Cuidado: la conversación liviana de esta mujer en camisón rosa sobre el escenario (que si colorete o labial mate, que si colonia de miel o de lavanda) no es más que una trampa. En esa emboscada nos hace caer Juan Pablo Geretto con su dicción desenfrenada, su recitado sin comas y algunos secretos de infancia en Gálvez –la ciudad santafesina de 18 mil habitantes donde se crió– camuflados como al pasar en las descripciones de Estrella. Recuerdos como una escena de carneo de un camión de vacas o un vecino procesado por ejercicio ilegal de la medicina por repartir entre las señoras y chicas del barrio pastillas para adelgazar. 

En su último trabajo, Geretto va componiendo cuadros con las confesiones de esta mujer de más de cincuenta. Se superponen con los monólogos acelerados: cartas, registros policiales, fragmentos de telenovelas, teoría psicoanalítica y recortes de diarios. Toda una maquinaria del chisme y programas de la siesta superpuesta con la receta para un aborto casero que se pone a circular mientras se barre la vereda. ¿Qué es ser una señora de pueblo? En Estrella no es necesariamente un conjunto de ruleros y muletillas. La ternura de Geretto por su criatura le permite ser crítico y amoroso al mismo tiempo con este personaje que podría ser su madre, su tía o cualquiera de las clientas a las que les hacía desastres en la cabeza a cambio de un poco de conversación en los tiempos en los que trabajó en una peluquería. 

No hay una mirada cínica sobre los personajes de una ciudad chica tan parecida a aquella en la que le tocó vivir al mismo Geretto y donde pudo refugiarse desde los ocho años en grupos de teatro para huir del picado obligatorio: “Los talleres de teatro en Gálvez fueron para mí un lugar donde pertenecer, que me salvaron un poco de la abulia futbolera. Por suerte mi pueblo no era exactamente así, tan estereotipado. Había tres grupos de teatro, eso es mucho para una ciudad pequeña”, dice el actor y director. Geretto resalta que Gálvez es la capital nacional del canto coral. No es la capital del choclo ni del chorizo colorado: “Tiene una inclinación cultural el pueblo en sí. Mi infancia fue hace 40 años, en el centro rico de Santa Fe. Todos se peleaban por mandar a los hijos a la educación pública. Yo me fui medio naturalmente hacia un lugar donde me escucharan, que no era el colegio precisamente. No hay manera de hablar de otra cosa para mí que no sean aquellas historias. No tengo formación académica, hablo de mi universo. Son voces de mi crianza en ese aislado barrio del Fondo Nacional de la Vivienda, donde crecés como en un gallinero de mujeres y chicos. Los hombres se iban a trabajar. El de Estrella es un pueblo más chico que el mío. Me la imagino en algún lugar del interior, con esa sensación que te provoca mirar a Buenos Aires: te parece inabarcable, misteriosa y poco amable”. 

A muchas de esas voces que resuenan en tus obras, alguna vez contaste, las escuchaste cortando el pelo.

–No estudié formalmente peluquería pero durante un tiempo trabajé como peluquero. Aprendí a cortar el pelo mientras iba haciendo estragos. Siempre fui pésimo cortando, pero al año y medio ya tenía gente que pedía por mí, me esperaban a mí. Eran todas minas potentes, que les gustaba más hablar o que las contengan, porque de verdad les hacía desastres en las cabezas y jamás se fueron a quejar. En esas charlas uno descubre que hay otros mundos, que una persona junto a otra persona produce la maravilla, se produce el teatro. Ese fue mi talento.

¿Escuchar?

–Sobrevivir, y hablar y decir lo que hay que decir. Ser amoroso. Por suerte me tocó mirar con piedad sobre eso, trabajé mucho, no me resentí. Las quiero a las mujeres de mi pueblo, los quiero a los varones también. No siento que haya sido discriminado.

