Hernán Casciari parece ir a contramano del mundo. Como si fuera un salmón que regresa a su lugar de nacimiento a desovar, el escritor se empeña siempre en ir contra la corriente. Lejos está de tratarse de una pose. En tiempos en los que la tele (sobre)vive al pulso de gritos, discusiones y la lógica de la reacción, Casciari se pone a leer cuentos en pantalla sin otro apoyo que el de la potencia de la historia que relata. No hay efectos especiales ni parafernalia tecnológica en Cuentos de verano, el ciclo de narración oral que todas las medianoches pone pausa en la pantalla de Telefe, como segmento del magazine de cierre Staff de noticias. No es con lo único que le da la espalda a la masa: mientras en el mundo el formato digital se impone sin pausa, Casciari se empecina en editar en papel su revista Orsai para distribuirla a lo largo de 33 países. “La búsqueda permanente de lo novedoso volvió transgresor a lo clásico”, le explica el autor de Más respeto que soy tu madre a PáginaI12.

La elección de Casciari para narrar cuentos de su propio puño en la pantalla de Telefe no es antojadiza. Más bien parece ser coherente con la manera en que el escritor terminó de desarrollar una carrera que poco tiene que ver con la idea de hombre de letras que circula en el imaginario social. Al final y al cabo, Casciari supo antes que muchos colegas entender el rol de los narradores de historias en el nuevo ecosistema mediático: desde la publicación de un blog que atravesó todo tipo de fronteras (geográficas, pero también literarias y culturales) hasta la decisión de romper con las grandes editoriales para avanzar por un camino independiente, el escritor siempre tuvo claro que la libertad es un estado que debe buscarse por fuera del sistema. Y que a partir de la irrupción de Internet y el auge de los medios electrónicos, un mundo mucho más amplio que los libros se abría para los artesanos de las letras.

“Respecto de la tarea del narrador, me parece que en este siglo tenemos  que darnos cuenta que que tenemos que ser buenos anfitriones más que buenos escritores”, lanza Casciari, con más ánimo de expresar una manera de entender la comunicación que de provocar a quienes prefieren mantenerse en el orden editorial instituido. “La narración es la casa de cada escritor. Nadie se puede aburrir. Hay que tratar de que todos la pasen bien. Encontrar ese estilo es lo más complejo. Por eso digo que hay cosas mucho más importantes que encontrar el adjetivo exacto para una oración. Cuando te ponés muy técnico terminás escribiendo para tus pares, dándole la espalda al resto del mundo. Esa es una de las grandes fallas de la literatura actual. ¡Es al pedo escribir si le das la espalda a todo el mundo!”, subraya quien además se anima a contar historias en Perros de la calle, los martes en Radio Metro (FM 95.1).

Como hace años hicieron Juan Sasturain en Ver para leer o Alberto Laiseca en Cuentos de terror por I.Sat, Casciari vuelve a darle un espacio a la literatura en la TV. A diferencia de aquellos ciclos, Cuentos de verano apenas se vale de cuentos y la voz del mismo Casciari para contarlos. No hay ningún otro artificio más que el que permite la historia narrada. “No me parece mal que haya un escritor contando cuentos en televisión abierta. Y que sea yo, menos. Me pone orgulloso que a las 12 de la noche en el canal que más se ve en Argentina haya un tipo leyendo cuentos. Lo que no sé si habla muy bien de la literatura o muy mal de la TV”, ironiza.

–Una cosa interesante es que, tanto en tu caso como lo que pasó con Ver para leer y Cuentos de terror, fueron ciclos que no fueron pensados para enseñar a los televidentes qué leer, sino intentando transmitir el placer que puede generar una historia. 

