El episodio Gramajo de esta semana no es importante por el personaje en sí. El 95 por ciento de los santafesinos o más desconoce quién es el senador provincial del peronismo Joaquín Raúl Gramajo. La noticia fue su anuncio de que llevará como candidato a gobernador a Antonio Bonfatti, en lugar de cualquier otro postulante peronista, para tratar de renovar su banca en la Cámara alta provincial. Tampoco lo trascendente es que un senador se cambie de bando. Lo preocupante para el peronismo es el antecedente, la señal de que los doce años del socialismo en el poder han enterrado raíces mucho más profundas y lejanas de lo que se suponía.

El tema impactó en el peronismo porque enseguida salieron a recordarle su pasado de joven comisario de la dictadura en el norte provincial y lo acusaron de "oscuras prácticas políticas" y vociferaron que era imprescindible "una renovación" en el departamento 9 de Julio. También desde el PJ invirtieron la carga de la prueba y se preguntaron cómo "un Frente que se dice progresista puede incorporar a semejante personaje que de progresista no tiene nada". Nada de esto habían señalado cuando Gramajo integraba las filas partidarias de manera orgánica.

El propio presidente del Partido Justicialista, Ricardo Olivera, se lo tomó con fina ironía al señalar que "no se entiende la coalición que formará con el socialismo a la que llama Frente Amplio Federal. ¿Qué es? ¿Una mezcla de Tabaré Vázquez con Miguel Pichetto?", lanzó el experimentado dirigente peronista que conoce a Gramajo desde hace 30 años.

Gramajo no es tan diferente a muchos otros senadores provinciales del peronismo que se acostumbraron a crecer, en varios sentidos, a la sombra del poder socialista. Desde que llegó al poder Hermes Binner, y con un desarrollo máximo en los cuatro años de Bonfatti, los senadores del PJ se comportaron a sus anchas casi sin disimular la escasa voluntad de ejercer su rol de opositores. Miguel Lifschtiz heredó el legado, pero nunca pudo ejercerlo con total plenitud. La confianza de los senadores peronistas siempre quedó del lado de Bonfatti. Lo cual demuestra que no sólo es un tema político o económico, también es una cuestión de confianza.

El socialismo comprendió más temprano que tarde que si no lo podía hacer, lo compraría hecho. Y eso fue lo que pasó. Es además, un comportamiento atávico del peronismo fuera del poder: cada cual arregla su situación sectorial por encima de la situación de su partido.

Es la lógica que intentan romper Omar Perotti y María Eugenia Bielsa, y todo aquel peronista que crea en serio que el PJ puede volver a gobernar en Santa Fe. Sienten que esta vez están cerca, que tienen con qué y por eso son sensibles a estas cuestiones que quizás antes pasaban más desapercibidas. Es como un circuito virtuoso: más cerca esté el peronismo de hacerse del poder, menos posibilidades de que existan dirigentes con ganas de armar por afuera su propio proyecto personal.

Y al contrario, la estrategia del socialismo será la de ir comiendo todos los alfiles que pueda. Por eso las reuniones secretas con los gremios se suceden sin interrupción desde hace más de un año. Claro que la mayoría son los gremios del Estado que comprenden que por más peronistas que sean, el socialismo representa a la patronal mientras siga en poder del Ejecutivo santafesino.

En Santa Fe hay una grieta en la que el macrismo es convidado de piedra. La pelea de fondo, como lo admitió Lifschitz, es con el peronismo. Tanto es así que el instinto de supervivencia lo ubicará al actual gobernador al lado de su mayor adversario interno que es Bonfatti. Después habrá tiempo de arreglar cuentas viejas. Es lo que están pensando y lo demuestran en la incipiente campaña política que recién comienza.

El peronismo se crispa cuando ve estas cosas porque tiene un armado más lento, con alambrados más altos alrededor de sus figuras estelares. Tanto Perotti como Bielsa van despacio. Aunque la diferencia no es menor: Mientras el senador nacional ya está lanzado desde hace mucho, la ex vicegobernadora sigue poniéndole los pelos de punta a todo el peronismo con sus interminables rodeos. No es una actitud que ayude estratégicamente al peronismo en estos momentos, pero es lo que hay. Por eso Perotti avanza y se prepara para cualquier pelea, la interna y la externa. A 46 días del cierre de listas, en algún momento este proceso tendrá que acelerar. Esta vez no es la ansiedad del peronismo o del votante, pero sí de los distintos actores que se preparan para jugar.

El tema de las necesidades mutuas se ha visto con creces en Rosario, donde el socialismo nunca tendió puentes hacia el PJ porque no los necesitaba y además, tampoco los quería demasiado. Hoy se escuchan desgarradoras historias respecto de los estragos causados por las políticas públicas del gobierno nacional en la ciudad, pero todas las cosas más importantes para la intendenta Mónica Fein fueron conseguidas en negociaciones con el PRO, lo cual demuestra también que para sentarse en determinadas mesas hay que cosechar buenos resultados electorales, hay que "hacerse necesario".

El aumento impactante del boleto de colectivos en la ciudad pudo disponerse a la velocidad de la luz porque primero el macrismo rosarino le cedió a la intendenta la facultad para ejercer esta medida sin pasar por el Concejo Municipal. De esta manera se le quitó al cuerpo una de sus facultades más importantes que tenía que es la de discutir y decidir sobre las tarifas locales. En su momento, el peronismo y sus aliados, además de Ciudad Futura estuvieron en contra de esa cesión.

Y así numerosos temas trascendentes para Rosario se saldaron al calor de estos acuerdos que hoy están asordinados por la estridencia de la campaña electoral que enfrentará al socialismo y al PRO aunque en la ciudad el peronismo confía en lograr acuerdos electorales y frentes políticos que logren hacerlo más competitivo en este 2019.