Pero esta obra es una crítica radical al machismo de un pueblo…

–Se habla del machismo de la madre, del machismo del padre, del machismo de la sociedad, del machismo que todos tenemos. Ella, Estrella, nunca pudo tomar una decisión. Tomaron las decisiones por ella y todos se fueron destruyendo la vida entre todos sin intención. Me parece que en momentos de recapitulación, porque a los 45 años estoy recapitulando cosas, me salió esto.

¿Qué cosas recapitulás?

–El disparador fue ¿tomé alguna decisión en mi vida o fue que las cosas me fueron sucediendo y me creo más vivo de lo que soy? De eso va un poco la obra. Y cual psicóloga de la revista Para ti me respondí que hay que intentar obviar ese imperativo que dice “disfrutá, disfrutá, sé feliz” y uno se frustra porque no es feliz las 24 horas. Estamos más pendientes de mostrar la foto del café que de tomarlo. Todo tiene que ser una buena noticia. Es agobiante el momento que estamos viviendo, lleno de “soltá, dejá, largá”. Todos sobre-psicoanalizados y utilizando mal los términos. Al final todo eso te esclaviza. Hay que ser muy inteligente para tomar la decisión de estar triste y llegar a algún otro lado pero atravesando la tristeza.

Estrella toma esa decisión en un momento.

–Todo gira alrededor de la “gran noticia” de que la eligieron para ir a la fiesta de Avon en Buenos Aires. El vestido, cómo será el viaje en micro, las que no pudieron ir. Pero de pronto se da cuenta de algo: “¡Puedo no ir, decir que no!” ¡Lástima que se tuvieron que morir todos para que se diera cuenta!

La mirada de la obra sobre este personaje y este pueblo es crítica pero no enjuiciadora, ¿cómo se logra eso?

–El humor es un proceso, un don o un ingrediente para sobrevivir el horror. Todo el humor es horror tamizado. En esta obra hay desmembramientos de cuerpos, accidentes donde vuelan vacas, gente que las carnea. Todo ese horror que sucede en los pueblos y que se naturaliza. ¿Viste que en los pueblos se habla mucho de los órganos? Mi abuela se la pasaba diciendo: “Le sacaron el hígado”, “Le tomaron el vaso”, “Se pinchó el páncreas”. Toda esa carnalidad y toda esa barbaridad sigue pasando y yo no la veo ni bien ni mal. A mí tampoco me gustan cosas de la ciudad como que le digan “hijo” al perro. Si voy en el auto y tengo que elegir atropellar a un perro o a un ser humano, yo no tengo dudas.

Estrella habla de la sangre y la carne desde las primeras líneas de la obra. Dice “estoy hinchada, un globo: agarraría una daga y me la clavaría”. 

–Y lo que sigue es una película de terror, y todo está atravesado por el humor, el humor para salir a flote como la burbuja que busca la superficie. Las consignas fueron piedad y amorosidad. Como con la maestra normal: la maestra es la peor persona del planeta y sin embargo la terminás queriendo, porque siempre te dejó unas miguitas de pan para saber de dónde viene. Con Estrella me propuse que fuera lo más linda que yo puedo ser. Hice lo que pude (risas).

¿Cómo fue el proceso de escritura de la obra?

–Solitario. No lo podía hacer. Estuve años. Soy muy de procrastinar. Entonces me encerré en una casa diez días sin internet y sin teléfono y la terminé, en la selva jujeña. No podía salir a la noche por los pumas, y así, todo amenazado por la naturaleza, la terminé. ¡Bah! Vine acá y la terminé de terminarla: con Virginia Martínez trabajamos la dramaturgia y la dirección. David Seldes, que hace la luz, creó ese universo extraño. Magda Banach nos hizo ese vestido increíble. Eugenia Palafox hizo las pelucas. 

Por momentos da la sensación de que Estrella está en pleno ataque de pánico.

–¿Viste que hace una especie de inspiración al principio, una toma de aire dolorosa? Después del mar de palabras de ese momento. En el primer corte, te das cuenta del valor del silencio. Necesité ayuda con el texto porque yo escribo sin comas, sin puntos, es un bloque. Entonces lo fui diciendo delante de la gente para encontrarle las pausas, la respiración.

