El Reino Unido vive ya bajo la sombra de un Brexit duro. El gobierno contempla más de 80 medidas de emergencia en caso de que el país salga de la Unión Europea el 29 de marzo sin ningún tipo de acuerdo. Esta eventualidad significa que el bloque con el que los británicos tienen la mitad de sus intercambios comerciales, con el que están unidos desde hace décadas en términos de investigación científica, seguridad nuclear, ambiental y antiterrorista, con quien tiene la mayor parte de su tráfico aéreo y, desde ya marítimo y terrestre, pasará a tener de la noche a la mañana una frontera dura para el control de personas y mercancías con nuevas normas arancelarias, ambientales, inmigratorias, sanitarias y un largo etcétera inexistentes en las últimas décadas. El potencial disruptivo de este escenario es enorme.  

Entre las medidas más llamativas que promueve el gobierno para lidiar con la “emergencia” se encuentran los 3500 soldados en estado de alerta para intervenir en caso de serias disrupciones en puertos y aeropuertos o las seis semanas de medicamentos que reservarán el estado y las empresas para hacer frente a una posible escasez de insumos, a pesar de lo cual el mismo gobierno se negó a dar garantías de que esta medida sería suficiente para cubrir todas las enfermedades.   

Los anuncios tienen algo de psicología de guerra o película de ciencia ficción, pero también mucho de apresuramiento y jactanciosa improvisación. El ministro de salud, Matt Hancock, señaló en diciembre que el gobierno se había convertido en el “mayor comprador de frigoríficos del mundo”. Esta  jactanciosa aseveración se explica por la logística necesaria para el almacenamiento de medicamentos, pero suena más o menos a enorgullecerse de la calidad de los salvavidas cuando se está a bordo del Titanic. 

Uno de los grandes dramas serán las fronteras (solo hay una terrestre con la UE y es la de Irlanda del Norte y la República de Irlanda). El gobierno ha gastado ya más de 100 millones de libras en el alquiler de ferrys para aliviar la congestión que puede generarse en el puerto de Dover que concentra un 17% del comercio con la UE. El 30 de diciembre el The Guardian reveló que una de las compañías de ferrys, Seaborne Freight, que obtuvo un contrato por 14 millones de libras, no tiene barcos y no tiene ninguna experiencia en el servicio de ferrys. Como se ve, chapucerías a lo Flybondi, no faltan en este Reino Unido del Brexit.