Nombrar el mundo en femenino –usando la a como una suerte de vocal justiciera, que transforma todo lo que nombra– es el modo radical en que Maruja se construye como mujer contra el paradigma del patriarcado. Angustiada por la muerte de su pareja, el doctor Milbergen, quien la operó para cambiarle el sexo –nació varón en una familia muy pobre–, ella empieza a confesarse con el padre Jorge. Maruja habla con la desfachatez de una lengua inclusiva que ella compone a pura intuición –a contrapelo de la gramática, la sintaxis y la ortografía– con las pocas herramientas con las aprende a mirar el mundo. “Mejor Maruja le cuenta de la profesora: cuanda por fin aprendí a leer y a escribir, antes de convertirme en secretaria, Milbergen también le ordena a esta señora, Carmencita, que me enseñe a hablar coma una mujer. El tema del génera, padre. Sí, del génera. Los hombres terminan sus palabras con la o y las mujeres las terminamos con la a. La profesora me enseña y me enseña, aunque, un buen día, se da por vencida y le explica al doctor, con lágrimas en las ojas, que resulta imposible enseñarme las géneras, que soy una burra, que no voy ni para atrás ni para adelante y que ella, aunque necesita el dinera, renuncia a la tarea de manera indeclinable, que insistir sería robarle”, cuenta este personaje de La creación de Eva (Tusquets), de Federico Jeanmaire, tal vez la primera novela que desde una hipérbole extrema postula en la literatura argentina un lenguaje inclusivo. A la manera de Maruja.

Lejos de los escritores machirulos que observan con espanto cualquier posibilidad de transformar la lengua para volverla más inclusiva y menos patriarcal, Jeanmaire sabe que el mundo está cambiando y que la lengua acompañará esas transformaciones porque “somos lo que hablamos”. Pero también es consciente de que solo una imaginación muy desbocada podría afirmar que en pocos meses, en las calles, en los medios de comunicación y en las redes sociales, todes hablarán con la “e”, esa especie de “tercer género” que para algunos resuelve la inclusión. Quien quiera intervenir del debate político y lingüístico de estos tiempos, debería leer La creación de Eva. Maruja descose el lenguaje y reescribe la historia al postular que en la Santa Biblia aparece el primer cambio de sexo. “¿La costilla? ¿De qué costilla me habla? Por favor, padre Jorge, no repita esa tontería, resulta imposible cambiarle el sexa a una persona a partir de extraerle una costilla. La sabe cualquier médica. Hasta una carnicera, la sabe. Esa no se la cree nadie. Por ahí, costilla es la palabra que se usaba en la época para designar al pene. Le dicen de tantas formas. Si se fija bien, costilla no está tan coma sinónima, hasta tiene una cierta parecida con la cosa que le cuelga a las hombres entre las piernas”.

Cuando presentó Tacos altos en Barcelona, el escritor conoció a un grupo que se juntaba para hablar con la “e”. “Empezamos a jugar y hablábamos un rato con cada vocal; era muy divertido –recuerda Jeanmaire en la entrevista con PáginaI12–. Cuando fui a Madrid, conocí a una mujer trans operada y me contó cómo fue la operación y todas las complicaciones que tuvo. La creación de Eva tiene una cosa lúdica, pero también tiene algo serio en términos de pensar la inclusión. La ‘e’ para mí no tiene futuro en cuanto a la estructura de la lengua. Supongo que pueden llegar a quedar palabras. El otro día la RAE dijo que no va; es una tontería porque dentro de diez años quizá tenga que decir que sí va”.

–Quizá una palabra que puede perdurar es “todes”, ¿no?

–Sí. Pero lo que la lengua no puede hacer es armar un neutro, porque hay un montón de situaciones en las que originás un neutro que no existe. Ninguna lengua puede tener un retroceso y volverse más complicada de lo que es. Acá, cuando muchos chicos no terminan la escuela, hoy por hoy cambiar la gramática para hacer un neutro te llevaría tres o cuatro generaciones. Me parece mucho más simple usar la “a”, no como el personaje de mi novela que lo hace excesivamente, pero en vez de decir “todos”, decir “todas”. El problema es que podés dejar afuera a grupos que están luchando por tener visibilidad. La “a” me parece que sería más fácil, que sería como poner en su lugar el mundo nuevo en que habitamos, especialmente para los hombres, que somos los que más problemas tenemos para entender los cambios. Los hombres somos los que estamos teniendo más problemas para entender el mundo y me parece que usar la “a” es algo que la lengua se puede bancar más fácilmente. No nos costaría nada en vez de decir “todos” empezar a decir “todas” y que ese “todas” incluya el “todos”, porque me parece que “todos y todas” y “todes”, ninguna de estas variantes, tiene futuro. Que sólo pueden quedar algunas palabras con “e”, pero en cuanto tengas que usar esa palabra “e” con un artículo -”les todes”- lo que conseguiste de inclusividad lo perdiste con el artículo. Estaría bueno pensar si todos los colectivos nos podemos poner de acuerdo en usar la “a” y ya está. Históricamente no hay ninguna lengua que se complique. 

