El pasado 7 de diciembre Noam Chomsky cumplió 90 años. En el fárrago de noticias de esos días el onomástico de uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo ese acontecimiento pasó desapercibido. La prensa hegemónica estaba ocupada entonando sus himnos fúnebres por la muerte de un criminal serial, el ex presidente George H. W. Bush, la absoluta futilidad de la sesión del G-20 en Buenos Aires o el arresto en Canadá de la heredera del gigantesco emporio telefónico Huawei. Los ideólogos del establishment no hicieron otra cosa que imitar a la prensa autoproclamada libre e independiente -que no es ni lo uno ni lo otro- en el sistemático ninguneo de la figura del lingüista, filósofo y politólogo estadounidense. 

 La cobardía intelectual del mandarinato burgués e imperialista –tanto en Estados Unidos y Europa como en América Latina– es revulsiva. Dado que no podrían durar ni cinco minutos debatiendo con Chomsky –y con tantos otros, ninguneados también como él– lo que hacen es ignorarlo y ocultarlo a la vista del gran público. Montados en sus enormes aparatos de propaganda, que no de información, desde allí peroran y mienten impunemente, o barren bajo la alfombra las opiniones fundadas, irrefutables y valientes de ese enorme francotirador intelectual que es el ex profesor del MIT. 

Por eso las “fake news” son sólo un nuevo nombre para designar una vieja costumbre del pseudo-periodismo que procura disimular su condición de órgano de propaganda proclamando su carácter “profesional” e “imparcial”. Sus voceros son pigmeos intelectuales que hacen de la prepotencia verdad; o de la asimetría entre los que pueden hablar y los que no también verdad. Son los que aupados sobre sus enormes oligopolios mediáticos proclaman sus sofismas e inoculan sus venenos para enturbiar la mente del gran público, para confundirlo, para sumirlo en la ignorancia porque cuanto más confuso e ignorante sea más fácil será someterlo. Alabados como grandes personalidades del mundo de la cultura y la comunicación por las mentiras dominantes les cabe a ellos y ellas el sayo de la cáustica réplica que Gyorg Lúkacs espetara ante sus inquisidores: “un conejo parado en la cima del Himalaya sigue siendo un conejo”. Conejos que deben impedir que el mundo sepa que Chomsky vive, piensa y escribe; y que sobreviven y medran en su oficio porque suprimen toda disidencia bien fundada. Cuando forzados por las circunstancias montan un simulacro de debate seleccionan cuidadosamente sus rivales. No hay lugar para Chomsky. Eligen en cambio a sus críticos más rústicos, elementales, impresentables y salen airosos de esa falaz contienda. Por eso el lingüista norteamericanos, pese a ser el “Bartolomé de Las Casas del imperio americano”, como acertadamente lo describiera Roberto Fernández Retamar, es un gran desconocido para el público de Estados Unidos. Sus opiniones son dañinas y no deben circular masivamente. Y su nonagésimo cumpleaños no fue celebrado como la supervivencia de un fabuloso tesoro de conocimientos acumulados, de audaces teorizaciones, de valientes denuncias sino como la insoportable longevidad de un excéntrico al que no se le debe prestar ninguna atención. Para el pensamiento dominante (y ya sabemos de quién es ese pensamiento) sus opiniones sólo revelan su odio y sus patológicos prejuicios sobre la sociedad norteamericana. No son opiniones propias de gentes “razonables”, esas que comprenden que cuando Estados Unidos mata a millones de personas en todo el mundo –en Siria, en Irak, en Palestina, en Afganistán, en Yemen, en Libia– o cuando provoca desastres humanitarios en Honduras y Haití, o cuando bloquea y agrede a países como Irán, Cuba y Venezuela, sometiéndolos a indecibles sufrimientos, son heroicos y desinteresados sacrificios que la Casa Blanca hace en defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Chomsky no comparte ese discurso autocomplaciente. Por eso, a sus noventa años, no hay nada que celebrar, nada que festejar, nada que dar a conocer.

Termino recomendando la lectura de una de sus notas más punzantes de los últimos años (publicada en La Jornada el 3 de noviembre del 2015) y que lleva por título “EEUU, el Estado terrorista número uno” comienza así: “Oficial: EEUU es el mayor Estado terrorista del mundo y se enorgullece de serlo. Esa debería ser la cabeza de la nota principal del New York Times del 15 de octubre pasado, cuyo título, más cortés, dice así: Estudio de la CIA sobre ayuda encubierta provoca escepticismo sobre el apoyo a rebeldes sirios”. Con retraso desde la Argentina y toda Latinoamérica le mandamos este afectuoso saludo por su nonagésimo cumpleaños deseándole que “cumplas muchos más”, como dice la canción mexicana, y que nos siga inspirando con su excepcional inteligencia, sus sólidas denuncias y su fecunda prédica antiimperialista.