Desde Barcelona

UNO Está más que claro que, cuando el 26 de junio de 1963 en Alemania Occidental John Fitzgerald Kennedy dijo eso de “Ich bin ein Berliner” (o “Yo también soy berlinés”), no se estaba presentando al mundo como un encendido fan de la literatura de Lucia Berlin. 

Pero sí es posible –piensa Rodríguez–  que de aquí a un tiempo se cambie la historia. Sin importar las coordenadas espacio-temporales o el que la autora en cuestión ni siquiera hubiese publicado por entonces. Y así reconvertir al entonces presidente norteamericano adorador de Ian “007” Fleming en un apasionado de ese boom crítico-comercial sin fronteras que fue Manual para mujeres de la limpieza y que en 2015 resucitó a Berlin. 

¿Fake News? ¿Histeria colectiva? ¿Merecido reconocimiento más allá de la muerte para una obra que fue casi ignorada en vida?

Seguro que sí lo último. Lo demás son gajes y gajos del oficio.

Y de ahí Una noche en el paraíso: segunda antología póstuma que llega fajada con frases del tipo “Creo que nunca he leído a una mujer más inteligente, sensible, tierna y valiente que Lucia Berlin” o “Lucia Berlin puede ser la mejor escritora de la que hayas oído hablar nunca”. 

Y cabe preguntarse: ¿es tan así? Es posible, si uno se olvida o se opta por olvidar o no se ha leído ni se leerá (descartando nada más que en el idioma en el que escribió Berlin) a mujeres como las hermanas Brontë o George Eliot o Virginia Woolf o Penelope Fitzgerald o Joan Didion o Anne Tyler o Lorrie Moore o la tan invocada Alice Munro quien –hasta la llegada de Berlin– era la más inteligente, sensible tierna y valiente y la mejor escritora de la que hayas oído hablar nunca. Por no concentrarnos tan solo en consagradas Made in USA como Flannery O’Connor, Carson McCullers, Grace Paley, Ann Beattie, A. M. Homes, Deborah Eisenberg, Amy Hempel, Edith Pearlman (otro reciente pero tardío “descubrimiento” junto a los de Renata Adler y Eve Babitz) o recién llegadas como Lauren Groff y Catherine Lacey y Ottessa Moshfegh y Clare Vaye Watkins y Jamie Quatro. Hay tantas. Fueron y son tan buenas. Y si Berlin es genial, entonces qué es la próxima a su centenario Iris Murdoch: ¿una súper-inteligencia de una raza extraterrestre llegada desde un futuro de años luz? ¿No habría que mirar y leer un poco más dentro de un contexto y no a solas? ¿Por qué y para qué una y nada más que una?, se pregunta Rodríguez. Y se responde que él debería saberlo: porque Rodríguez es publicista. Y porque, seguro, alguien ya está escribiendo o produciendo o preparándose para filmar biopic de Lucia Berlin –¿con Jennifer Lawerence o Emma Watson o Alicia Vikander o Emily Blunt o Scarlet Johansson o Emma Stone o Kristen Stewart o Dakota Johnson?– a estrenarse directamente en Netflix pero también en unas pocas salas para así poder llevarse el inevitable Oscar al mejor prodigio disfuncional.

DOS Pero más que de acuerdo: Manual... –además de ser el producto perfecto para el preciso instante– fue y es y seguirá siendo un gran libro y un demorado acto de justicia. Y si todos los fenómenos editoriales internacionales fuesen así (como lo también sucedido con el también estallido post-mortem de Stoner de John Williams) seguro que viviríamos en un mundo mucho mejor. 

Así, ahora, tras la estela de Manual..., llega el regalo de Reyes perfecto para el bolso de la dama y la mochila del caballero que quiere sentirse en sincro y evitar así el que la dama le pegue con el bolso si lo descubre leyendo Lolita. 

