El origen, claro, es un concurso de cuentos. Lo organizaba la Asociación Bancaria de Mar del Plata, los jurados éramos Carlos María Domínguez y yo, y difería de otros concursos en que solo podían participar los bancarios marplatenses y sus familias. Recuerdo el desesperado intercambio de llamadas entre Carlos y yo: la fecha de premiación se acercaba y no dábamos con un cuento mínimamente aceptable. Al fin encontramos uno –uno solo–. Viajamos a Mar del Plata y nos presentamos en la ceremonia. 

A simple vista, el salón de actos parecía demasiado amplio para lo modesto del acontecimiento. Pero no. Una vez ubicados en el escenario, vimos con alguna sorpresa que estaba entrando una multitud. Pensé que, ante semejante concurrencia, no podíamos limitarnos al acto cortito que habíamos planeado; propuse (y a Carlos y a la organizadora les pareció atinado), que una vez anunciado el primer premio invitáramos al autor a que lo leyera. Y lo leyó. De la realidad no voy a agregar más, salvo que, todavía en el escenario, Carlos y yo nos dijimos en voz muy baja que, si salíamos ilesos, esto daba para un cuento. No sé si él al fin lo escribió. El mío es este.