El festival argentino de rock más antiguo entre los vigentes es el Resistiendo y se realiza en La Quiaca cada enero desde 1997. Se trata de un encuentro de bandas del norte argentino y del sur boliviano en una de las ciudades más emblemáticas de la frontera entre ambos países. Gabo Alcoba, su organizador, explica el nombre y el concepto: “Desde acá resistimos al avasallamiento social y cultural de esta región olvidada, pero también los cambios de clima que vivimos cada día por la amplitud térmica y la variación entre estaciones. En la altura, uno sufre hasta cuando se ríe”, dice del otro lado del teléfono, sonriendo.

El próximo fin de semana, el Resistiendo llegará a su edición número 23 con veinte bandas, y en un amplio predio sobre el río Toro Ara, debajo del primer puente de la ruta 5 que va de La Quiaca hacia el cercano pueblo de Yavi. Un entorno que nada tiene que ver con la locación inicial del Resistiendo: el patio de Gabo. La casa del músico y agitador cultural quiaqueño quedaba en medio de una amplia manzana, y se accedía únicamente atravesando algunos pasillos. De hecho, cuentan que la policía local estuvo dando vueltas horas y horas en busca de esos tronidos que alteraban la tensa calma del altiplano fronterizo, aunque sin éxito.

Independiente, autogestivo y “corredizo”, porque las locaciones fueron variando con el tiempo, el Resistiendo se terminó imponiendo en la Puna como un núcleo rockero más allá de la influencia del folclore local, el andino. “En el pasado, el folclore fue resistencia por sus características y la gente que lo tocaba. Aún no existía el rock, aunque de haber existido, esos tipos sin dudas hubiesen sido rockeros”, sostiene Alcoba. “Hoy el folclore comercial se va para la fiesta y la joda, tratando de emular a la cumbia o al reggaetón. Y muchos sentimos que lo que decía el rock estaba más cerca de lo que vivíamos día a día.”

“Igualmente, la música andina nos representará por siempre, ya que además de sonidos es vivencia y paisajes”, aclara Gabo, músico de dos proyectos que sincretizan el rocklore: Cockena (con el que hace Coquear, una celebrada reversión local de Cocaine de Eric Clapton) y Chulpa, “mezcla de heavy y copla”. Ésta última será una de las dos docenas de bandas que agitarán el Resistiendo durante el sábado y el domingo, entre el mediodía y las diez de la noche, hora en la que el frío empieza a arrinconar hasta a los más templados.

En la cartelera conviven grupos de las “metrópolis” jujeñas como Melodía Rebelde (con miembros de La Yugular) de San Salvador, los ledesmenses Mal Polvo y Pobre Chango (la banda que tocó en el Resistiendo más veces que ninguna) o el solista Agustín Dry, de Palpalá. Tres ciudades que están a entre 300 y 400 kilómetros de La Quiaca, lo que para la geografía jujeña equivale a mucho. En tanto que Hediondo, Vehemente y Efisema Social serán algunos de los valores de la ciudad anfitriona. Y, más allá del Río La Quiaca, bajarán para derramar rock boliviano en el norte argentino Órganos Vitales y La Estibadora, de Villazón, y Oveja Negra, de Tupiza. Las bandas cercanas cargan sus equipos a pie o en vehículo, mientras que las lejanas se las rebuscan para llegar como pueden, incluso a dedo.

“En vez de hacerles caso a los mapas, tendríamos que hacerles caso a los satélites”, sostiene Gabo. Se refiere al flujo humano y cultural que recorre una y otra vez el puente que separa La Quiaca de Villazón; lo mismo que decir Argentina de Bolivia. “Si mirás desde arriba, por ejemplo desde el Google Earth, es el mismo pueblo. Incluso la misma conformación de las calles. Es una continuidad. El río no divide sino que junta: La Quiaca y Villazón son la misma ciudad pero espejada. Hablamos igual, caminamos igual, comemos lo mismo y coqueamos de la misma hoja. Lo demás es artificio.”

Lo que para algunos pareciera ser cruzar de un país a otro, para Gabo era ir desde su barrio hacia el que estaba al lado. Así, yendo de La Quiaca a Villazón con amigos cuando adolescente, descubrió el Verano Rock, un festival que ya suma 35 años y se jacta de ser el más antiguo de Latinoamérica. Viendo el festi de Villazón, Gabo y unos amigos imaginaron algo igual, con bandas de rock levantando el polvo del desierto andino, pero hacia este lado de la frontera.

El Resistiendo pasó por muchos lugares. Como la cancha parroquial que cedió el cura español Jesús Olmedo, “a quien algunos tildaban de zurdo porque se acercaba a la gente y les daba espacio a los rockeros”, defiende Gabo. Fue el mismo año en el que apareció otro español, el músico de barricada Oskar con K, quien se encargó de llegar por su cuenta hasta la terminal de La Quiaca para conocer y tocar en ese festival tan pequeño pero tan gigante. A partir de entonces, la cancha parroquial fue rebautizada “Cancha pa’ roquear”. Luego tomaron un club de bochas abandonado, pero el espacio fue reasignado al Sedronar, la Secretaría de Políticas Integrales Sobre Drogas.  Y en 2001 decidieron mudarse por un tiempo a Yavi. “La gente se levantaba en todo el país, también en La Quiaca, y como muchos de estos participaban del Resistiendo, nos prohibieron”, recuerda Alcoba.

La entrada para el Resistiendo 2019 es a voluntad e implica comprar un DVD con un tema de cada artista que participa. Hasta allí procesarán los rockeros del altiplano para acampar durante dos días de música en altura. Este año, por primera vez, el encuentro tendrá un escenario propio y no prestado, hecho a mano. Todo es muy selfmade, pero también muy épico: a base de insistencia, con los aciertos y ajustes de todo proyecto alternativo, el encuentro empezó a ser representativo de un determinado espíritu de época de la juventud jujeña contemporánea. Al punto de que incluso una estudiante de Comunicación Social trabaja en una tesis sobre el Resistiendo para licenciarse en la Universidad Nacional de Jujuy. A ella, que nació en Abra Pampa y se llama Mariana Méndez, no se la contaron: tocó varias veces con su banda, dándole pulso femenino a un encuentro donde las mujeres también resisten a través del arte.