Los vertiginosos cambios que la diversidad sexual y la lucha de las mujeres imprimen en el sentido común producen a veces mayúsculas desorientaciones entre los sujetos masculinos. Actitudes que antes eran tomadas como "normales" o admitidas hoy son cuestionadas de raíz y en muchos casos los descendientes de Adán quedan tan expuestos como desubicados. Vaya como ejemplo el muchacho que el día de la primavera aparece con flores para agasajar a sus compañeras de trabajo, grupo de estudio o gimnasia y de plano recibe un unánime rechazo; el señor que se ofrece para hacer el asado ante la mirada enfurecida de la joven ya dispuesta a prender el fuego; para no hablar de los caballeros que ceden el asiento a la joven que los mira cual dinosaurio resistente a su ya consumada extinción. Desde ya, se trata de escenas por lo general sin mayores consecuencias propias del inevitable reacomodamiento de hábitos, actitudes, gestos y códigos, hasta hace un tiempo, vigentes en la relación entre los sexos. El tema se complica un poco más cuando pasamos al ámbito de la seducción, ese acercamiento que supone la ruptura -por más tenue que ésta sea- de un cierto clima, orden o nivel, para pasar al riesgo propio de una situación en que se comprometen los aspectos más íntimos de un sujeto. Se trata de una zona nebulosa en que la suma de encantamiento, miedo, prejuicios o fobias hacen a veces muy difícil para una persona discernir qué en ella o él -cualquiera sea su sexo anatómico- está operando para consentir o no a una propuesta cuya índole dista por completo de elegir entre tomar té o café. Esto se intensifica de manera exponencial en el caso de adolescentes cuyos cuerpos recién comienzan a experimentar los efectos de compartir una experiencia sexual. En este punto resulta preocupante el hábito del escrache por abuso en las redes sociales cuando el destinatario es un menor de dieciocho años, esto es: un niño, tal como lo considera la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, o un joven que ronda esa edad. Desde ya, tan cierto es que un adolescente es capaz de hacer mucho daño como que ser objeto de un escrache puede reportar para un menor serias consecuencias. (De hecho, pocas semanas atrás se suicidó un joven en Bariloche, abatido por el escrache sufrido en las redes a raíz de una denuncia de abuso que luego la propia denunciante admitió como falsa**). Es que terminar sentenciado ante los ojos de miles de personas no parece una buena vía para que un chico reconsidere su manera de actuar, si es que de eso se tratara. Sobre todo si su acción -a veces tan solo un abrazo, un beso, una caricia o hasta una mirada-, sucede por ignorancia, apuro, torpeza, malentendido y todos los desarreglos que el deseo genera cuando el cuerpo se prueba las primeras ropas en el arte del amor. En este punto resulta fundamental la asistencia que el entorno de los mayores presta para que un/a púber o adolescente acceda a construir el juicio íntimo necesario para discernir entre una agresión o una torpeza. Una razón más para que los adultos revisen sus propios hábitos, prejuicios y temores en el siempre inquietante encuentro de los cuerpos. Se trata de que la prudencia deje de ser un modelo de conductas estereotipadas para constituirse como la distancia con que un cuerpo, abierto a la invención, elige plantarse frente a la novedad, cualquiera sea la connotación que la misma arrastre consigo, y las consecuencias que de ella se deriven.

*Psicoanalista.

**www.pagina12.com.ar/165448-dejemos-de-exponer-a-los-chicos