En Ulm, Alemania, 1966, señalando un diseño de círculos y líneas aparece la imagen de Tomás Maldonado, nombrado director de la HfG (Hochschule für Gestaltung) en 1956. La HfG había sido fundada en 1951 por el arquitecto y escultor suizo Max Bill, quien veía a esa escuela como continuidad de la Bauhaus (cuyo aporte es esencial en el diseño industrial), sin embargo, apenas unos años después, surgieron los debates acerca de los métodos y programas de enseñanza. Sin dejar de reconocer su legado, varios profesores sostenían la necesidad de no seguir en la órbita de la Bauhaus y optar por incrementar la formación teórica. Entre ellos, el argentino Tomás Maldonado, que, sin soslayar el aspecto estético, buscaba incorporar el conocimiento científico y el estudio de la semiología, como apoyo para destacar las varias dimensiones que concurren en el diseño de un objeto útil para la vida cotidiana. Había ya expuesto esta postura en su programático discurso durante la Expo 58 en Bruselas. La transformación estructural de la producción industrial en masa requería una redefinición de la identidad profesional del diseñador industrial. Maldonado fue uno de los primeros en reconocer este cambio de paradigma y formuló nuevos criterios para un estudio disciplinar específico en la HfG Ulm.

Para entonces, Tomás Maldonado, nacido en Buenos Aires en 1922, había recorrido un camino como pintor, diseñador y teórico. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y se pronunció con otros artistas contra la tendencia dominante en las artes plásticas reacia a innovaciones. En los años de juventud tuvo contacto con intelectuales y artistas que habían sido partícipes de los movimientos de vanguardia. Tal vez esto incidió para que se rebelara contra el dominante conservadurismo político y artístico de los años cuarenta, y en 1944 participara con Gyula Kosice, Edgar Bailey, Rhod Rothfuss y Carmelo Arden Quin en la revista Arturo que sólo tuvo un número, pero en contraste, un  gran impulso crítico en sus tomas de posición y en su definición del invencionismo. Allí Maldonado, Tomás, expone imágenes, su hermano Edgar Maldonado Bayley (que optó por el apellido materno) presenta sus iniciales poemas, hay reconocimiento al chileno creacionista Vicente Huidobro, ilustraciones del gran uruguayo Torres García y mucha fuerza manifestante contraria al realismo, el expresionismo y el simbolismo para significar con la palabra “invención” la configuración de un hecho artístico que soslayara tanto una banal “imitación” de la realidad como una poesía confesional o espiritualista y poner el acento en los materiales concretos, desechar la reduplicación de la realidad para en cambio explorarla y mostrarla en sus complejas aristas y ecuaciones. Arte Concreto-Invención postulaba un arte de rigurosa observancia no figurativa que se proyectara a la sociedad.

En 1946 Tomás Maldonado fue activo miembro del grupo Arte Concreto-Invención que iba a dividirse poco después cuando surgieron dos espacios: Arte Concreto-Invención, que respondía a Tomás Maldonado, y Arte Madí (materialismo dialéctico), integrado por Gyula Kosice, Martín Blaszco, Rhod Rothfuss y Carmelo Arden Quinn. También en 1946,  y en simultáneo con la aparición del Manifiesto Madí, el abogado, crítico y poeta Juan Jacobo Bajarlía (al que Bayley llamaba “bajarlita”) los reconoció como  vanguardia netamente argentina. Medio siglo después, cuando se publicó la obra completa de Edgar Bayley post mortem, Tomás Maldonado estaba entre quienes la presentaron, y allí los asistentes tuvieron ocasión de ver la reedición de una polémica que retrotraía a los viejos tiempos y entredichos cuando Carmelo Arden Quin, al escuchar la disertación de Bajarlía, lo llamó ¡en voz bien alta! “mentiroso”. La mayor parte del público no comprendió esa escena ni el retiro airado de Quin y otros mientras Bajarlía seguía leyendo sin prisa ni pausa su presentación y Tomás Maldonado, en traje de verano y expresión adusta de senador romano, dejó que el episodio se diluyera. Habló sí de su hermano, fraternalmente, valga la redundancia, se le mezclaba el castellano con el italiano. Nada casual, ya hacía unos cuarenta años que se había trasladado a Milán, el lugar donde esta semana terminó su vida longeva, a los 96 años.

Decía Maldonado en “Problemas actuales de la Comunicación”, publicado en nueva visión: revista de la cultura visual. Artes, arquitectura, diseño industrial, tipografía, 1953: “hoy, contrariamente a lo que ha ocurrido en otras épocas, la realidad trascendente es menos ardua y abrupta que la realidad cotidiana, el sueño que la vigilia. No obstante, admitir que lo imaginario, en sus formas más extremas e individuales, es la contrapartida de lo comunicativo, no implica desconocer de ningún modo la extraordinaria significación de lo imaginario para la vida humana y su enriquecimiento. Lo imaginario, ha advertido André Breton, glosando a Hegel y Marx es lo que tiende a ser real. Pero también la idea de cotidiano merece a esta altura una aclaración. Cuando decimos que la comunicación debe nacer y ejercerse en lo cotidiano y a su servicio, no nos referimos a lo cotidiano tal como lo entienden algunos sectores de la sociedad actual, para quienes lo cotidiano se identifica con su propia indigencia moral, con su sordidez y trivialidad.”

Ese “hoy” de hace más de medio siglo puede ser “hoy” de ahora, en tiempos de indigencia moral, sordidez y trivialidad.