“Podés hacer la historieta más tonta de tu vida y eso implica que la hiciste por algo, que decidiste pasar una equis cantidad de tiempo metido en un universo, y eso implica algo del orden del compromiso con vos mismo”, plantea Renzo Podestá. Para este rosarino radicado aún en “el Pozo” (es decir, en Córdoba), dibujar historieta es una actividad del orden de lo vital, como comer, respirar o tomar cerveza. Lleva adelante el sello Le Noise con su pareja –la creciente Mariela Viglietti– e integra el colectivo editorial Big Sur (junto a La Pinta y Szama Ediciones). Trabaja como colorista y dibujante para el exterior, pero publica las historias que le salen de las tripas en el país. Y vaya si le salen: nunca es menos de un libro (en general, dos publicaciones) al año. En 2018 lanzó El aneurisma del chico punk vol. 2 una secuela que demoró cinco años de una espera que parecía interminable, mientras lanzaba otros libros impresionantes, como Warpaint o el indispensable Perro (con todo y sus dos finales).

Si Warpaint es una alegoría visceral sobre la pulsión ineludible de su autor (y de cualquiera con una pasión para ejercer), Perro es una distopía implacable –elogiada por el mismísimo Frank Miller en Crack Bang Boom– y un alegato por la separación de Iglesia(s) y Estado. El aneurisma..., en tanto, es una épica apocalíptica con deidades cabreadas y la capacidad de imaginar en la primera línea de batalla. Esas y otras –como Taxidermista o Steve Ditko investigador privado– tienen en común elementos como las máscaras, realidades falsas y la cuestión del poder.

“Nunca dejé de usar a la historieta como método infalible para exorcizar cosas propias, estados mentales, energías de algún tipo, sin importar ni los mercados ni las industrias culturales ni si voy a ver plata con eso”, explica. Si todo ecosistema artístico tiene un autor anarcopunk iconoclasta, Podestá es lo más cercano a ello en el comic vernáculo. Con cantidad de seguidores fieles a niveles desconcertantes (algunos esperaron el ACP2 esos cinco años habiendo pagado la preventa y sin partirle una botella por la nuca) y detractores en abundancia, especialmente por la intensidad de sus intervenciones del pasado en las redes sociales. Y aunque ya no es (tanto) el bocón que incendiaba su perfil de Facebook, sigue proponiendo una mirada visceral e impiadosa sobre su quehacer y la historieta misma.

–¿Por qué se demoró ACP2?

–La demora se produjo por vaivenes económicos, más que nada. En un momento tuve la plata, pero entre la clausura de Dead Pop, mi sello anterior, y el reordenamiento de ciertas cuestiones a nivel personal, al final el ahorro se volvió algo jodido de sostener. Y después, entre el maremoto económico del último tercio de CFK y el desmadre de Macri, se fue haciendo cada vez más cuesta arriba. Casi todos mis libros fueron bancados de manera autogestiva, sin subsidios ni becas ni apoyos. Trabajo como freelance, cobro mi page-rate, y con eso veo qué puedo publicar y qué puedo guardar. Es algo casi siniestro sostener un proyecto así, pero los últimos años fueron especialmente particulares en términos monetarios para la autoedición. ACP2 se volvió algo muy difícil de proyectar, más que nada por sus dimensiones. Es un libro muy incómodo de hacer: es gigantesco, hecho en apaisado. Mierda, ¡todo es incómodo en ese libro! ¡Hasta el nombre es difícil de poner en flyers y diseños!

–Ahí apareció el colectivo editorial

–Y... ahí andaba yo, lamiéndome las heridas, con el segundo volumen abandonado y ya sin perspectivas de poder publicarlo. Hasta que cayeron los chicos de Big Sur a proponerme un plan que no pude rechazar. E incluso en esta edición hubo problemas monetarios, ya que no se nos ocurrió mejor idea que pedir presupuesto por dos libros de 250 páginas cada uno... ¡dos días después de la megadevaluación del peso! La clave de seguir con el plan consistió en que le tuvimos fe al libro, sacamos la nueva preventa pensando que íbamos a tener la respuesta correcta, y así fue. Por mi parte, pude dimensionar qué tan esperado era el segundo volumen, algo que después de cinco años medio como que no me daba cuenta muy bien qué tanto podía seguir siendo mi “caballito de batalla”.

