La presencia de Calu Rivero en la pantalla no la muestra solo a ella, sino, la fuerza del feminismo que también irrumpió en la pantalla con la novela Campanas en la noche, por Telefe. A pesar que el programa fue amenazado con un boicot arengado por los grupos anti derechos, tuvo un muy buen arranque con 11 puntos de rating. “Es otro el escenario”, define Calu. Hace seis años sufrió machismo en la televisión cuando grababa Dulce amor. Durante cinco años no pudo trabajar. Se sintió completamente desdibujada. La respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” no arrojaba respuestas, sino miedos. Pero se animó a viajar sola y a hacerse más preguntas. Hasta que llego la respuesta: “una mujer digna” y no una, sino muchas, muchas que son todas. Marchó el 8 de marzo del 2018 en el Paro Internacional de Mujeres y se envalentonó por los abrazos que la alentaban a no bajar los brazos. Los brazos en los que sostenía la consigna “No es no y no me hace una chica caprichosa”.  

Además de la novela quiere filmar una película con su mamá, Rita Martínez, para no esperar que le escriban las historias que quieren contar y confiar en el poder de su propia mirada. También va a sacar un libro con Editorial Planeta, en marzo, con fotos, textos, historias y un recorrido que ya no es lineal. “Se va a mostrar mi parte más real, más genuina, sin intermediarios”, cuenta. Y el cielo encapotado de Buenos Aires, en un verano de agua endemoniada, no la amilana entre los gritos de las chicas que la alientan y de un micro escolar que abre sus puertas en receso con varones que gritan mientras los graffitis muestran todas las formas de decir qué hay en disputa. “No entienden nada”, dice. Y sonríe. Porque el cambio nunca deja todas las batallas ganadas. Pero la calle es parte de una pulseada que no se gana a las escondidas, sino con una visibilidad que –con todos los embates– la muestra a ella como parte de las que ya no quieren desdibujarse ni esconderse de nada. 

–¿Qué sentís después de la denuncia de Thelma Fardin? ¿Qué le dirías a ella?

–Lo peor ya pasó. Es importante saber que no hay nada peor que lo que ya viviste y que no estás sola. 

–¿Te parece importante haber hablado para que otras puedan hablar hasta llegar a la denuncia de Thelma sobre Juan Darthes?

–Yo registraba que él no registraba el límite, que no me escuchaba cuando le decía “no es no” e identificaba que me hacía un mal físico que no lo podía explicar. En mi cabeza no existía que haya llegado a hacer lo que cuenta Thelma en su denuncia. Es fuerte que salió todo esto después de hablar. Hay personas que están encubiertas y temas que están invisibilizados. Agradezco mucho y valoro mucho que se acompañe la denuncia. Es importante estar unidas. Lo más importante es que él no lo hace más y muchos no lo van a hacer más. 

–¿Qué balance hacés después de tanta vorágine ante no sólo hablar sino ser denunciada por contar tu experiencia?

–Es impactante resaltar todo lo que paso en tan poco tiempo. Me vi juzgada en situaciones muy injustas y si bien sentía, muy adentro mío, que en algún momento la verdad iba a buscar la luz paso todo tan rápido que terminó siendo una sorpresa inesperada. Viví todo lo que paso desde que Thelma habló como a una chica que le estaba pasando algo, pero sin poder creerlo, sobre todo cuando me pidieron disculpas. Llegué más lejos de lo que creí que podía llegar. Nadie se imaginó que íbamos a llegar tan lejos y nos íbamos a unir, cambiar, activar empatía y escucha. Hubo un cambio en la Argentina ante este caso. No hay lugar donde no se hable del tema y del rol de la mujer hoy. Se desató algo que queremos que pase. Las marchas de Ni Una Menos lo vienen haciendo y dijimos “basta”.

–¿Cómo fue que decidiste hablar por primera vez?

–Desde la inconsciencia o la valentía lo decidí contar porque yo no lo aguantaba más adentro mío. Yo sentí que algo no estaba bien, que una persona no ponía un límite y que yo no lo iba a aceptar porque soy una persona digna. Era impensado que se desate todo esto. Es muy fuerte que como sociedad podamos pensar. 

–Hay sectores que reaccionan contra las denuncias por violencia machista. ¿Cómo tomás esas expresiones descalificativas?

