Una caravana humana que partió de Honduras se extiende varios kilómetros. Son miles de migrantes latinoamericanos que cruzaron Honduras, Guatemala y México. Una parte de la caravana acaba de alcanzar la frontera entre México y Estados Unidos. Fueron varios éxodos. El primer empezó el 13 de octubre. Más de mil hondureños partieron desde San Pedro Sula, una de las ciudades más violentas del mundo. Cruzaron Guatemala rumbo a Chiapas, México. La segunda caravana fue de otras mil personas y partió desde Esquipulas, Guatemala, el 21 de octubre. Y otros tres grandes grupos salieron desde El Salvador los días posteriores. Fueron confluyendo en distintos puntos del territorio centroamericano y hoy se habla de una caravana de unas siete mil personas. Algunos se movilizaron con la idea de pedir asilo en México como refugiados. Para otros, el objetivo es llegar a Estados Unidos, donde las posibilidades son mucho más inciertas por las políticas migratorias feroces del país del norte y porque Donald Trump, desde el inicio el éxodo, no ha parado de remarcar que no serán bienvenidos: amenazó vía Twitter con cortar la ayuda económica a Honduras, El Salvador y Guatemala si no impedían que sus ciudadanos entren a Estados Unidos. También dijo que militarizaría la frontera con México y acusó a la caravana de estar infiltrada con miembros de Estado Islámico.

Si bien el objetivo original era migrar en grupo para enfrentar en banda las adversidades del viaje, a su paso por Guatemala la caravana se fue desgajando. Los migrantes se fueron reorganizando en pequeños grupos que se acercaban o distanciaban según sus posibilidades económicas y físicas: los que tenían plata podían tomar colectivos o hasta contratar transporte privado. Los más desventajados hacían dedo o caminaban enormes trayectos. Una larga espera en Tecún Umán, frontera guatemalteca, provocó que de nuevo se congregaran miles, y que la caravana volviera a avanzar en bloque hacia México a través del río Suchiate. 

Según la organización Save the childen, 1 de cada 4 integrantes de la caravana son niños, niñas y adolescentes. Duermen a la intemperie, están expuestos a ser detenidos y deportados por las autoridades a cada minuto. Después de sortear hambre, cansancio, sed, enfermedades, en México encontraron el primer obstáculo institucional: es el primer país donde necesitaban documentación para transitar. Existe un acuerdo migratorio entre Guatemala, El Salvador y Honduras para circular, pero México está fuera del trato.

Hacia fines de octubre, el secretario de Relaciones Exteriores de México informó que podían ingresar al país, siempre y cuando tuvieran visa, la cual debían tramitar desde Honduras. Entonces, la avanzada de la caravana –unas tres mil personas, incluidas mujeres y niños– rompió el cerco en la frontera de Guatemala para caminar rumbo a Tapachula, Chiapas, por el puente internacional. Allí, fueron bloqueados por la policía. Ante esto, los migrantes se agruparon en filas para ingresar ordenadamente y solicitar asilo. Otros cruzaron caminando o nadando por el río Suchiate. Unas mil setecientas personas a esta altura del viaje pidieron asilo en México. El resto del grupo, después de recorrer Chiapas, Oxaca y Ciudad de México, llegó a Guanajuato entre el 11 y 12 de noviembre; para después partir rumbo a Guadalajara (Estado de Jalisco) donde se instalaron en el Auditorio Benito Juárez. 

El 12 de noviembre un primer grupo de 75 personas llegó Tijuana, la mayoría integrantes de la comunidad LGBT. Lo siguió otro de 350, el 13 de noviembre. Ambos grupos se habían adelantado al contingente principal. El gobierno de Jalisco dispuso buses para los miembros del grueso de la caravana, quienes fueron llevados a Tijuana (Baja California) el 16 de noviembre. El domingo pasado Trump cumplió su promesa y disparó gases lacrimógenos y balas de goma contra la caravana, en la frontera de Nueva California. Sólo por un rato, unas mil quinientas personas estuvieron más cerca que nunca de su sueño americano. El operativo militar desplegado en la frontera entre México y Estados Unidos llegó incluso a cerrar el paso en Tijuana para autos y peatones.

Llegada esta instancia, quienes no quieran o puedan contratar un coyote para que los cruce ilegalmente –por una suma que alcanza los 12 mil dólares–, tendrán que barajar la opción de pedir asilo. Tanto quienes quieran solicitarlo en México con estatus de refugiados como quienes vayan a intentarlo en Estados Unidos deberán probar que son víctimas de persecución, ya sea por motivos raciales, religiosos, políticos o la pertenencia a algún grupo vulnerable. Entre los grupos vulnerables con más posibilidades de conseguirlo están aquellos perseguidos por su identidad, lo que otorga alguna esperanza a los migrantes lgbti.