"Dibujos realizados con pincel, plumín y Pelikan Graphos". Tal es el título completo del libro de Mele Bruniard que la editorial Iván Rosado estará presentando a mediados de febrero. Conocida por una extensa y premiada trayectoria como autora de xilografías (grabados en madera), Mele Bruniard no reveló hasta hace poco el tesoro secreto de su obra como dibujante, una selección de la cual se publica reunida en este libro. Fotografiados por Lucía Bartolini y Carla Colombo, los dibujos pertenecen principalmente al período 1952 a 1969; los dos últimos son de fines de los años '80 (1987 y 1988).

La galería Diego Obligado causó sensación cuando hace cinco años expuso unos dibujos suyos de comienzos de los años '60, que se encuentran reproducidos en esta nueva publicación. Unos capullos de bicho canasto, un tronco en forma de toro, unas semillas que brotaron inesperadamente y un repollo cortado al medio fueron la excusa para desplegar, a partir de cada uno de estos objetos naturales encontrados, unos caprichos barrocos desbordantes de imaginación.

El libro es el formato perfecto para estas piezas que capturan la mirada en una contemplación interminable. Allí la mancha y la línea, libradas al juego surrealista de la asociación libre, no sólo se deslizan entre los reinos y van creando híbridos fantásticos entre animales y plantas, sino que además en ese mundo en blanco y negro nacen unos personajes completamente nuevos. "Los formiguris" es el neologismo que la artista inventó para nombrar unos bichos que no se sabe qué son, pero que sin duda están ahí, ya que tienen ojos y se miran entre ellos. El fluir de la forma añade ojos donde menos se los espera y así es como cada curva engendra un nuevo ser.

Lucía Bartolini
Uno de los dibujos de Bruniard, de 1969.

Es la primera vez que se publican sus dibujos. Ilustradora, con sus grabados en madera, de una edición de 1955 de los Cuentos de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga y autora del mural cerámico del hall central del Centro Cultural Fontanarrosa, Mele Bruniard obtuvo el prestigioso Premio Trabucco en el año 2000. Publicaciones anteriores de su obra fueron las carpetas de grabados originales editadas por Emilio Ellena en 1959, su libro Bestiario (1999, con prólogo de Angélica Gorodischer) y el libro de Nancy Rojas y Nadia Insaurralde que acompañó su retrospectiva gráfica en el Museo Castagnino en 2012.

Nacida en 1930 en Reconquista (provincia de Santa Fe), Nélida Elena Bruniard se radicó en Rosario en 1942. En esta ciudad (y no necesariamente en ese orden) se formó y ejerció muchos años como docente especializada en arte, descubrió los grabados de Durero en el taller de Juan Grela y se casó con el pintor Eduardo Serón. Su nombre artístico, Mele, es el apodo que recibió de su abuela ciega, quien la crió. En los ratos libres que le dejaba su trabajo de profesora en la Escuela Provincial de Artes Visuales, llenó cuadernos y cuadernos (inéditos) con nombres de animales y plantas en diversos idiomas de los pueblos originarios. De taxonomías, enciclopedias y diccionarios extrajo durante años los nombres científicos de caracoles marinos (listas enteras), que transformó en el idiolecto de los personajes de su obra xilográfica, y cuyo sonido le divierte pronunciar en voz alta.

El nuevo libro expresa una polaridad característica del arte de la segunda mitad del siglo XX: un arte escindido entre su austera fachada modernista, rigurosa, racional, y un universo oculto de excentricidad, magia, humor y fantasía. Es el desgarro característico de la Modernidad, que siempre tuvo una faz exotérica y otra esotérica; un desgarro que en Mele Bruniard se plasma en los elementos formales como contradicción entre el plano, por un lado, y por el otro la línea y la mancha. El plano de tinta, en Mele, implica proyectar, pensar en el futuro: equivale a bocetar por sectores el taco de madera que será desbastado y entintado para la estampa. La mancha y la línea, en cambio (y sobre todo, la línea), operan en un puro presente: la mano y el ojo van construyendo un mundo de criaturas de la imaginación a medida que avanzan poblando el papel.

La Mele más mostrada (su faz exotérica) es la de la forma plana, el grabado, cuya ejecución implica futuro y proyecto, no sólo en el paso del boceto a la estampa sino en la idea de edición. La faz esotérica y oculta, que se da a conocer recién ahora en este nuevo siglo, radica en un mundo mágico de personajes absolutamente sui generis que habitan el jardín del puro presente, cultivado en las horas acaso felices de gozosa improvisación con mancha y línea. Ese lado B se nutre de la misma inspiración que los antiguos grimorios y libros de alquimistas que evocaban el alma del mundo. Hay una Mele diurna y una Mele nocturna, así como hubo músicos del siglo XX que de día componían sinfonías y de noche se divertían improvisando con sus amigos. No es esta última, como prejuicios superados podrían hacer suponer, una obra "menor". Y en un tiempo que valora la singularidad y el instante presente, estos scherzos secretos prevalecerán.