–Siempre le voy a dar más importancia a la gente que hizo el click que a la gente que no. A la gente que no entiendo, creo incluso, que les falta amor. Yo siempre voy a estar del lado de la gente que cree y que quiere que esto no le pase a ninguna mujer ni hombre más. Si bien la sociedad está violenta porque se ve cuestionada e interpelada hay que pasar el momento para llegar a un lugar de entendimiento y armonía. Los cambios se hacen con amor.

–Vos te fuiste de la novela Dulce amor y decían que te ibas a estudiar inglés y que eras engreída. No agachaste la cabeza. Decidiste hablar. Y participaste de la marcha del 8 de marzo. ¿Cómo fuiste decidiendo subir los escalones en la apuesta contra la violencia machista?

–Yo creo que fue una decisión muy interna mía de decir “a la mierda”. ¿Por qué dejo de ir a una marcha de Ni Una Menos porque me van a decir que soy de este partido o del otro? ¿Por qué voy a dejar de hablar porque la gente va a pensar que lo hago por fama? ¡Basta! Decidí empezar a vivir la vida que yo quiero vivir y de la manera en la que yo quiero vivir. Es la única manera de sembrar algo porque sino somos títeres de lo que la gente espera. Y cuando la gente pensaba que yo la estaba pasando mejor, en un programa de súper éxito, peor la estaba pasando. Por supuesto, la gente no quería que yo deje ese personaje, los productores querían que siga generando ese éxito, todo un sistema quería que siga ahí. Y en un momento tuve que priorizar mi dignidad y decir “hasta acá aguanto. No me interesa todo esto”. Por eso, cuando hablo con Catalina Dlugi, por primera vez sobre lo que me había pasado, que ni siquiera lo tenía pensado, porque era una bomba que en cualquier momento iba a salir, decido ir a la marcha del 8 de marzo e ir a ver a Thelma cuando contó su verdad públicamente, son momentos en donde decidí lo que quería ser sin importar lo que pase. Por no ser fiel a lo que quería hice cosas que no quería. ¿Tendría que haber hablado antes? Sí. Pero no quería traer problemas a la productora. Y el callar enferma y hablar sana. Te das cuenta de que no estás sola, te das cuenta que hay gente que te puede ayudar.

–¿Marchar con el feminismo el 8 de marzo te sacó de un lugar singular y sentirte parte de un movimiento colectivo?

–Cuando fui a la marcha me salí de mí. Por eso es tan importante hablar. Porque lo sacas de tu cabeza, donde es enorme, y lo haces de todas. Cuando lo compartís con las mujeres te das cuenta que te dicen “me pasó algo parecido”. Ahí lo haces una lucha de todas. Sentí que el feminismo era mi segundo hogar y que lograba borrar los comentarios que me habían hecho tanto daño. Me salí de mí para ser todas. Es una lucha de todas. Está buenísimo que se hable y se escuche. De golpe estas en el supermercado y vine una señora y te dice “sufrí un abuso de chica”. Pero es importante leer de feminismo, ir a charlas y a marchas. No lo entendés hasta que sos parte. 

–¿Te sentís parte de la pluralidad del feminismo?

–Sí. Yo me siento una más. Por ejemplo, fue increíble el recital de Tita Print en Casa Brandon y poder leer con ella. Yo soy una persona que nació en un pueblo chiquito, en Recreo, en Catamarca y que se formó en Córdoba y vino a Buenos Aires para actuar. Hay que involucrarse en espacios desde la música y la lectura. Nos estamos moviendo. Tal vez en la televisión no se veía pero está sucediendo en lo social. 

–¿La televisión era o es el ámbito de mayor resistencia a los cambios de género?

–Costó mucho, pero se habló y se mostró. Dejaron de poner el graph de “la catarsis de Calu Rivero”. Y no era una catarsis. Pero hay que poner el foco a lo que está bien y a las que hace tanto años pelean para que esto cambie, no a lo malo. 

–No todas las personas deciden o necesitan lo mismo, ni sienten las reparaciones de la misma manera. Vos siempre dijiste que las disculpas te importaban. Y después de la denuncia de Thelma varios actores (Sebastián Estevanez, Florencia Vigna, Mariano Martínez, etc.) te pidieron disculpas. ¿Cómo viviste las disculpas en un sentido personal y social?

