El reposicionamiento de Roger Federer y Rafael Nadal en la pelea grande a lo largo de todo 2017, lo que devino en una reedición perfecta de sus épocas doradas, parecía haber encontrado continuidad en la primera mitad de 2018. El suizo había comenzado con la conquista del Abierto de Australia, su vigésimo título de Grand Slam, luego de una final muy apretada ante el croata Marin Cilic. Su leyenda no paraba de crecer. Tanto que modificó su calendario sobre la marcha, y decidió jugar en Rotterdam para convertirse en el número uno más veterano de la historia del ranking, mientras Nadal se encontraba inactivo por una lesión en el psoas ilíaco.

Su invicto llegó a 17 triunfos y se cortó con la derrota en la final de Indian Wells frente a Juan Martín Del Potro, uno de los mejores partidos del año. Aquella caída en California significó un punto de inflexión en su camino: fue campeón en Stuttgart y Basilea pero ya no descolló en las grandes citas, sobre todo después de la gira de césped, cuando contrajo un problema en la mano derecha. De mayor a menor y con 37 años, Federer osciló entre el uno y el dos para terminar como número tres del mundo. El suizo piensa en el futuro inmediato y ya encendió las alarmas en todo el planeta: “No estoy seguro de qué sucederá después; veremos si hay un 2020 para mí”.

El punto más alto de Nadal, por su parte, llegó en el polvo de ladrillo europeo, donde suele transformarse en un jugador imparable. En su gira predilecta ganó cuatro trofeos, incluida su undécima Copa de los Mosqueteros en Roland Garros –llegó a 17 Grand Slams–. Desplazó a Federer y retornó a la cima del ranking. Las lesiones, no obstante, le permitieron disputar apenas nueve torneos. Mientras compitió fue el mejor, razón por la que su entrenador Carlos Moyá aseguró que intentarán compactar el calendario para encontrar salud y ritmo: “Si Rafa está sano debe jugar no más de 14 o 15 torneos para aspirar a todo en 2019”.

La merma en el rendimiento del binomio Federer-Nadal surgió de forma simultánea con la resurrección de Novak Djokovic, el coloso que renació para ganar la batalla de fondo por el número uno en apenas cuatro meses. El serbio había empezado el año aún con molestias en su codo derecho operado y con Andre Agassi y Radek Stepanek como entrenadores. Fastidioso y lejos de su nivel, finiquitó el vínculo con ambos y decidió volver a las fuentes: Marian Vajda, su coach de toda la vida, lo acompañó rumbo a una recuperación extraordinaria.

Aquel Djokovic imbatible que no encontraba escollos en 2015-2016 reapareció fortalecido tras una primera mitad de año en la que había cosechado escasos 18 triunfos. Como 21° del mundo se consagró en Wimbledon y activó la catapulta hacia la cúspide: entre su cuarto trofeo en la Catedral y su participación en el Masters, el serbio ganó 35 partidos y sólo perdió tres, con victorias en el Abierto de Estados Unidos –derrotó a Del Potro en la final– y en los Masters de Cincinnati y Shanghai. Con 14 grandes en su mochila, comparte el tercer lugar histórico con Pete Sampras y ya empieza a medir su vara con las marcas de Nadal y Federer: “Mentiría si dijera que no quiero ganar la mayor cantidad de Grand Slams; es el objetivo, el deseo y la meta a alcanzar”. Los libros de historia tienen un motivo para empezar a temblar: Djokovic va por todo.