Desde Londres

Con la aprobación de la Unión Europea del acuerdo de Retirada del Reino Unido, la pelota pasa al campo británico: todo se decidirá en las próximas semanas en el parlamento. Si los diputados aprueban el acuerdo, el 29 de marzo el Reino Unido dejará de pertenecer a la Unión Europea y entrará en un período de transición en el que deberá negociar qué tipo de relación futura tendrá con el bloque europeo. Si lo rechazan, se abren todo tipo de opciones que incluyen la caída de Theresa May. PaginaI12 en Londres analiza las preguntas básicas en torno a esta etapa decisiva del Brexit. 

–La más obvia es: ¿va a aprobar el Parlamento el acuerdo?

–La futurología es un negocio incierto, pero todo parece indicar que no. El gobierno necesita 318 votos para ganar. Como perdió su mayoría parlamentaria en las elecciones de 2017, ha gobernado gracias a una alianza con el reaccionario DUP, los unionistas de Irlanda del Norte. Con esos 10 diputados, suma 322. Pero el DUP ha criticado duramente el acuerdo porque opina que Irlanda del Norte corre el riesgo de terminar regida por las reglas de la Unión Europea para evitar una frontera física con la República de Irlanda (miembro de la UE), algo que implicaría una separación de facto de Inglaterra, Escocia y Gales, los otros países del Reino Unido. A estos votos hay que sumarle el campo del Brexit duro. Nucleados en torno al European Research Group, el cálculo es que unos 80 diputados conservadores votarán en contra, a los que se agregan los descontentos que desean un Brexit suave que mantenga el máximo grado de relación posible con la UE. El gobierno había especulado con contar con los votos de la oposición laborista, pero en ningún momento tejió una alianza con el partido de Jeremy Corbyn que ahora se plantó en una posición de rechazo al acuerdo. 

–No parece que May tenga muchas chances de ganar la votación.

–No, pero la política está hecha de sorpresas. La primera ministra está recorriendo el país y los medios para convencer a la población por encima de la cabeza de los legisladores de que el acuerdo es el mejor posible. Entre los legisladores tiene una doble apuesta por la vía del miedo. A los que quieren el Brexit, les dice que este acuerdo es el Brexit posible: si no lo votan corren el riesgo de que el Reino Unido termine en la Unión Europea vía un segundo referendo. Con los que están en contra de la salida de la Unión Europea, el argumento de la primera ministra es que las opciones son este acuerdo o la nada de una partida de la UE que termine con el Reino Unido sin tratado con el bloque europeo, regido, por lo tanto, por las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Si sucediera esto, habría un impacto inmediato sobre la producción, el consumo y la inflación porque se dispararían los aranceles en muchos rubros, desde autopartes de coches hasta alimentos. El problema es que casi nadie apoya con entusiasmo el acuerdo al que llegó May. Ahí curiosamente los partidarios del Brexit duro y suave coinciden, aunque desde perspectivas diferentes. El punto en común es que el Reino Unido seguirá siendo parte de la Unión Aduanera y el mercado común europeo, pero sin voz ni voto durante el período de transición que, en teoría, debería acabar en diciembre de 2020, pero que, en la práctica, podría extenderse más allá, con lo cual el Reino Unido estaría durante mucho tiempo en una tierra de nadie. 

–Es decir que el Parlamento está entre la espada y la pared, ¿o acepta el acuerdo de May o se queda en el medio del desierto? 

–La opción por default si May pierde la votación parecería ser la del no acuerdo con la UE. Pero muchos diputados están comprometidos a evitar que prevalezca esa opción por default. Lo podrían lograr a través de enmiendas parlamentarias que impidan que el Reino Unido pueda salir de la UE sin un acuerdo. 

–¿Es posible entonces que el Parlamento rechace el acuerdo, pero también la opción de salir de la UE sin tener un acuerdo al respecto?  

–En este momento el campo de lo posible es muy amplio, totalmente expuesto a golpes de azar, incluyendo que diputados terminen con un resultado que no querían al votar. En todo caso, si el parlamento rechaza el acuerdo y también rechaza la salida compulsiva de la UE sin acuerdo, se abriría lo que muchos describen anticipadamente como crisis constitucional. En principio, las opciones serían una elección general o un segundo referendo. La presión para que el gobierno renuncie en caso de que pierda la votación sería muy intensa. Si no lo hace, el parlamento podría proponer un voto de censura. En este caso el gobierno caería automáticamente si dos terceras partes de la Cámara votan en contra, algo improbable dada la actual aritmética parlamentaria. Sin embargo, si hay mayoría simple a favor de la moción de censura, obligaría a May a conseguir una nueva mayoría parlamentaria en alianza con otros grupos. Si no lo consigue en 14 días, se convocaría a una nueva elección general. Existe una opción más. Que la misma May convoque a nuevas elecciones generales con la esperanza de que los británicos respalden el acuerdo que el parlamento no apoyó.

–Así las cosas, ¿no sería más fácil convocar a un segundo referendo? 

–Es una posibilidad que viene ganando terreno y que recibió un fuerte respaldo con la manifestación de unas 700 mil personas en Londres a fines de octubre. Hay un fuerte argumento político en contra. Si hubo una consulta popular en junio de 2016 con un resultado ajustado, pero claro, ¿por qué tener un nuevo referendo? Esto dejaría a buena parte del electorado con la sensación de haber sido estafado. A corto plazo, sin embargo, el problema más grave es el tiempo. Una segunda consulta popular requeriría la aprobación de una nueva ley. En 2015 el debate parlamentario duró siete meses hasta que hubo consenso sobre la legislación que regiría el referendo de 2016 que terminó con la decisión de salir de la UE. El parlamento podría copiar la ley aprobada entonces, pero igual tendría que debatirla en la Cámara de los Comunes y la de los Lores. La pregunta que se pondría al electorado será tema de intenso debate. Una ex ministra de May, Justine Greening, propuso que haya tres opciones: el acuerdo de May, seguir en la Unión Europea o abandonarla sin ningún acuerdo. Si la propuesta tiene su lógica, tiene también los problemas prácticos que plantea una consulta que vaya más allá del sí o el no: si el voto es parejo para las tres opciones, podía darse que gane una que tenga solo el 34% de los votos, algo que le robaría legitimidad al proceso. Si a esto se le agrega que la Comisión Electoral recomienda que haya un plazo de seis meses entre la aprobación de la ley y el referendo, se ve que el tiempo, es un obstáculo casi insalvable porque la fecha de salida del Reino Unido es el 29 de marzo. ¿Qué pasa si los británicos eligen en el referendo quedarse en la UE, pero como lo votan después de esa fecha, están legalmente fuera del bloque? Para evitar esta opción Kafkiana, habría que solicitar a la UE que extendiera la fecha de salida, algo que requeriría el voto unánime de sus 27 miembros. Como se ve, en todo este laberinto, no hay sendero que no se bifurque.