¿Cómo influyó tu experiencia como transformista en todo esto?

-A los 17 me fui de Gálvez a Rosario. Ahí conocí a un transformista que amé y sigo amando. Llegué a Rosario, fui a bailar, conocí a un chico, fuimos a dormir a la casa de él y le dije “che, yo quiero actuar”. Y me llevó a lo de este transformista y me quedé a vivir ahí. Era muy parco. No te tocaba, no te miraba, pero te alimentaba y te daba lugar. Era un gran director. En ese ambiente de boliche de mala muerte gay siempre iban los mismos. El público no cambiaba entonces había que cambiar el espectáculo todo el tiempo. Eso te da un entrenamiento sin igual. Nos reuníamos todos los domingos a coser lentejuelas, a estudiar playback y a pensar qué haríamos la semana próxima. 

Alejandra Lopez

La obra está atravesada por el derecho a decidir. Aunque hable del aborto tangencialmente, parece escrita al calor de esa lucha en el 2018.

–Mucho de lo que escribo, más allá de esta obra, siento que está vinculado con ese tema: muchos de los personajes que hice tenían nacimientos muy extraños, violentos. Segundos antes de que muriera mi mamá me enteré de que abortó muchas veces, en una época donde se lo vivía con mucho dolor y culpa. Es un tema que yo vengo laburando mucho, supongo que por haber estado en ese vientre “de cementerio”. En mi familia la misma persona que aprobó el aborto en mi vieja le dijo a mi hermana “tenelo, tenelo, que todo va a salir bien”. Lo digo sin rencores porque creo que al padre de uno hay que quererlo y punto. 

¿Estás seguro?

–Digo que hay que quererlo para salvarse uno. Querer al padre y a la madre es la única manera de alejarlos, de alejarlos bien, alejarlos de uno, porque uno en algún momento deja de pertenecer a otros. Quererlos y alejarlos para que mi cuerpo ya no les pertenezca. Así que sí, los quiero y los quise con toda mi alma pero ellos allá y yo acá.

Muchos actores que hacen comedia cuentan que estos tiempos son difíciles para el género porque hay una gran exigencia de corrección política. ¿Vos ves algo de eso?

–De la puerta para adentro soy el más negro, el más incorrecto, estoy haciendo humor de cualquier cosa a los tres segundos de que ocurre una desgracia. Pero sólo con los íntimos. El humor es la única manera de soportar cosas. Después, de acá para afuera, uno tiene una responsabilidad, como comunicador, le ponés un límite a las barbaridades. Pero sí hay que tener claro que el escenario es el escenario. La maestra dice “estos negros” y habla mal de los alumnos con discapacidad. Lo dice un personaje en un contexto. Otra cosa es el capocómico que dice “qué ojete que tenés, mamita”. O tal vez podríamos hacer lo del capocómico y que la mujer conteste otra cosa, ¿no? Pero es todo muy difícil porque hay mucho machismo en las mujeres también, así como hay mucha homofobia entre gays. Yo mismo soy homofóbico.

¿Por qué decís que sos homofóbico? 

–Tengo una amiga travesti. Fuimos amigos muchos años, vivía a la vuelta de casa. Eramos muy unidos, de hecho Estrella surge de una tía de ella. Pero en su transición yo le dejé de hablar. También influyó que se fue a vivir a Estados Unidos. En un momento nos volvimos a reencontrar y un día me doy cuenta: la había dejado de lado. Yo tenía un restorán y me molestaba que viniera porque “¿qué va a decir la gente?”. Así que un día decidí pedirle disculpas por todo.

¿Y qué te contestó?

