Peluquera de barrio devenida súper académica con doce mil inscriptos en su cátedra; o aspirante a monja de clausura devenida exploradora sexual visible y multiorgásmica. O nómade también, en transición del pensamiento al arte, teórica devenida actriz, mujer golpeada devenida el puto insaciable con que la definió el periodista Alejandro Modarelli (identidad a la que adscribe, orgullosa). A sus 79 años, Esther Díaz es ahora también la protagonista de un documental que se llama Mujer nómade y narra la historia de su convulsionada vida, en la que no faltó ni la tragedia, ni la liberación, ni el éxito, ni las drogas, ni el posporno: “Un día le hablé a mi profesor de gimnasia del posporno: que se trata de devenir sujeto de deseo, mujer nómade –dice Esther–. Entonces me dijo: acá está el nombre de la película. Me siento identificada porque viste todo lo que he devenido en mi vida, y ha sido sacándome códigos morales de encima. A Roger Koza le llamó la atención que siendo yo así, con esta forma de pensar, sea académica, doctora en filosofía, profesora regular. Pero para un origen como el mío, en el que no me dejaron estudiar porque era mujer, la trasgresión era la academia. Mi padre decía: esta es la que me va a traer al doctorcito. Y yo pensaba: Yo quiero ser el doctorcito. A los once, con mi primera menstruación, tomé conciencia del poder de los tipos y quise ser hombre. Aprendí a hacer el nudo de la corbata, me ponía camisa y usaba la bicicleta de hombre de mi papá. Ni se me ocurría la posibilidad de operarme, por supuesto, ni tampoco llegué a tener deseo como para eso, pero quería serlo por la libertad. Creo que encontré la manera de devenir libre aún siendo mujer.

–En la película decís que a los cincuenta te quisiste coger no solo a los que te gustaban, sino a todos…

–Cuando pregunté la edad de mi abuelita y me dijeron cincuenta, la vi como una vieja decrépita. Yo no quería cumplirlos. Estuve dos años diciendo que tenía cuarenta y nueve y no me daba cuenta que mentía, tuve que sacar la cuenta con un calendario. Además tenía problemas con mis hijos, mi hija estaba reventada por las drogas. Era demasiado y me pareció que la salida era el reviente, me di con todo y estuve al borde del suicidio. Es con el relato de esa escena con lo que empieza la película. Que un hombre me presentara a su novia lo tomaba como una ofensa, me pasó esa locura, quería que todos fueran para mí.

–A la luz de esta época, ¿aquello no sería también un deseo de eliminar la posesividad, la monogamia?

–¡Ay, qué lindo! Eso sería fantástico, pero era muy contradictorio, porque yo no soportaba que ellos estuvieran con otras. Hace pocos años dejé de sentirme agredida cuando un compañero de trabajo me presentaba a su esposa. Filosóficamente lo leo como una resistencia a la prohibición del sexo. Llegué virgen al matrimonio, incluso hice una experiencia de ser monja de clausura. A los diecisiete, podíamos tener novio y pintarnos, pero no nos dejaban usar pantalones. Cuando venía mi novio a casa, mirá vos lo que me decía la perversa de mi mamá: podés dejar que tu novio te bese en la boca y te toque las tetas. Eso lo cumplía a pie juntillas, pero estábamos los dos súper calientes y en una oportunidad me pidió que le tocara el pene sobre la ropa, simplemente eso. Y cuando me ve mi mamá me da dos cachetadas y me empieza a insultar por lo que había hecho. Lo sabía porque estaba escondida espiándonos detrás de una madera. Escuchaba lo que hacíamos. Él fue el tipo del que después estuvo enamorada. Una vez nos dejó dar una vuelta manzana y cuando volvimos me metió la mano por debajo de la pollera para ver si tenía puesta la bombacha.  A los pocos meses de morir mi hija, cuando mi mamá tenía 99 -ahora tiene 102-, me confesó que había sido una hipócrita y me dijo: A mí me gustaba Guillermo, tu marido. Y finalmente anduvimos.  Yo empecé a disfrutar de mi sexualidad en la vejez, al revés de todo el mundo, después de una vida de represión. 

–¿Y esa liberación llegó de la mano de la filosofía?

–Varias cosas, primero fue el psicoanálisis. Cuando me quise meter a monja se estaba por dar el Concilio Vaticano Segundo, que fue una revolución. Hubo muchos conventos que empezaron a llamar psicoanalistas para ver si las personas tenían verdadera vocación o lo hacían para zafar de otras cosas. Fue en los 60. Una época increíble. Para mí fue una gran desilusión.  Yo me escapé al convento para poder estudiar y me di cuenta que ellas reproducían el sistema y el maltrato de la peor manera, se odiaban entre sí. Para ingresar me mandaron al clínico y al psicoanalista. Yo no tenía la más puta idea de qué era eso. Cuando decidí ser monja dejé de menstruar y cuando fui a una sesión me volvió a venir. Era requete virgen y anoréxica, no comía por hacer sacrificios.

–¿Qué sacrificios?

–Una noche me flagelaba la espalda cuando todos dormían. Otra noche me quedaba rezando con los brazos cruz, llegaba un momento en que no los podía sostener más. 

–¿Alguna vez practicaste BDSM?

–No. Solo en la fantasía. En la realidad, solo tener juguetes sexuales. Mirá que Foucault, mi maestro sí. Alejandro Modarelli dice en una nota que a Foucault le hubiese gustado esta película. Otra de las cosas que hizo a mi liberación sexual fue que a mis cuarenta mi hijo me regaló dos porros. Coger con marihuana no es lo mismo. Hoy día no lo necesitaría, pero para soltar amarras fue maravilloso. Después de los 50 aprendí a ser multiorgásmica. Cuando empecé a coger con pendejos me empezó a gustar la sexualidad. Una chica rusa dijo sobre Mujer nómade: en esa película hay una trampa porque realmente el que aparece como chongo es Esther, que también es hombre. Yo me siento totalmente cómoda en los lugares queer, porque tengo una sexualidad diferente. 

–El director, Martín Farina, te propone hacer una película que demuestre como en vos se hace carne la filosofía. Es equivalente a decir que lo personal es político…

–Tal cual. Lo que pasa es que él no es activista y yo soy una teórica, más bien me encontré con el feminismo sin buscarlo. A fines de los 90, escribí un libro donde utilicé las categorías de Foucault para estudiar las realidades de Buenos Aires, desde Américo Vespucio hasta la burguesía que nos bajó línea, la generación del 80. Y ahí me encontré con que las consignas que nos transmitieron mis padres, las inventó la burguesía para dominar mejor a quienes trabajaban para ellos, entre ellos estaba mi papá. Ahí vi la falsedad, a lo mejor con las mejores intenciones. Yo empecé a hacer mi secundario a los 26, criando a mis hijos, haciéndome cargo de ellos hasta que murieron (en realidad, Gustavo se emancipó antes). Cuando me recibí era la época de la Triple A. Volví a mi doctorado a los 44, con la democracia. Antes del año escribí mi primer libro. Ahora estoy por sacar un libro más…

–¿Una biografía?

–Se va a llamar: Filósofa punk, una memoria. Sigo siendo punk ideológicamente, ya no me disfrazo como lo hacía de joven. Pero Patti Smith es una de las madres del punk y tampoco se disfraza. El asunto es tenerlo en una. Sufrí mucho porque yo para levantarme pendejos iba a Cemento y dejé de ir cuando me empezaron a reconocer, a decir “profesora”.

Mujer nómade se proyectará este domingo, y el 21 y 28 de diciembre en el Malba.