–Tal cual. Ninguno de esos proyectos, y tampoco este, tuvieron pretensión de trascendencia ni de imprimirle solemnidad a la literatura. No busco ser pedagogo literario. Basta con que la gente se divierta. Si encima, al otro día el cuento sigue en su cabeza o descubre un pasatiempo nuevo, bienvenido. Ojalá se pueda transmitir esa sensación, ese placebo. El espectador busca la emoción, sea por la risa, por la emotividad, por la tragedia o por la melancolía. El espectador quiere conmoverse con una historia.

–Hubo un tiempo en el que la literatura y la TV directamente no se llevaban, y en la que no sólo había que ser escritor sino también parecerlo.

–Hay un mundo que terminó. La solemnidad literaria espanta más de lo que atrae. Muchas veces escucho a escritores leer sus propios textos y no puedo creer cómo son fantásticamente divertidos cuando tomamos un café y tan aburridos cuando se ponen a leer su obra. Si se trata de literatura, utilizan unas palabras rebuscadas y de una manera grandilocuente... ¡al pedo! ¡Completamente al pedo! Lo que hay que hacer es comunicar sencilla y rápidamente. Si transmitís emocionalidad, la gente perdona la falla técnica. Le perdí respeto a la perfección. La solemnidad siempre es un problema. Lo mismo pasa en el teatro con el actor. Hay un estilo actoral que es de “actor”, que engola la voz y la pone en tal lugar. La solemnidad de antaño se va descascarando con cierta espontaneidad que tiene la propia vida. En todo. En la forma de vender, en la forma de seducir, se van cayendo ciertas barreras autoimpuestas durante mucho tiempo. La solemnidad está en decadencia. Me chupa un huevo la técnica como medio para la perfección. Me interesa transmitir emociones. No me interesa escribir para que el hijo de Piglia sienta que escribo bien. Es una decisión.

–¿Y cómo analizás ese proceso de “desacralización” del artista?

–Me da la impresión que así como pasó con el músico hace un tiempo, la persona que narra se tiene que empezar a dar cuenta que no va a poder solventarse escribiendo libros únicamente. Vamos a tener que aprender a generar experiencias y no sólo productos u obras. Lo mismo le pasa al músico, que ya no puede vivir de la venta de discos: tiene que tocar y tocar. El narrador no va a poder vivir más sólo de los libros, en tanto siga acomodándose bajo la sombra de las grandes editoriales. Hay que convertirse en una suerte de “escritor-orquesta”, porque es mucho más divertido y porque además es mucho más rentable. 

–¿Cómo se pasa de la intimidad de la creación solitaria a transformarse en un “escritor-orquesta”, necesariamente relacionándose con otros?

–Me resultan más solitarias ciertas cosas de esta nueva era que de la vieja. Nunca me gustó solamente escribir, si no hubiera sido más complicado encarar proyectos más globales. Siempre me resultó divertido todo lo que tuviera que ver con cómo llega lo que yo hago a los otros. No reniego del marketing ni del packaging, porque eso es comunicación.

–Ser popular o prestigioso parece ser una cuestión zanjada.

–Hasta antes de Internet, tenía la cabeza muy equivocada sobre lo que debería ser un escritor. Pensaba que tenía que ser inteligente, que había que escribir libros largos... Me sentaba frente a la máquina de escribir y pensaba que debía escribir muchas páginas... me acuerdo y me avergüenzo. Por suerte me di cuenta que si seguía así me iba a transformar en un pésimo escritor y, básicamente, en un boludo. Dejé de prestarle atención a eso, aun cuando todos estamos haciendo una carrera en nuestro laburo. Somos lo que hacemos. Mi carrera estuvo todo el tiempo muy ligada, por mi propia curiosidad, a los diferentes formatos.

–¿El riesgo de esa búsqueda no es, también, transformarse en una cáscara sin contenido?

