Mientras muerde sus uñas pintadas de azul oscuro, Selm pide comida judía usando el castellano que le sale. Más tarde, apura un café, busca complicidad con su novia y habla un poco en holandés y otro poco en inglés. Unta un pan con puré de garbanzos y, sin más, lanza una declaración de principios: “Soy una trans perezosa”. Selm Wenselaers protagoniza Genderbende, un documental sobre género fluido y nuevas sexualidades recientemente proyectado acá en el Festival de Arte Queer, al que Selm viajó con apoyo de la embajada de los Países Bajos. Una persona de género fluido no se identifica con una sola identidad de género sino que circula entre varias. De hecho, se manifiesta como transición entre masculino y femenino y como neutralidad.

La de Selm es una de las historias pioneras del género fluido o genderqueer, como también se le conoce. Nació en Holanda, es hincha del Ajax, su actividad principal es la dramaturgia en teatros de Holanda y Bélgica, y es master en Historia por la Universidad de Amberes. Asimismo, tripea por el mundo, investiga para algunos museos y realiza documentales. En resumidas cuentas, tiene una vida activa, interesante. Y en el revoleo de su intimidad, se sonroja y dispara: “La mía es una larga, larga historia”. Bebe el último sorbo de café, acomoda su culo en la silla y coloca un espejo imaginario sobre su rostro. Definitivamente, en su primera verdad, Selm no es lo que los demás querían que sea.

Ahora mismo, en este reconocido café del barrio de Villa Crespo, a estas 5 de la tarde de algún viernes de diciembre, Selm tiene 35 años. “Hace 10 años no estaba al tanto de lo que era el género fluido; era una persona diferente pero no lo tenía incorporado”, relata. Por entonces, en su revolución y en el tendal de sus decisiones, flotaban las clásicas opciones binarias: sería hombre o sería mujer. Hasta ahí, sería eso que querían que sea.

No sabía qué le pasaba. No entendía qué era todo eso que sentía. Contactó con doctores, tuvo citas con psiquiatras. “Tenía que hacer la transición de hombre a mujer”, sostiene. Los contactos con los médicos no fueron nada fáciles: para que le dieran tratamiento, Selm debió “actuar como una mujer”. Ropa, aros, maquillaje: todo el circo preseteado. Burocracias e impostaciones mediante, esos doctores fueron los encargados de darle el “sí” a su experiencia hormonal.

Así vinieron el estrógeno y la testosterona. Por eso su cuerpo empezó a cambiar. Los rasgos femeninos empezaron a brotarle, las curvas de sus pechos comenzaron a pronunciarse. Selm se estaba sintiendo bien. “Interiormente, esa transición era lo que quería y, de hecho, hasta pienso que emocionalmente tuve una segunda pubertad”, continúa. Comenzó a cambiar su voz, a ir a un fonoaudiólogo para encontrar “un nuevo tono”. Además, le sugirieron “usar palabras en diminutivo para parecer más femenina”, para ser –según sugerencias médicas– “una mujer perfecta”. Para ese momento, Selm tenía ideas preconcebidas de otras trans sobre cómo tenían que ser los tratamientos. No obstante, lo físico parecía no importarle: como la procesión, su goce iba por dentro. Luego vinieron la terapia de láser y de quién sabe cuántas cosas más.

La comprensión ajena es una de sus grandes preocupaciones. Tuvo una pareja con la que no sentía posible ningún tipo de entendimiento. Era una chica que se concebía como heterosexual. “De a poco ella fue perdiendo al hombre que había conocido”, desliza. ¿Y qué pasa con su familia? Lo de siempre: “Me iban a amar sea lo que sea”. Aunque piensa fervientemente que sus padres todavía no terminan de comprender su sexualidad y su aspecto: su madre le dijo que hubiera sido todo más fácil si se hubiera cambiado de sexo y su padre le pregunta si todavía está en transición.

¿Cuál fue tu respuesta?

--Todavía la estoy pensando.

El goce comenzó a esmerilar otras cosas. La cantidad y diversidad de procesos para su “transformación” fueron desgastando su paciencia. Hasta que en un momento decidió cortarla: ya no más estrógeno ni testosterona ni láser ni nada. Selm decidió quedarse ahí, justo en el medio de su transformación. “No me preocupó: ahora puedo ser un género a la carta”, bromea. “Me considero una trans perezosa porque no puse garra para llevar adelante tooodo el proceso.”

De pronto, Selm salió de un closet y quiso meterse en otro. “Entendí que era una contradicción absurda pasar de un género al otro cuando imitamos el rol de la mujer y yo no quería ocupar ese lugar”, indica. Selm no quería jugar a eso, tampoco prestarle tanta atención para ser o parecer tal o cual cosa. Y su switch binario desapareció: adiós al hombre, adiós a la mujer. Ahora, cada día, antes de indagarse con un qué es, se pregunta quién es. Luego de zarandear tanta intimidad, Selm llegó a una conclusión: “Sentí todo el tiempo que era alguien que se quedaba atrás y me di cuenta que terminé estando adelante”.

Su historia es pionera. Y, fruto de diversas entrevistas y de este documental, Selm encontró status de referente dentro del cosmos de las sexualidades diversas. “Esto es algo completamente nuevo, son nuevas ideas de géneros”, apunta. Cada tanto, escribe artículos sobre el género fluido y su padre le da like en Facebook. Sin embargo, todavía no pueden charlarlo cara a cara.

¿Te resulta complejo salir de lo binario en el plano familiar?

--Correrlos de lo binario siempre es lo más difícil. Entiendo que estoy lejos de lo que esperan. Es difícil quedarse en el medio. Pero, bueno, eso es lo que más ruido les hace.

Quedarse en el medio. Ni una cosa ni la otra. Rostro grácil, voz de gachó. Sin rodeos ni pretextos, Selm simplemente es. Por estos días, anda feliz compartiendo tiempo y viajes con su nueva novia: Emma, una chica holandesa que vive en Londres. Se conocieron vía Facebook con algunos amigos en común y otros “me gusta” de por medio. “Nos juntamos por primera vez en Ámsterdam a tomar una cerveza antes de un partido de fútbol. Selm es fana del Ajax. Yo tenía una novia y, antes de conocer a Selm, estaba tratando de definir mi sexualidad”, agrega Emma, artista performática de 30 años. “En mi vida estuve en un 70 por ciento con mujeres, otro 30 por ciento con hombres… y luego Selm”, comenta.

El encuentro con Selm es, también, el flash de un cuerpo nuevo. “Es un hombre y una mujer a la vez”, menea Emma. Ella creció con la idea de que le gustaban las personas pero se vio forzada a definirse y Selm, justamente, representa a esa persona en su complejidad. “Tampoco es que sea tan fácil y tan perfecto”, se sincera. Ante los ojos de su familia, presentar a Selm no le fue tan sencillo. “No están esperando una relación queer y presentar a una persona no binaria fue difícil”, revuelve. Para esta pareja, como para todas las que existen y las que vendrán, empezar una relación significó una nueva construcción.

¿Qué falta para terminar de salir de ese juego binario?

--Somos una combinación de factores que nos define como algo único. Se supone que el mapa tiene un solo camino. Y en mi transición, yo encontré otros nuevos. Sentí muchísima inspiración: la igualdad de género es quitarse lo binario en el sentido más filosófico. Tenemos que ponernos de acuerdo entre las distintas generaciones para que eso suceda.