"El proyecto rosarino que hay que defender es el arte contemporáneo", aseguró Marcela Römer, ex directora del Museo Castagnino+Macro, en un tramo inédito de una entrevista para Rosario/12 hace una semana. Sin embargo, opinó: "Las producciones contemporáneas están en un grado de debilidad conceptual muy grande. El espectador te insulta. En el mundo, desde hace unos diez años, en congresos internacionales, todos hablan de eso. A las nuevas generaciones les está costando indagar las problemáticas del arte en lo formal. Les está costando meterse más en el pozo ciego. Las producciones contemporáneas son débiles. El museo negro de Mariana Telleria fue muy interesante para que cualquier persona de la calle se plantease cosas relacionadas con el mundo del arte y el patrimonio arquitectónico municipal, pese a la agresividad en las redes", recordó Römer, agregando que "mostrar la colección contemporánea requería un poco de explicación" y destacando en ese sentido el trabajo pedagógico y curatorial del curador (y artista) Leandro Comba, "que es una pieza fundamental en el Macro (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario)".

Leandro Comba fue el curador de una muestra colectiva con el premonitorio título de Ampliación (en la nota relacionada se explica por qué fue premonitorio) que incluía Las noches de los días (2014), la intervención en la cual Mariana Telleria ennegreció literalmente la fachada del Castagnino con el expreso fin de otorgarle invisibilidad nocturna e incrementar, paradójicamente, su visibilidad diurna.

"La generación de Mariana piensa así", comentó Römer, dividida entre los mandatos de atraer público y mostrar un arte que puede chocar con el gusto de quienes sostienen al Castagnino+Macro con sus impuestos municipales. "Pocos saben que el Estado sustenta ese museo en un 85, 90 por ciento. Desde la performance de Dudu Quintanilla en el Macro (una de las obras premiadas del LXV Salón Nacional de 2011), Horacio Ríos (anterior secretario de Cultura) le puso el pechito argentino a las propuestas contemporáneas, al riesgo", recapituló.

Del actual secretario de Cultura, Guillermo Ríos, Römer resaltó su apuesta por Rapsodia inconclusa, la exposición de Nicola Costantino en el Macro en 2016: "Se trabajó muy bien esa muestra, hubo capitales privados, hubo acuerdo entre privados y públicos. Guillermo apostó, le puso más dinero, más prensa; fue un éxito. Nicola logró hablar de Eva Perón en un momento político problemático del país", sintetizó.

Cuando esta cronista utilizó la red social Facebook para pedir opiniones sobre el arte contemporáneo, la casilla de mensajes privados resultó bastante silenciosa excepto por un par de conversaciones, pero las preguntas del muro recibieron una avalancha instantánea de respuestas: reflexiones, definiciones, amables ironías y hasta bibliografía. La misma velocidad de reflejos, en otros contextos, ha expresado un malestar. ¿Qué será lo que molesta tanto? Un museo pintado de negro para ser invisible de noche es una idea que sabotea, felizmente o no, cualquier expectativa de que en la obra haya un significado aguardando ser interpretado. El sentido es literal, denotativo: las connotaciones, las alegorías, ya no cuentan. Los psicoanalistas lacanianos parecen ser quienes mejor entienden esto de que ahí no hay nada que entender. Escribe Marie‑Hélène Brousse que "allí donde la función significante crea un vacío, el arte se presenta organizando ese vacío a partir de un objeto". ("Una sublimación a riesgo del psicoanálisis"). Entonces, no se trataría de dar respuesta al vacío de la significación llenándolo mediante una interpretación.

De hecho, a la idea de la obra de arte como un texto a descifrar nos acostumbró el conceptualismo, un estilo del último tercio del siglo veinte que en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario se inculca desde 1984. La endeblez conceptual y formal que denuncia Römer, formada en esa institución, podría deberse (es un hipótesis) a que el conceptualismo está agotado pero los artistas no encuentran la salida, mucho menos el camino de regreso (¿habría que buscarlo?) a la belleza inefable. "Un arte contemporáneo, sí, pero, ¿contemporáneo de qué?", se preguntaba el filósofo y arquitecto Paul Virilio en su ensayo Un arte despiadado. Y se respondía en otro ensayo, El procedimiento silencio: "contemporáneo de la crisis del sentido, contemporáneo de los perjuicios del progreso tecnocientífico... contemporáneo de la revolución informática".