En el verano de 2015, Horacio Vargas comenzó a escribir un libro. El tema: historias poco conocidas de "la aldea" que era Rosario antes de ser ciudad. Iban a ser dos páginas sobre el olvidado incendio del Rosario en enero de 1819 y terminaron siendo 172, con bibliografía y fotos de documentos históricos, publicadas por la editorial Homo Sapiens bajo el título Desde el Rosario y con el subtítulo La mejor crónica histórica sobre Rosario, a 200 años de haber sido incendiada.

No es un libro de historia, advierte el autor. "Eso ya lo hicieron Juan Álvarez y Fausto Hernández", reconoce. "No ficción" es la batea donde él sugiere situar esta crónica sobre hechos del pasado que interpela y engancha a sus lectores como si se tratara de las noticias de hoy. La primera novedad es que, ya desde el título, el autor propone una perspectiva, un punto de vista, un lugar otro desde donde contar la historia argentina y que no es la capital del país.

Biógrafo de Fito Páez y del Negro Fontanarrosa, co fundador y jefe de redacción de Rosario/12 y productor musical cuya oreja sintoniza con fina nitidez el jazz del litoral, Horacio Vargas toma partido. No es un relator frío y distante sino que pinta a los personajes de su relato en vívidos colores que reponen el espesor de las pasiones que (conjeturamos) animaban sus acciones. Segunda novedad: las desteñidas láminas de próceres pasan de 2D a 3D y expresan broncas y rencores, jactancias o burlas, ambiciones o lealtades. Se cansan, tienen calor, tienen sed, huyen, o bien se obstinan. Son de este mundo. Son de acá.

En la presentación del libro su autor mencionó a Operación masacre, de Rodolfo Walsh, aunque el recurso de hacer hablar a ciertos protagonistas en primera persona y en el lenguaje de su época (preciso y verosímil gracias a la amplitud de cartas consultadas) hace pensar además en dos antecedentes literarios: La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera, y el "Poema conjetural" de Borges, escritos ambos a la sombra de La guerra gaucha de Lugones y el fundacional Facundo de Sarmiento; respecto del cual Desde el Rosario se sitúa en la vereda opuesta (lo mismo que ante el poema de Borges).

El cronista se vale con aguerrido oficio no solo de la investigación periodística en pos del dato fidedigno sino además de recursos literarios que animan a los personajes: descripciones que los retratan de cuerpo entero, narraciones llenas de ritmo, opiniones sobre sus aciertos y errores, diálogos donde toman la palabra y cobran voz. Lejos del bronce y del óleo, descendidos de sus pedestales, los hombres y mujeres que hicieron la historia de esta región reviven con el pulso del cine y la novela gráfica, que es el que con gusto pueden seguir y comprender los lectores actuales. La "gran historia" de las batallas y los acuerdos revela su absurda violencia mientras que la "pequeña historia", la de los parentescos en la intimidad doméstica, demuestra su poder sutil tras bambalinas.

"La historia", dice para siempre Walter Benjamin en una de sus frases más citadas, "es una construcción cuyo punto de partida es el presente". De allí parte este viaje, de un anacronismo que parece al comienzo un paso en falso, asociando libremente en torno a una idea de "la virgen" que poco tiene de sagrado. Pronto se nos informará que la imagen religiosa de la Virgen del Rosario que dio nombre a la ciudad fue robada a los indios. Mientras tanto, un Juan de Garay que confiaba ciegamente en que le serían sumisos muere asesinado por ellos en el paraje que por esto mismo se llamaría La Matanza, actual Arroyo Seco. El cronista y pulpero Pedro Tuella tomará más adelante la palabra para aseverar la existencia de Francisco de Godoy, que siglos después tuvo avenida a su nombre y la perdió. Les guste o no a los poetas rosarinos, Tuella fue el primero de ellos como autor de unas Décimas rimadas cuyo objetivo era reunir dinero para construir la capilla, actual catedral. El poema se cita completo en el libro.

Quienes se quejan de que en esta ciudad no pasa nada deberían leer las ricas páginas que dedica Vargas a narrar la guerra civil (1815 a 1820). Cinco años en que "el Rosario" quedó en medio de una cruz: Santa Fe y sus gobernadores provinciales federales en el norte, Buenos Aires mandándole tropas invasoras en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde el sur, Artigas presionando desde la Banda Oriental, las huestes libertadoras marchando a unirse con los porteños desde el oeste, y las "montoneras" de Estanislao López atacando por sorpresa en montón desde los montes, desde todos lados.

Pasó mucho, y poco de bueno, y no se nos ahorran detalles. Si el relato del incendio perpetrado por orden de Balcarce conmueve como si la devastación hubiera sucedido esta madrugada (véase al final del libro la lista completa de damnificados), el del desenlace de la batalla de Cepeda inspira ganas de salir a festejar la victoria de López enarbolando la bandera tricolor de la Federación. ¿Qué son casi doscientos años de delay, si veinte (como dice el tango) no es nada?