–El mayor problema es cómo conciliar inclusión con la cuestión de la simplificación...

–Las lenguas se simplifican sobre todo para sobrevivir. Ninguna lengua se suicida. Este año estuve unos meses viajando por Francia y allá hay también grupos que trabajan con el lenguaje inclusivo y también es complicado, aunque ellos tienen menos complicaciones porque tienen muchísimas palabras que terminan con la “e”. El masculino o el femenino está en el artículo y eso debería cambiarse. Hay un esquema que tiene que ver con lo arbitrario de la lengua; no todo es machismo en la lengua. Tenés silla que es femenino, pero tenés el lavarropas, supuestamente una cosa que hasta hace unos años solo usaban las mujeres, que es masculino. No hay muchas posibilidades de triunfar con el lenguaje inclusivo complicando la lengua.

–Pero el debate hay que darlo, a pesar de las complicaciones.

–Sí. Estamos en un momento muy especial del mundo y tenemos la suerte de vivirlo, yo ya un poco viejo, pero mi hijo que tiene veintipico lo está viviendo a full; es un momento extraordinario en el cual es mucho más importante el ser que el parecer y donde se plantea por primera vez cuestiones que en la historia del mundo no se habían planteado. Esto tiene que llegar a la lengua porque la lengua es nuestra identidad. Somos lo que hablamos. Eso lo sabe cualquier escritor; es imposible que no lo sepa. Me parecería una barbaridad decir que pasarán sobre mi cadáver antes de aceptar el lenguaje inclusivo porque el mundo cambió. La lengua tiene que acompañar estos cambios. La historia no es lineal, ese fue el gran error de Marx; la historia va y vuelve. De hecho está (Jair) Bolsonaro llegando y acá está (Patricia) Bullrich; entonces nadie te garantiza que este momento tan lindo del mundo vaya a seguir por el mismo camino. Los hablantes de la lengua tenemos que hacer esfuerzos por proyectar hacia la lengua estos cambios. 

–¿En qué sentido se podría postular que La creación de Eva es una novela conceptual?

–En la novela juego al extremo con el lenguaje inclusivo; es una novela conceptual porque se juntan dos mundos imposibles de juntar, la iglesia católica y una trans, y en ninguno de los dos casos está trabajado desde un sentido burlón, sino que cada uno formaliza su pensamiento. El lenguaje inclusivo es un problema que está en el mundo, que me interesa. Yo respeto a todas las personas que son creyentes, de hecho mi madre es creyente, pero yo no puedo respetar a una persona que no me respeta a mí.  Y la iglesia no tiene ningún respeto por mis ideas.

–¿La novela sugiere que la iglesia debería aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo?

–Sí. La iglesia se olvidó que si existe dios existió por el amor y para que la gente se ame, cuando eso ha pasado a un segundo término. La iglesia no te puede decir cómo amar. El tema es amar y no que te digan a quién podés amar. Yo no creo en dios, pero –si es que existe– supongo que es muy obvio que no puede estar en contra del amor. Sería un dios muy hijo de puta. La trans que conocí en Madrid me hizo escribir la novela. En un momento nos hicimos muy amigos y yo le dije jodiendo: “no vas a enganchar nada…” porque es gordita y muy masculina. Entonces me miró y me dijo: “vos no entendés nada; yo soy mujer porque quiero ser mujer, yo no quiero enganchar a nadie”. De hecho ella siguió viviendo con la que fue su mujer después de la operación… Y ahí entendí un montón de cosas, entendí que hay mucho más que el sexo en la vida. Y cuando aprendés algo así, en mi caso, me lleva a escribir.

–En un momento de la novela, Maruja le plantea al cura algo muy bello: que ella iba a ser mujer, pero que dios se durmió y quedó incompleta. ¿De dónde viene esta idea?

–Esto lo he escuchado de algunos amigos gays y me parece una cuestión para pensar, en función de lo religioso, como si existiera alguien que te va moldeando. Cuando presenté la novela, me preguntaron si no podía alivianarla un poco porque es muy complicada de leer, me pidieron que solo metiera la “a” en los adverbios, no en todas las palabras. Y yo me negué porque el personaje de Maruja no tiene educación, no puede entender lo que es un adverbio, un verbo, un sustantivo; aprendió a hablar todo con “a” y es su manera de mirar el mundo.