TRES Y Una noche en el paraíso es inferior a su antecesor no sólo porque el entusiasmo de la “novedad” ya no es posible sino porque –seguramente hasta a sus más convencidos y dedicados promotores sorprendió el descomunal éxito de Manual... al que no se le imaginaba sucesor tan inmediato– aquel contenía lo mejor de lo mejor. Y esta es una segunda selección de material sin dudas valioso. Y ya ha sido degustada y digerida la leyenda: autora nómade, vida turbulenta, alcohol y cigarrillos y escoliosis múltiple, divorcios varios, práctica de la teoría de la maternidad un tanto sui generis, trabajos surtidos y mal pagos. Y –detalle clave– el rescate de esas reproducidas una y otra vez instantáneas suyas de juventud. Fotos en las que aparece como una cruza de Barbie Doris Day con chica bohemia del Greenwich Village con Laura Palmer que esquivó el ser envuelta en plástico y, sí, con amante de JFK. Sumarle a lo anterior su fuerte carga autobiográfica en sincro con la moda de la auto-ficción y la necesidad de nuevas y auténticas heroínas de la clase trabajadora. ¡Presto! ¡Regalo! Espécimen comercialmente perfecto a la vez que noble. No abundan. Nada atrae más ahora que una escritora secreta a redescubrir (aunque se suela omitir el detalle de que Saul Bellow ya la había publicado en su revista y que Berlin hubiese ganado un American Book Award porque enturbia el mito del nadie-supo-quererla) para que así el cuento de su vida sea luego contado y conocido de pronto por todos a partir de los cuentos de su obra. 

Y –detalle inquietante– pareciera que no existen muchas fotos de Berlin (Alaska, 1936-California, 2004) ya con una digna y curtida edad madura, antes de morir a los sesenta y ocho años de edad. O tal vez sea que los departamentos de marketing/publicidad de sus muchas editoriales en tantos idiomas han optado por no difundirlas por algún motivo. O quizás Lucia Berlin no se haya tomado ninguna foto después de los treinta y pico, piensa Rodríguez. Todo es posible y no hay que ser malpensado, ¿no?

CUATRO Pero el exaltado prólogo de Una noche en el paraíso a cargo del también fallecido hijo Mark Berlin (sustituyendo al mucho más preciso y revelador y útil de Lydia Davis en Manual...) así como la publicación en tándem en inglés de la más bien prescindible memoir inconclusa + cartas + fotos  Welcome Home (y en la que deja bien asentada una cierta tendencia al auto-sabotaje de su propia carrera) son pasos más bien apresurados en dirección de la fan-mitomanía por la póster-girl que hacia una renovada certificación de un talento. Aquello a la altura o tal vez por encima (porque el realismo de la Berlin sorprende al ser trufado por frases a menudo desconcertantes en el mejor sentido de la palabra) de lo de Raymond Carver. Eso con lo que Berlin hizo una soberbia magia modesta la hora de contar gloriosas miserias con colores y cadencias que, por momentos,  recuerdan a las primeras fotos de Nan Goldin o a las canciones de siempre de Rickie Lee Jones. 

En resumidas cuentas y cuentos y por encima de tanto ruido y euforia: Una noche en el paraíso reúne logradas páginas de circunstancia, bosquejos muy inspirados y más de un relato perfecto transcurriendo en parajes más “exóticos” y siguiendo de manera más ordenada el anguloso arco del tránsito de su autora. Lo que no es poco, lo que es mucho. Y lo que contribuye una vez más a –como Rodríguez– ser berlines. Pero sin por eso tener que sentirse en la obligación de renunciar a la visita a tantas otras ciudadanas más que dignas y muy merecedoras de conocerse o de reconocerse. 

Buenos viajes para todos hacia todas, piensa Rodríguez.

CINCO Y Rodríguez se imagina un libro escrito por algún marido o novio o amante ocasional de Lucia Berlin. Instrucciones para hombres que tuvieron que aguantar a una mujer más bien inconstante pero que escribía muy pero muy bien, podría llamarse el volumen donde se reunirían cuentos narrando lo nada sencillo que fue vivir junto a esta chica volátil y más bien poco estructurada pero de prosa sólida e impecablemente redactada. Pero se dice que no, que mejor no, que no tiene gracia, y que se va a meter en muchos líos con esos chistes. Así que Rodríguez cierra la tapa de esa idea. Mientras tanto –en la noche oscura del alma y detrás de una de esas ventanas encendidas– trabaja el hombre más inteligente, sensible, tierno y valiente y, seguro, el mejor escritor de la que hayas oído hablar nunca. 

Todavía no, pero todo se andará y ya será su momento y su moda. 

Hasta entonces, a recorrer un largo camino, muchacho.

Manos a la obra. 

De la vida –no te preocupes– ya se encargarán otros.