En 2015 la vida cambió completamente para Casciari: un infarto le modificó costumbres alimenticias pero también hábitos de escritura. “Dejé la sal, abandoné la nocturnidad y eliminé fumar tabaco espolvoreado con marihuana y automáticamente dejé de escribir”, confiesa. “Todos los domingos escribía un cuento en el diario El mundo, de España. Una vez que me recuperé del infarto, me senté a escribir y cuando terminé, lo leí y me di cuenta que lo que había escrito era como ver una persona embalsamada, sin brillo en los ojos. Era un párrafo, abajo de otro párrafo, abajo de otro párrafo. No sólo había perdido gracia y sentía que lo que escribía era una boludez, sino que ya no me daba placer escribir”, reconoce el autor. “Me di cuenta que todo mi proceso creativo estaba asociado a la manualidad y al ritual del humo, que me acompañaba desde los 13 años. Terminaba de armar un párrafo que me gustaba y armaba, la relectura era con el humito, la corrección era con porro, pero con indica no con sativa... Si se trataba de un texto de humor, el armado del tabaco era con un poco de sativa. Tenía todo compartimentado. Era como una suerte de facho conservador de las drogas”, recuerda. “No es que vivía drogado —aclara—, sino que fumaba tabaco armado y espolvoreada, pero vivía a una frecuencia muy dinámica para la creatividad. Tardé más de dos años en volver a sentir placer por la escritura y por el resultado”.