El escenario base del dólar es de 48,50 pesos para diciembre 2019. Las empresas utilizan este dato para programar su presupuesto de compras para este año. La cifra resulta impactante. El tipo de cambio cotizaba a 9,75 pesos a mediados de diciembre del 2015. La cotización aumentó en los primeros tres años de gestión macrista un 294 por ciento y el avance sería del 397 por ciento para el cierre del mandato. 

La devaluación tiene un impacto redistributivo y permite transferir ingresos. Pero la suba del dólar en estos últimos años no puede explicarse únicamente por un intento de privilegiar a sectores que viven de rentas y perjudicar a los asalariados. El avance de la divisa es la consecuencia de un equipo económico obsesionado con medidas de desregulación y apertura en un país con profundos problemas estructurales para conseguir dólares. Los funcionarios tuvieron desidia cambiaria. El resultado es una economía en equilibrio inestable en la que los programas de desarrollo de mediano plazo son lo último en lo que se piensa. 

La principal preocupación del equipo económico es cómo llegar a final de mandato sin hiperrecesión ni hiperinflación. Estas palabras sonaban hace meses a delirio de economistas enojados con el Gobierno. Ahora figuran entre los escenario pesimistas de las consultoras. La falta de timming y eficiencia de los funcionarios para manejar la macro hace difícil descartarlas. Los antecedentes están a la vista. Las Lebac provocaron un desorden monetario que no se observaba hace décadas y la falta de reparos para endeudar al país generó que los mercados internacionales cierren hasta nuevo aviso las posibilidades de emitir bonos en moneda extranjera.

La economía se mueve al borde de la hiperrecesión porque no consigue bajar la tasa de interés de niveles cercanos al 60 por ciento. Estos rendimientos de las Leliq están provocando el derrumbe de las ventas y de la producción. Es muy complejo imaginar una economía que tolere la tasa en estos niveles por muchos meses. El PIB cae cerca del 4 por ciento interanual mientras que la rama manufacturera cae más del 13 por ciento y la construcción en torno del 16. El colchón social y de empleo tiene un límite ante retrocesos persistentes de la actividad. 

La otra amenaza de corto plazo es la espiralización de los precios. El país tuvo una inflación de 48 por ciento interanual en 2018 y una alta emisión monetaria encubierta por la colocación de Leliq. El desafío para evitar un sobresalto de precios pasa principalmente por conseguir que la emisión encubierta no se vuelque en forma masiva al dólar. El impacto inflacionario de una nueva corrida sería letal para una economía que alcanzó un pico de suba de precio en casi tres décadas y que enfrenta un año electoral. 

El problema es que no puede desecharse la posibilidad de un nuevo salto de la divisa. Los catalizadores son muchos. En el frente externo amenazan el Brexit, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la debacle de los bancos europeos y la suba de la tasa de interés de la Reserva Federal. En el frente interno la incertidumbre electoral, el alza de los pasivos monetarios del Banco Central y la imposibilidad de colocar nueva deuda en los mercados de capitales. 

El escenario base de dólar en 48,50 pesos parece ser más un piso que un techo del dólar para fin de año. El equipo económico deberá hacer una tarea de relojería para evitar mayores sobresaltos cambiarios