–¿Qué generó en los lectores?

–Algo celebratorio. Imaginate, la pregunta que más me hicieron durante todo este tiempo siempre fue “¿y cuándo sale el volumen 2?”. No importa qué publicara, no importa que haya hecho cosas para mí más gratificantes, no importaron Perro o Warpaint: el segundo volumen siempre fue “la” pregunta. Y ahora que el libro está afuera y ya muchos han podido leerlo, y han llegado a la última página y a ese cliffhanger tan tremendo, por supuesto que la pregunta sigue estando, esta vez con un cambio de número: “¿cuándo sale el volumen 3?” ¡No hay paz!

–En sus historietas hay intereses y elementos recurrentes: el poder, las máscaras, la realidad.

–Sí, mis historietas están siempre más o menos atravesadas por los mismos tópicos y premisas. Algunas cobran más protagonismo que otras dependiendo de la historieta, pero siempre están ahí la identidad, la moral, el poder o la realidad como leit motivs más o menos claros. Es algo que estoy tratando de cambiar en este último tiempo, siento que este chiste de cambiar de lugar o de foco para “analizar” en forma de historieta la misma cosa ya está cumpliendo su ciclo.

–¿Por qué?

–Con Perro cubrí una gran parte de mis preocupaciones con respecto al poder, por ejemplo; preocupaciones que había empezado más o menos a esbozar con (Bang)kok en el 2005 y que siempre estuvo de modo inherente en El Aneurisma y en otras historias. Y mierda, trece años pensando aristas sobre una misma cosa pueden volverte un poquito majareta. Lo mismo con la identidad, que en ACP se desarrollan con las máscaras o “eso otro” que esconde Chica Sucia; lo mismo con la moral, que podemos ver en casi todas mis cosas, aunque con más protagonismo en Taxidermista. Por eso ACP2 es un cierre a toda orquesta en muchos sentidos. Implica que lo próximo que haga tenga que estar asociado a nuevas búsquedas temáticas.

–¿Qué tiene en mente?

–Ahora que me encuentro pensando en otras cosas adrede, me encuentro con que mientras más me salgo, más adentro estoy. ¿Tan inmensas son esas categorías que no dejan de darme cosas para decir? Pensando en el poder, te encontrás de repente cavilando sobre qué clase de realidades ejercen esos mismos dispositivos, a quiénes deja afuera, a quiénes completa con su razón de ser; pensando en el poder, al toque pensás en sus formas de resistencias y ahí también entra lo anticlerical como remedo, como algo contrahegemónico, como un discurso que sin ser del orden de lo errado o acertado –la cuestión no pasa por predicar subido a un tarro de dulce de batata–, al menos supone un alegato, una propuesta de discusión. Y más inmensas se vuelven esas categorías cuando sacás la cabeza de la narrativa historietística, y la apoyás un toque en la filosofía y otro toque en la Historia. Ahí se abre todo un aleph que puede volverte loco, se meten ochenta cosas que pueden traccionar un relato, darle su propia dinámica, su propia morfología y su propio mapeo narrativo. Entonces hay líneas en común, hay diálogos entre los libros, hay algo exploratorio, pero siempre dando una vuelta más retorcida que la anterior.

–¿Por ejemplo?

–Si bien hay un diálogo entre Perro y (Bang)kok, Perro es un destilado más perverso de una misma idea, un toque más pesimista, con una idea definitoria de cierre, de completud. Va a pasar un buen rato hasta que me decida qué otra historia puede aparecer que le haga sombra a Perro con respecto al tema del poder, aunque todo depende de lo que yo mismo pueda vivir por mi cuenta. Porque claro, vos vas con tus elucubraciones, abrís la cabeza hacia lo interdisciplinario pero nunca abandonaste de extrapolar tus mismas vivencias y percepciones. Y mis historietas son siempre como una puesta a punto de mi cabeza.