–Algo genial, me dijo: “yo estoy muy acostumbrada a vivir con la vergüenza y separarla del amor, porque mi mamá me amó toda la vida pero siempre le di vergüenza”. Yo pensé: “claro, yo también: a mí me dio vergüenza casarme”. Tengo 45 años y pensé que eso no era para mí, y de repente me llega esta libertad y es un problema, porque tenés que tomar una decisión. Es una mierda que me haya dado vergüenza todo eso, y encima no haberme dado cuenta, yo que me creo tan vivo. Me pregunto: ¿hasta dónde estamos colonizados por toda la gente que no nos quiso?

¿Y qué hacés entonces con la homofobia internalizada?

–Me parece valorable todo lo que nos podamos replantear. En ese replanteo saldrán heridas algunas personas, y va a doler y va a molestar, y no nos va a gustar, yo tampoco estoy tan seguro de querer cambiar tanto: yo aprendí a esconderme de los que me hacen mal, entonces ahora, no sé si tengo ganas de que cambien tanto las cosas, porque yo ya sé cómo manejarme en este lugar. Yo ya sé dónde están los escondites. No voy a lugares donde no quieren a los gays, sé dónde está el cuco. Yo sé que por acá no tengo que pasar, pero si de repente, a todos los cucos les abren las puertas y tambalean todas las estructuras, ¿qué pasa?

¿Por qué elegiste que Estrella fuera una revendedora de Avon?

–Me parecía un estereotipo amoroso. A pesar de que es una empresa piramidal, a algunas personas debe haber ayudado y fue la primera vez que alguien te decía “Che, podés salir de tu casa, podés emprender algo, podés hacer algo de tu vida, más que estar ahí”. Te daba una herramienta. Estrella empujada por lo que pasó con el marido, para salir de esa depresión se recluta como revendedora. Hablar de una revendedora me pareció que era fácil de contar, de transmitir. Si me preguntás “¿de qué va la obra?”, y yo respondo: “Es sobre una revendedora de Avon en un pueblo chico”, la gente dice “ah”. Ya sabe de qué estás hablando, qué perfil va a tener. Pero es un engaño en realidad. Un anzuelo. Estrella habla de una pavada, de un perfume, y después te mete un montón de otras cosas.

Es una obra que no marca época. Podría estar situada en los tiempos en los que apareció la venta por catálogo o hace diez años.

–En un momento del texto decía “celular” y lo cambié por “teléfono”. Me parece que seguro no habla del momento actual, o por lo menos, no es en el momento actual de Buenos Aires, porque en los pueblos no es el mismo tiempo que acá. Fue una decisión eso de hacerlo así, más atemporal.

La importancia que tiene la televisión en la obra también ayuda a dar la sensación de que puede haber pasado en los 80, los 90, los 2000…

–La tele es un gran amor mío. Pasan los años para Estrella y siempre pero siempre Maradona está teniendo algún drama. Lo vemos en la tele. Me resultó muy gracioso que siempre Maradona tuviera un problema cada año, con la Claudia, con la Rocío, con la que fuera. Sin ir más lejos hoy mismo estaba viendo Intrusos y ¿adiviná quién tiene otra vez un problema? 

¿Mirás mucha tele?

–Muchísima. Me entretiene. Fue como una especie de ayuda para mí cuando era chico, fue mi ventana, una de las pocas ventanas del pueblo. O salías y veías la llanura o mirabas la tele y estaba La Mujer Maravilla, El Hombre Nuclear, La aventura del hombre, digo, otros mundos. No creo nada de lo que pasa, nada me interpela mucho. Pero me gusta, amo la tele. Es mi chupete electrónico. De todos modos durante todo este proceso no pude mirar ninguna serie. Estaba todo el tiempo pensando en la obra. No me podía concentrar en nada. No podía seguir una trama. Así que los programas de chimentos me salvaron. Me salvó el Bailando, me ayudó a babear en el sillón. O será que tengo un problema y me preocupo demasiado por lo que le pasa a Mica Viciconte y a Sol Pérez. No lo puedo evitar: ¡las quiero! (risas). Me ayudaron tanto a vaciar el cerebro para poder escribir esta obra que ya son parte de mi familia.

Estrella: viernes y sábados a las 20 y a las 22 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.