“Si aceptamos que las plantas tienen otras formas de pensar, sentir, comunicarse, otra forma de ser inteligentes, de consciencia y otra noción del tiempo, quizás podamos ver transformarse nuestras propias nociones de lo que es pensar, sentir, estar, comunicarse, ser consciente”: ésta es la premisa de Estado vegetal, obra de la dramaturga y directora chilena Manuela Infante, que se podrá ver hoy (a las 21), mañana (21) y el  domingo (20.30) en el Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530), en el marco del FIBA. Con esta obra, la autora –quien ya estuvo en  Buenos Aires en 2013, con Cristo y Zoo– profundiza el giro hacia lo no-humano que venía planteando en trabajos anteriores y traslada a la escena procedimientos del mundo vegetal.

El reconocido trabajo de Infante ha trascendido fronteras. Pasó por festivales de Sudamérica, Norteamérica, Europa y Asia. Estado vegetal es “un monólogo de muchas voces” en el que Marcela Salinas –que también participó de la dramaturgia– encarna a varios personajes. Es un diálogo entre los seres humanos y las plantas, según se puede leer en la sinopsis. Con sus propuestas, Infante viene discutiendo la lógica antropocéntrica de hacer teatro (y, por qué no, de mirar el mundo). Ya había corrido a los humanos del centro en Realismo, en la que entregó protagonismo a los objetos. En este nuevo material –el primero por fuera de la Compañía de Teatro de Chile, a la que dirigió por 15 años– explora conceptos como la inteligencia y la comunicación vegetal y el alma vegetativa.

  “No es una obra sobre plantas; es un ejercicio para ver qué cosas del mundo vegetal nos pueden ayudar a repensar el teatro y el lugar de la actuación”, aclara la guionista y también música, en diálogo con PáginaI12. Sobre estos temas brindará una charla mañana, a las 11, en el Centro Cultural Matta (Tagle 2786). Siempre tiene la intención de generar articulaciones escénicas sobre asuntos filosóficos. Estado vegetal surgió tras haber tomado contacto con las ideas del neurobiólogo vegetal Stefano Mancuso y el filósofo Michael Marder, quienes desde la óptica de la directora redefinieron el lugar desde donde abordar el universo vegetal. Una anécdota da inicio al monólogo de Salinas: un joven en moto choca contra un árbol y aparecen diversos personajes alrededor de este hecho, como un cuidador municipal, una vecina de clase alta, una niña con problemas mentales, dos abuelos, la madre del joven que tuvo el accidente, el mismo árbol.

–¿Cómo fue el proceso de trabajo?

–Siempre estoy recogiendo material del pensamiento contemporáneo, de la filosofía. Siempre he tenido esa pasión. Las obras surgen de leer ese tipo de textos. Tenía una idea muy antigua, sólo una imagen, que era una persona dando una conferencia a un público de plantas. La tenía desde hace muchos años. Mancuso y Marder son autores del giro no humano, gente que está pensando cómo volver a poner al ser humano en su lugar pequeño en el mundo y no en el centro y qué agencia tienen las fuerzas no humanas en los acontecimientos. Es lo que yo había empezado a trabajar en Realismo, en ese caso centrándome en los objetos, las fuerzas de la materialidad, lo inerte. Había resultado interesante aplicar estas ideas al teatro, que es una tradición, una disciplina tan antropocéntrica. Mancuso estuvo en Chile un par de veces. Nos conocimos, hablamos. Ha estado investigando mucho el tema de la inteligencia vegetal. Y Marder se llama a sí mismo “filósofo vegetal”, tiene unos libros preciosos que piensan la relación entre la animalidad y lo vegetal, qué puntos en común hay, qué herencia tenemos del mundo vegetal… porque los animales evolucionamos a partir de las plantas, por tanto hay un pasado vegetal en nosotros. Habiendo terminado la compañía, armé un grupo de cuatro mujeres. Con Salinas habíamos hecho Realismo. Es una actriz tremenda y quería darle toda la tribuna. Se inició el trabajo con estos textos de cabecera, con la idea de hacer una obra vegetal.

–¿Qué es una obra vegetal?

–Es distinto que hacer una obra sobre plantas, que les dé voz o las defienda: esas cosas me parecen todas un poco más ingenuas que hacer este ejercicio de tratar de ver qué cosas del  mundo vegetal nos pueden ayudar a repensar el teatro y el lugar de la actuación. Incluso, como dice Mancuso, repensar nuestras propias estructuras políticas y sociales. El plantea que las plantas pueden ser un modelo para la sociedad. En esta obra, ciertos principios del funcionamiento vegetal, como la ramificación, la polifonía o la multiplicidad de identidades, se aplican a elementos formales. Es como si estuviéramos imitando a las plantas. En la iluminación, aspecto en el que trabajé con Rocío Hernández, apareció el concepto de “fototropía”, según el cual las plantas se mueven en dirección a la luz. En el teatro siempre la luz sigue a las actrices y los actores, entonces la pregunta fue cómo sería hacer una iluminación que más bien operara con la actriz moviéndose hacia la luz. 

–¿Por qué le interesa salir de la lógica antropocéntrica?

–Es una necesidad de los tiempos. Para mi gusto, ninguna empresa que uno pueda emprender puede seguir funcionando sobre la base de la exclusividad humanista o poniendo al ser humano al centro. Ese paradigma ya está muriendo. No solo en términos ecológicos: es súper importante para mí aclarar que esta no es una obra ecológica ni ecologicista, porque no plantea cómo podemos los seres humanos salvar el planeta para básicamente salvarnos a noso- tros… sigue siendo antropocéntrica esa mirada. Es importante cuestionar políticamente el concepto de lo humano, que ha sido habilitado para excluir no solamente a lo no humano, sino también a los humanos considerados menos humanos. “Humanidad” es un concepto que ha ayudado a sostener el colonialismo, el patriarcado; todas esas palabrotas. Muchos de esos sistemas de opresión están fundados en un concepto de humanidad excluyente y problemático. Lo que está en juego es el asunto de la diferencia, la idea de poder empezar a tener empatía por cosas y seres que no se asemejan a nosotros. La ética no puede estar fundada en la semejanza. Estado vegetal lo plantea respecto de las plantas, pero es inevitable pensarlo en términos de culturas, razas, género, etcétera.

–En un mundo que tiende al veganismo, ¿cómo se relaciona la obra con esas ideas?

–Es una pregunta difícil. Surge mucho, eh: “¿qué están diciendo? Entonces, ¿qué hacemos ahora? No podemos comer animales, no podemos comer plantas…”. No es una obra vegana ni ecologista, más bien tiene el foco puesto en pensar qué hay en ese funcionamiento que nos pueda enseñar cosas. En tanto que imita al mundo vegetal, la obra trata de aprender de esa otredad nuevas maneras de funcionar. El teatro es una manera de probarlo, pero también se puede aplicar a la política, la tecnología, la manera en que nos relacionamos en los espacios de trabajo. Va por ahí la propuesta política de la obra. Lo único que puedo hacer con esa pregunta es sacarle el poto a la jeringa, como decimos en Chile (risas). No me puedo hacer cargo de esa pregunta.