“Indispuesta”, “en esos días”, “la regla”, “días femeninos”, “¿te vino?”, “¿estás con Andrés?”… Las personas que menstruamos aprendemos de modos explícitos pero también sutiles que la menstruación es una desventaja, algo vergonzante y que hay que ocultar. Nadie lo debe notar, no hay que hablar de eso con los varones, no es agradable tener relaciones sexuales durante la menstruación –son algunas de las reglas que se imprimen sobre nuestros cuerpos sexuados–. Estas ideas sobreviven en las costumbres, mitos, publicidades, farmacias, iglesias, en lo que se dice y en lo que se calla. Como explica Magdalena Rohatsch la información y las fuentes a las que accedemos, las explicaciones y los significados que utilizamos impactan en la vivencia de la corporalidad y, por ende, también en la menstruación. Es por eso que para transformar la experiencia es necesario modificar lo que aprendemos en relación a la corporalidad. Aquí la escuela podría cumplir un papel democratizador.

En la escuela prima un discurso centrado en aspectos de la biología y no se alude a cómo pensamos, sentimos y significamos la menstruación. Las explicaciones están asociadas a las concentraciones hormonales y a comprender en qué momento del ciclo ocurre la ovulación, con el fin de explicar la fecundación y la anticoncepción. Esto resulta problemático dado que las personas menstruamos varias veces al año (con variaciones) y no nos embarazamos o lo hacemos pocas veces en la vida.

También es importante preguntarse ¿todas las mujeres menstrúan?, ¿hay varones que menstrúan?, ¿menstruar implica tener deseo de ser madre? Corriéndonos de la dicotomía impuesta y desde una posición donde “no se nace mujer, se llega a serlo” (como escribió Simone De Beauvoir) ser parte de este grupo no depende de la presencia o ausencia de útero, ni del sangrado menstrual.

En las escuelas habitualmente se enseña un cuerpo modélico y se utiliza un lenguaje experto que en ocasiones enajena a lxs jóvenes de sus experiencias y del saber sobre su cuerpo. La escuela aporta a reproducir la cultura menstrual hegemónica, no produce nuevos saberes ni colabora con la construcción de una mirada crítica. 

Visibilizar procesos corporales que vivimos muchas mujeres y las personas trans es un gesto político. Es por eso que es necesario limar las asperezas entre el cuerpo biológico y el cuerpo social. Este cambio de mirada habilita a poner en diálogo los campos de la biología y las ciencias sociales y se transforma en una potencialidad para hacer Educación Sexual Integral. Se trata entonces de retomar la potencia de las explicaciones biológicas en articulación con la experiencia vivida y la revisión de los significados que la cultura dominante le asigna a los cuerpos sexuados.

Micaela Kohen. Doctora en biología en el área de didáctica y especialista en educación crítica, género y nuevas subjetividades.