Fue algo fortuito, imprevisto, según ellos mismos cuentan, lo que terminó de dar forma al trío El Astillero, suerte de seleccionado montevideano que abarca tres generaciones de cantautores decididos a capturar sin pretensiones ni nostalgias el color original de las canciones de su ciudad. Todo comenzó cuando Diego Presa (voz al frente del grupo Buceo Invisible desde hace veinte años) llamó a Garo Arakelian (compositor y guitarrista de La Trampa, una de las bandas de rock más populares de lo últimos treinta años en el Uruguay) y a Gonzalo Deniz (más conocido por su seudónimo de Franny Glass) para preparar juntos un show: una sola presentación con canciones de sus respectivos repertorios interpretadas en conjunto. 

Entre bromas y cervezas, las cortesías iniciales de aquella primera reunión dieron lugar rápidamente hacia la confianza que nace del intuir a un par, más allá de edades y diferencias, y enseguida aparecieron las posibilidades discutidas a fondo y una idea motora: aprovechar las variantes creativas de limitarse a una austera interpretación en voces y tres guitarras acústicas, recuperando el núcleo más primitivo de las canciones de su tierra y adoptando en los arreglos diferentes géneros sin ser demasiado fiel a ninguno. El show salió mejor de lo esperado, tanto que –rápidos de reflejos, apenas el trío bajó del escenario– la gente del sello Bizarro (que cuenta en su catálogo con bandas y artistas como Buenos Muchachos, Jaime Roos o La Hermana Menor) les propuso registrarlo en un disco que terminaron grabando en una sola toma con público en el estudio: Sesiones (2016) terminó siendo un éxito que mereció sendos Graffiti –premio equivalente al Gardel– a Mejores Compositores del Año y a Mejor Canción del Año, por su reversión de “El amor anda suelto”, que originalmente había aparecido en el disco Planes (2014) de Franny Glass. 

Ya para entonces estaba claro que había en el trío algo más que la suma de sus integrantes, y un poco por capturar el aura de aquel Montevideo fundacional de las novelas de Onetti y un poco por esos barcos que se construyen sin saber en qué puertos anclarán o en qué mares naufragarán, decidieron llamarse El Astillero y comenzar de nuevo: así fue como cobró vida Cruzar la noche, el recién editado primer disco del trío con composiciones originales. Doce piezas escritas, intrepretadas y producidas a través del caos creativo en comunión de tres tipos dispuestos a vaciarse y revivir en una canción.

“Para bien o para mal tendré que hacerme cargo, pero creo que llamarlos terminó siendo una buena idea”, ríe Presa frente a la idea de que todo lo que sucedió es de alguna manera su culpa. Y al momento de explicar las razones por las que pensó en Arakelian y Deniz para el proyecto, comenta: “Compartíamos algunas líneas estéticas, pero sobre todo me gustaba cierto encare ético, una forma de pararse que los dos tienen frente a lo que significa una canción, una manera de entender al oficio por fuera de facilismos o complacencias. Desde el primer momento me pareció que podía haber una buena comunicación, y de hecho la hubo. Claro que con muchas discusiones, para cada decisión había argumentos muy claros para arriba y para abajo. Pero eso está buenísimo, a los tres nos gustó mucho trabajar así”.

El éxito de su disco debut los llevó a realizar presentaciones a lo largo de todo el territorio uruguayo, lo cual despertó en ellos las ganas de crear algo original que pudieran mostrarle a un público que no necesariamente era el que los seguía en sus carreras por separado: “Algo que nos planteamos ni bien salió Sesiones fue hacer algo nuevo, no era una opción seguir grabando las canciones que traíamos de antes”, cuenta Deniz. “No fue fácil, porque los tres hacemos un trabajo muy minucioso sobre las canciones, y al menos en mi caso me cuesta mucho mostrar cosas incompletas, entonces implicó una confianza y una entrega hacia el trabajo de los otros que en mi caso era inédita, y creo que para ellos también. Pero quedamos muy conformes con cómo salieron las canciones. Y ahora con este disco, donde tenemos por primera vez un repertorio original de la banda, se cierra el círculo de darle independencia al trío más allá de nuestras carreras solistas”.

Entre todos los trabajos previos de los integrantes del trío, el debut solista de Arakelián –Un mundo sin gloria (2012), firmado como Garo– asoma como punto de referencia clave para orientarse en la búsqueda tras la que va la música de El Astillero, que entre todas sus influencias lleva como norte de su bitácora la poética a su vez lírica y despojada de las obras de los montevideanos Eduardo Darnauchans, Gastón “Dino” Ciarlo y Fernando Cabrera. “Todo esto fue un obsequio, algo de verdad enriquecedor”, cuenta Garo. Y acostumbrado a esquivar cualquier lugar común que pudiera mezclarse en su discurso, enseguida agrega: “Cuando uno dice eso de ‘enriquecedor’ quizás alguien piense que lo es en el sentido de los textos, lo musical... No. El valor de esa palabra está en darte cuenta que a Gonzalo, que es el más joven, hay cosas que no le pesan, tiene una libertad más propia de su generación sin tantas culpas ni palabras que son como anclas morales. En Diego ya hay una generación de transición, y yo cargo con demasiadas cosas”, asegura Garo, que agrega que el resultado de esa creación colectiva para él fue algo tremendamente liberador. “Porque cuando estás discutiendo tus ideas o mostrando algo que hiciste vas totalmente vulnerable, te retorcés de la vergüenza con algunas cosas, pero acá se dio de manera fenomenal. Buscamos tener un grupo de canciones que vibren en presente, que mires tu contexto y sientas que el disco está parado ahí. No queremos el idilio romántico de un mundo que no estamos viviendo, tipo Sarah Kay. Queremos que esté todo ahí, las alegrías, los miedos y las incertidumbres también”. Doblando la apuesta, como siempre, Garo afirma que les gusta la idea de un Uruguay antiguo donde no existía el rock ni el pop. Y que les gusta también que El Astillero sea sólo eso: tres cantores con su voz, sus guitarras y su canción.