–No sé si mi interés es por llegar a la mayor cantidad de público posible. Me parece que es por mi obsesión estética. Empecé a hacer revistas en la primaria y secundaria, y me acuerdo que con máquina de escribir las hojas iban a dos columnas y yo tenía la obsesión de que la de la derecha no quedara serruchada sino justificada. Evidentemente soy un obsesivo estético. No separo lo dramático ni la sintaxis de la estructura de lo estético. Cuando llegó Internet me pareció más alucinante el hipertexto y el enlace que la velocidad con la que se llegaba a todo el mundo. Además de escribir sé programar, porque me gusta diseñar y participar de todo el proceso. 

–¿Disfrutás de todo el proceso o no tenés más remedio?

–Hay algo artístico también en lograr escribir buenos textos, diseñarlos, encontrar la manera más adecuada de distribuirlos, en lograr que los números cierren y en que todos cobren bien. Hay un arte en hacer bien las cosas en el mundo editorial. El arte no termina en el texto. El proceso, desde la elección de autores hasta el diseño, pasando por la paga a las colaboraciones y la distribución, es un soneto en sí mismo. Generar un circuito virtuoso de trabajo virtuoso para todos es terminar la obra.  

  –Hay algo artesanal en esa búsqueda que proponés, como un regreso a lo básico. Algo similar ocurre con la narración oral de cuentos, donde lo simple es revolucionario por contraste.

–La búsqueda permanente de lo novedoso vuelve transgresor a lo clásico. Como nadie sabe bien hacia dónde vamos, todos apuestan a la parafernalia de colores y efectos. En ese terreno, me encanta ir para atrás. Es una forma de demostrar que lo más importante sigue siendo mantener el hilo de una historia bien contada. Ya no basta sólo con eso, pero nada puede trascender si no hay una historia hermosa para contar. Volver a las fuentes es un acto revolucionario. 

–En efecto, en tiempos de traslación hacia lo digital, decidiste editar la revista Orsai en papel.

–Hay mercado aún para el papel. En este tipo de proyectos se puede demostrar que es posible hacerlo. La revista número 20 de Orsai acaba de entrar a imprenta con todo pago, desde la imprenta a las colaboraciones, antes de editar la revista. Se exporta a todo el mundo, llega a 33 países, los autores quieren ser parte, el público la disfruta... No hay un sólo problema, en épocas de crisis muy grandes. Creo que el problema del mundo editorial siempre es el mismo: la codicia. Hay alguien que se quiere llevar más dinero del que debería. No puede ser que no haya una radio que funcione, un medio gráfico que esté en equilibrio, pocos escritores o periodistas que pueden vivir dignamente. 

–¿Creés que la vieja tensión entre el arte y la rentabilidad está más vigente que nunca?

  –La codicia es el gran mal. Me parece que hay gente a la que en realidad no le interesa tanto la comunicación. Muchos dueños de editoriales o medios podrán tener empresas ligadas a la cultura como fábricas de chorizos. Basta ver quienes son los gerentes o los dueños de las editoriales o de los grandes medios. 

–Vos en un momento diste el portazo y te abriste a un camino independiente.

–Hay que dejar de conversar con esa gente. Ni siquiera intentar convencerlos ni tampoco enojarse con ellos. Hay gente a la que solo le gusta acumular billetes. ¡Buenísimo! Pero que no se meten en mi vida ni en las cosas que me gustan a mí. Somos una bocha los que pensamos así. Me da la sensación de que somos un montón los que podríamos estar comunicando sin todos esos. El problema es que los periodistas y escritores no tenemos una organización más clara. No lo entiendo.

–¿El ego?  

–No es sencillo terminar con la adicción del sueldo fijo. Me parece que es eso. Agarrarse el culito y cagarse de miedo. Es complejo salir de esa ecuación, romper con un sistema que nos tiene de rehenes. Escucho mucho silencio de los escritores en público y muchas quejas en privado. Me parece que esa imagen define al mercado editorial argentino. Es mucho más rentable salir de ahí. El error es decir que es más revolucionario ser independiente. No. Salir del circuito editorial mainstream significa mucha más plata para el escritor.