Miguel Lifschitz es, quien lo duda, una pieza clave en la estrategia socialista. Su coqueteo nacional con Roberto Lavagna, Ricardo Alfonsín, Margarita Stolbizer y hasta Sergio Massa; responden a una necesidad personal de proyección política al estar impedido de ser reelecto en la provincia; pero también acuerda con las necesidades de su partido de volver a tener un pie en la escena nacional de la que prácticamente había desaparecido. Lo repite una y otra vez: "Nosotros no somos el Movimiento Popular Neuquino, no somos una fuerza exclusivamente provincial", dice Lifschitz a propios y extraños aunque la realidad ponga en duda por el momento semejante afirmación.

El otro objetivo que persigue la presencia en la escena nacional es el de quebrar la influencia que ésta pueda tener en Santa Fe aunque las elecciones sean separadas. Por eso Lifschitz insiste tanto en que "no hay destino para el país si nuevamente tiene que optar entre Macri y Cristina". La polarización no es negocio para el socialismo y pretende reforzar su idea de que en la provincia "no existe la grieta". Lo cual es bastante cierto al tener existencia real una tercera fuerza: Precisamente, el socialismo.

Pero no pierden de vista que Cambiemos y el peronismo estarán en cancha en Santa Fe con sus mejores hombres y mujeres para dar la batalla. El socialismo calcula que sus oportunidades se centran en que el electorado soslaye la profundísima y prolongada crisis en seguridad, y que los encuentre parados como una alternativa política a pesar de los 12 años de poder que completarán en Santa Fe. Su cosecha estará, desde su punto de vista, en captar a los decepcionados de un lado y de otro, evitando que adquieran peso los propios decepcionados con la administración socialista.

Puede parecer una contradicción pero no lo es: Nacionalizar el debate político en la provincia para evitar su influencia directa en la puja santafesina.

Esto además les permite colocar a la crisis económica y a su responsable directo en el centro del debate. Es una advertencia sobre lo que podría hacer el PRO gobernando Santa Fe. Y esto a su vez puede disimular el punto flojo de la inseguridad.

Pero Lifschitz, Antonio Bonfatti y compañía saben que el adversario directo a vencer será el peronismo. Ahí les resultará muy difícil adosarle los puntos negativos del kirchnerismo a candidatos como Omar Perotti y María Eugenia Bielsa. Por eso piensan en el cajón de los recuerdos. Aquel viejo arcón de souvenires reutemistas ligados a los neoliberales años `90 donde las privatizaciones dejaron sus secuelas también en Santa Fe.

Pero la efectividad de ese recurso es dudosa. No hay como el material fresco para trabajar en política. Historiar argumentos, desempolvarlos y darles nuevos aires para dotarlos de algo de actualidad, no es una tarea sencilla. Pero lo intentarán de todos modos.

Así surgirá el argumento de la privatización del Banco de Santa Fe donde Perotti jamás tuvo el poder de decisión que el PS quiere otorgarle. Era en esos momentos un funcionario técnico de tercera línea del Ministerio de la Producción. El propio Perotti ya respondió sobre ese tema y contraataca preguntándose por qué en 12 años de gobierno socialista no propusieron volver a tener un banco en manos del Estado.

El otro intento abarca al peronismo en general y pretende señalar que hubo funcionarios durante el gobierno de Jorge Obeid interesados en que la brasileña Odebrech -ligada a escándalos de sobornos políticos en su país y en toda Latinoamérica- se haga cargo de los acueductos que tanto necesita la provincia.

En esa parte le adjudican a Hermes Binner el rol "heroico" de haber frenado la licitación apenas asumió el gobierno en 2007. En rigor, por esos años Odebrech no tenía la fama que hoy tiene y ni Binner ni nadie suponía que la megaempresa distribuía enormes cantidades para quedarse con obras públicas. Además, como se supo después, todas las constructoras grandes hacían lo mismo. Binner tumbó la licitación en desacuerdo con el diámetro de los tubos requeridos para la megaobra y con la idea de controlar su propio proceso adjudicatario de lo que será la obra de infraestructura más importante de Santa Fe. Pero esa decisión retrasó todo el proceso y hoy, a más de una década de aquel incidente, las obras no están terminadas.

En Rosario la estrategia del socialismo se basa en la recuperación de imagen de la gestión ligada fundamentalmente a los efectos desastrozos de la política macrista. Es grave que haya tantos homicidios en esta ciudad que sigue manteniendo la tasa más alta de la Nación, pero también es grave ver decenas de locales comerciales vacíos en pleno centro, negocios de más de treinta años que cierran sus puertas y unas 160 esquinas comerciales que tienen el cartel de "se alquila" desde hace unos meses. La actividad gastronómica y hotelera es la que está pagando las consecuencias más graves de esta crisis. Rosario, como ciudad de servicios, muestra estos rasgos con más crudeza que otros territorios.

La salud pública del municipio sigue captando a "caídos del sistema" todos los días y esta es una ventaja indescontable para una política pública que es exclusiva del socialismo y que en momentos como éste aparece con más fuerza que nunca. Una cosa es que alguien te cuente una crisis o las ventajas de una política sobre otra. Pero una situación muy distinta es vivirla de cerca, haber perdido una obra social por no tener como pagarla y recibir atención medica de excelencia gratis en un hospital.

Desde el punto de vista electoral la caída libre el PRO en la ciudad es el rasgo más distintivo de los últimos meses. El principal candidato está ausente casi de toda actividad, de todo debate y ya no parece ser sólo un instinto de preservación. Roy López Molina demostró lo suyo al imponerse en la interna de 2017 a Anita Martínez, pero es claro ahora que fue el lustre de la marca Cambiemos la que lo llevó a ganar en casi todas las seccionales de la ciudad. Hoy el panorama es muy otro y aquí el escenario nacional tendrá su peso a la hora de contar los votos en las generales de junio.