en el que la autora despliega, a través de una serie de ensayos teórico-biográficos, una “voz de seda, de mujer, suave, pero capaz de parecer nudo y moño”. Una “voz femenina”, dirá la autora, capaz de tensionar el canon viril de la filosofía, así como su androcéntrico imaginario. Porque la que escribe aquí estas teorías auto–reflexivas, estos pliegues teórico-bio-narrativos, es una filósofa –así con a–. Y como sabemos, la de “la filósofa” es una figura poco difundida en el imaginario cultural y disciplinar de la filosofía, allí donde abundan varones cayéndose en pozos, escribiendo junto al fuego, o habitando torres de cristal, pero donde no parece haber muchas mujeres filosofando, tortas escribiendo teoría, o travestis dando cátedra, por mencionar solo algunas de las fantasías filosóficas que unx podría añorar. Podríamos decir entonces, parafraseando al misógino Federico Nietzsche, que una filosofía que osa colocarse entre dos mujeres es, en esta misma inscripción, una filosofía in-disciplinada, desviada del canon en el que sólo parece haber lugar para filósofos varones (y no cualquier varón, desde ya).

Encontrar en una disciplina como la filosofía una “voz femenina” no es una tarea fácil y, aun así, es una tarea urgente. Y esta urgencia se encarna en la escritura de La Greca: “Es la voz que aparece en una escritura del cuerpo…   voz de un cuerpo femenino…   que era obvia pero que termina de luchar con el fantasma de que ser ‘autor’ es masculino. ‘Autor-izada’, la voz que ahora aparece, en un cuerpo de mujer, ya sin colita de pelo, deshaciendo entre ese antes y este ahora, el nudo-moño del don de la voz propia.” Esta voz propia, de filósofa, de mujer, acusa la herida y la necesidad de la urgencia, esa que también nos provoca la vida y la muerte, esa que mueve la pluma incisiva de María Inés: “Escribo entre dos mujeres porque mi impulso de escritura volvió, retornó, entre dos mujeres importantes de mi vida: Lupe, que nace y trae toda otra experiencia de sororidad asimétrica, de “ti-idad”, de intimidad de traducción entre un lenguaje incorporado-dominado y uno que aún no es. Y la abuela Susana, que empezó a irse y terminó de irse en septiembre de hace algunos años.”

Entre la viva de Lupe, la sobrina adorada de la filósofa, y la muerte de la querida abuela–escritora que parte, entre estas y tantas otras figuraciones femeninas, se escabulle la lengua filosófica de La Greca. Y así, también, rehúye a cierto modo academicista e inmunizado de pensar la escritura y la labor del pensamiento. La apuesta aquí es contundente: María Inés nos invita a que “hablemos como filósofas, escritoras, docentes, feministas de que nuestra práctica vale la pena como práctica que arriesga, como invitación que no sabe si será aceptada, que se da, como don y riesgo de afirmar que hay modos de la interlocución, modos de hacer filosofía, de escribirla, de enseñarla, que todavía valen la pena, que son necesarios”. Entre la vida personal y la académica, entre la buena alumna y la profesora crítica, entre la ti–idad y la vida profesional, entre el afecto y la eroticidad, La Greca tensa el modo habitual del filosofar, y hace del pensamiento ocasión de encuentro, y de la precariedad, fortaleza: “La interlocución es finita, interrumpida, imposible de sostener en permanencia continua. La piel se sutura y se hiere, se vuelve a suturar y sangra otra vez la herida. Porque volver imaginariamente a través de la sutura interlocutada de los cuerpos a un útero imposible solo se puede por un momento… y en la férrea disección que el tiempo nos impone sabemos que no podemos olvidar lo que hemos aprendido: que se vive ex-útero, ex-origen, en la ex-sistencia, solipsistamenteyectos, añorando la carne común que somos, que solo por momentos se restablece en la sutura de una garganta a un oído, de unos dedos a unos ojos. Abismo, cuerpo, sutura y tiempo, en la experiencia de la interlocución profunda”

Y es esta apuesta por la “interlocución profunda”, por esa “modalidad de estar en el mundo” que hace de la precariedad compartida y de las múltiples relaciones de transformación entre nosotrxs su tarea y horizonte, lo que hace que las experiencias narradas por la filósofa sean –a la vez– clave individual y colectiva de (psico/filo)análisis. Con una pluma difícil de encasillar en la literatura filosófica académica, pero ciertamente cercana a las múltiples y mixturas escrituras del yo en clave teórica, María Inés vuelve lo personal, colectivo, los modos de habitar el mundo, políticos, y la escritura, territorio de conmoción.