Si de estar a la altura de la época se trata, nada mejor para un psicoanalista que recurrir a las fuentes donde abordar, por ejemplo, conceptos claves tales como elección de sexo, elección de goce, el lugar de la diferencia anatómica, las identificaciones, qué es una familia, etc. La práctica analítica se orienta por una ética que poco tiene que ver con ideales normativos, sino antes bien con la articulación entre el goce y el lazo social. No hay que ahondar mucho para bajar a tierra el concepto: basta citar la soldadura freudiana y advertir que los primeros testimonios que brinda un cuerpo erógeno constituyen la brújula que orienta nuestras cavilaciones sobre la diferencia.

Este crisol, que se cuece en el hervor de los primeros cuidados y se termina de soldar en la adolescencia, hace del sujeto un ser social, lo incluye dentro de la comunidad hablante, certifica la marca de un trauma: su inscripción. Se trata nada menos que de la presencia del Otro (la alteridad, el semejante, el lenguaje) en el momento de máxima y pretendida autocomplacencia. Luego: la culpa o la insatisfacción son síntomas correlativos de esa incompletud que distingue al ser hablante y por la cual nos preguntamos: quién soy, de dónde vengo, por qué estoy aquí? O, como el genial Quino puso en boca de Felipito (el amigo de Mafalda): "¿por qué justo a mí me tocó ser yo?" La soldadura entre autoerotismo y fantasía padece entonces una fisura de origen cuya impronta testimonia sin embargo el enclave de la civilización en el cuerpo, o mejor aún, lo que constituye un cuerpo erógeno, es decir un cuerpo sede del deseo, que por ser siempre del Otro, sirve de refugio a la diferencia que alberga un nosotros: la única por la que vela la práctica analítica. Todo el devenir psíquico se asienta sobre esta fallida amalgama con la que un sujeto construye su vida anímica: esa elaboración lenguajera que articula el objeto de la satisfacción con la ficción necesaria para sustentar una escena en el mundo y así acceder a la dimensión amorosa. Para decirlo todo: la soldadura no es entre macho y hembra sino entre el goce autoerótico y el lazo social. Luego, hombre, mujer, trans, travesti, gays,... -y cuanto nombre pongamos a las diferentes posiciones sexuadas- no constituyen más que semblantes con que las personas ponen en juego su deseo en el mundo. No en vano, ya en 1895, Freud decía que el prójimo es una noticia en el cuerpo propio. De allí que el psicoanálisis recuse las perspectivas identitarias que -al enfatizar el "yo soy"- presta aliento al individualismo que pauperiza el lazo social.

*Psicoanalista.