–Las disculpas cuando son reales y sentidas son actos que nos engrandecen como sociedad. Es tanto el daño que a una le causo ver que tal persona lo avalaba que solo quiero que las disculpas sean reales y que esto no se haga más. Después de lo de Thelma yo quiero que ella no sufra más, que sane y que nadie más lo viva. El tema es que no vuelva a pasar. Antes de juzgar hay que ponerse en los zapatos de la otra persona. Hay que ser más consciente del dolor ajeno y escuchar a la mujer. Queremos tener los mismos derechos, ir tranquilas a trabajar, movernos tranquilas por la calle. 

–El decía “que esto se aclare en la Justicia”, pero te demandó a vos en una causa que no está cerrada y en la que no estaban en discusión los hechos que vos denunciabas. ¿Cómo fue tu decisión de enfrentar esa causa judicial?

–Yo fui a Tribunales y tuve que ponerle el cuerpo a algo que sufrí y él no fue. Yo tuve que pedir el día de mi trabajo para poder ir, poner los abogados, es todo un movimiento. Es indignante e injusto. ¿Hasta dónde vamos a seguir siendo nosotras las que vamos a pagar por todo esto que no lo buscamos? Me hace un juicio por daños y perjuicios. Nada va a determinar que es culpable o inocente. La Justicia va definir si le hicimos daño o no. Porque lo mío está prescripto. El ni siquiera fue. No le interesaba que la justicia defina, sino callarme. Pero lo que buscan es asustarte. Porque te asusta que te lleguen cartas, poner abogados, que te llamen a mediación. Si las mujeres contaran con abogados y apoyo psicológico hablarían más. Nos cuesta hablar porque el machismo mete miedo. Pero el tiempo acomoda las cosas. En la ola gigante no ves más que la ola que se te viene encima y hay que atravesarlo. Pero también la Justicia tiene que dar soluciones. No es un lugar cómodo para ninguna mujer exponerse a decir estas cosas porque es volver a revivir todo. Ahora tiene que cambiar desde otro lado. 

¿Cómo vivís, después de sentirte desdibujada, volver a protagonizar una novela en Telefe como un emblema de una mujer empoderada en Campanas en la noche?

–En las grabaciones estaba feliz y cuando llegó el momento de la presentación de Campanas en la noche me dieron el micrófono para darle la bienvenida al programa. Ahí me cayó la ficha de todos los años que no estaba ahí, en ese lugar...

–Sin tener voz...

–Me empezó a latir el corazón que no lo podía manejar. Le tuve que decir a Esteban (Lamothe), coprotagonista de la novela, “tocame el corazón” porque no lo podía creer. Fui consciente de que volví y que volví digna. Me siento entera y eso es lo más hermoso. Fueron cinco años muy angustiantes, de los 24 a los 31 años, estaba desdibujada, no sabía quién era, no sabía si era actriz, estaba ensimismada en el dolor.

–¿Cómo es el personaje de Campanas en la noche?

–Es una víctima de violencia de género pero lo que más me interesó de ponerle el cuerpo al personaje de Luciana es que se cuenta cómo la pueden hacer mierda y todo el proceso que lleva salir de la oscuridad. A veces no se puede pegar el grito de “basta”. Es interesante que se cuenta lo difícil que es hasta que se hace click. Y entender que lo que vivía no es amor, sino control y manipulación. En la sociedad en la que estamos viviendo hoy matan, violan, manipulan. Por eso la novela interpela. 

–¿Cómo ves los cambios generacionales y los cambios con tu propia mamá (Rita Martínez) y tu hermana (Mariou Rivero)?

–El diálogo cambia el diálogo. En la dictadura se decía “el silencio es salud” y hoy estamos con mi madre con toda la energía en hacer una película con un guión que ya escribimos para contar otro tipo de personajes. A mí sólo me daban personajes de la chica sexy y atrevida. Antes no era consciente y ahora sí. Hicimos una unión creativa con mi madre. Y nos preguntamos: “¿Si somos power por qué vamos a esperar que ese personaje venga? A la mierda con todo, no voy a esperar que llegue ese guión, lo voy a hacer para mostrar nuestra sensibilidad, inteligencia, contar las historias que queremos contar, de la manera que queremos contar”. Con mi hermana socióloga tenemos conversaciones muy hermosas. Y lo mejor que nos pasó es que se generaron otras conversaciones más profundas. La revolución de los hijos viene con otra cabeza: que se puede gustar de quien se quiera gustar, vestirse como se quiere vestir y lo mejor es que las niñas no entienden el maltrato.