“Un tiro en la cabeza, como Bolsonaro, como en Brasil”, grita fuera de sí un peatón a dos agentes que tienen reducidos en el piso a dos ladrones. Entre sirenas y con el tránsito cortado, este espectador fuera de sí, filma con su teléfono, grita, rodea a uno de los delincuentes que tiene la cara contra el suelo, pide por su fusilamiento a raíz de un robo menor en el Microcentro. “¡Aguante la policía!”, arenga a los uniformados el mismo hombre. “¡Entréguenlos a la gente que los reventamos acá!”, lo anima otro más expeditivo.

“Como en Brasil, esos sí que no perdonan vidas”, acota el testigo con ansias de venganza por mano propia y sabe muy bien de lo que habla: la gobernadora de la provincia de Buenos Aires y la diputada de Cambiemos fueron dos de las voces amigas que en los últimos días habían expresado sus reparos con respecto al protocolo de la ministra Patricia Bullrich que amplía y flexibiliza el uso de armas de fuego. La doctrina -que este transeúnte ha podido decodificar muy bien- que autoriza a las fuerzas de seguridad a disparar por la espalda, sin dar voz de alto, ante la sola sospecha de que el delincuente tenga un arma es por donde se la mira vía libre para el gatillo fácil, y aplicada a la escena del Microcentro, la legalización pena de muerte encubierta para los ladrones de celular.