En la década de 1940 escribir a máquina ochenta palabras por minuto era una garantía para conseguir un empleo administrativo, una ocupación prometedora y respetable. Por entonces, la dactilografía al tacto -el uso de los diez dedos de las manos sin mirar el teclado- era una actividad desempeñada casi exclusivamente por mujeres, aunque los varones también la dominaron. Pero, para ellas, era el pasaporte para transitar una carrera laboral y llegar a convertirse en secretaria.

¿Qué hacía una secretaria? Sus manos no sólo mecanografiaban los dictados escritos en taquigrafía sino que también decoraban con flores el escritorio, atendían el teléfono, recibían y hacían pasar a quienes se entrevistaban con su jefe, en definitiva, su cuerpo y su tiempo eran la gestión entre lo planificado por el directivo y el resultado final. La dactilógrafa y la secretaria fueron posiciones feminizadas porque las destrezas que allí se aplicaron fueron consideradas como naturales de la condición femenina. Una dactilógrafa podía enfrentar el tedio diario de la vorágine de las trascripciones inacabables porque monótono e interminable era el ritmo de lo doméstico. Una secretaria podía poner orden en la oficina porque lo mismo hacía en su hogar. Así como el trabajo doméstico ha sido históricamente invisibilizado, el trabajo administrativo ha corrido una suerte parecida. Tanto uno como otro son imprescindibles, pero ninguno se reconoce como tal.

Entre 1910 y 1950, la finalización de la escuela primaria, certeza de la alfabetización, y la realización de un curso de dactilografía –Academias Pitman brilló en este aprendizaje– permitieron a las jóvenes de las clases trabajadoras distinguirse en el mercado laboral: fueron las “campeonas de velocidad” y “las triunfadoras modernas”. La capacitación comercial les otorgó una respetabilidad que no siempre acompañó a otras ocupaciones. Ganaron salarios menores que los varones y la carrera laboral finalizó en puestos intermedios muy alejados de las máximas jerarquías. Tan cierto que nos demuestra que las mujeres siempre trabajaron y nos invitan a pensar sobre la importancia de valorizar las tareas sociales presentadas como auxiliares. Si los mecanismos de inequidad esculpieron profundas continuidades en las sociedades capitalistas, las mujeres empujaron por su inclusión social. A su manera, aquellas “campeonas” apostaron al “vivas, libres, desendeudadas y con trabajo nos queremos” que hoy agita la marea feminista.

Graciela Queirolo: Historiadora especializada en género y trabajo y autora de Mujeres en las oficinas: trabajo género y clase en el sector administrativo (Buenos Aires, 1910-1950), Editorial Biblos, 2018.