En los últimos años, distintas manifestaciones en Europa, América Latina y otros sitios se han opuesto a una “ideología de género”. Las elecciones en Francia, Colombia, Costa Rica y Brasil han girado alrededor del enfoque del candidate respecto de los roles de género. En los Estados Unidos, tanto les católiques como les evangéliques se han opuesto a un sinfín de posiciones políticas vinculadas con la “teoría del género” o la “ideología de género”: a los derechos de las personas trans en el ejército, al derecho al aborto, a los derechos de lesbianas, gays y trans, al matrimonio gay, al feminismo y otros movimientos a favor de la igualdad de género y la libertad sexual.

Podría decirse que este ataque contra la “ideología de género” tomó forma en 2004, cuando el Pontificio Consejo para la Familia escribió una carta a los Obispos de la Iglesia Católica señalando el potencial del “género” para destruir valores femeninos importantes para la Iglesia, fomentar conflictos entre los sexos y para refutar la distinción natural y jerárquica entre hombre y mujer, en la cual están basados los valores familiares y la vida social.

En 2016, el Papa Francisco exacerbó el discurso: “Estamos experimentando un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios”. El Papa incluyó dentro de esta desfiguración “la ideología de ‘género’” y exclamó: “Hoy en día, en los colegios les están enseñando a los niños, ¡a los niños!, que todos pueden elegir su género”. Finalmente, Francisco dejó en claro lo que estaba teológicamente en juego: “Dios creó al hombre y a la mujer; Dios creó el mundo de una cierta manera... y estamos haciendo exactamente lo contrario”. 

El punto del Papa es que la libertad de género –la libertad de ser o devenir en un género, la idea que la vivencia de género puede ser una expresión de libertad personal o social– falsea la realidad, ya que, en su opinión, no somos libres ni de elegir el sexo de nacimiento ni de afirmar orientaciones sexuales que se apartan de aquellas decretadas divinamente. De hecho, el derecho de las personas a determinar su género u orientación sexual es visto por les crítiques religioses anti-género como un intento de usurpar el poder creador de Dios y de desafiar los límites divinamente impuestos a la agencia humana. Para el Papa, la igualdad de género y la libertad sexual no sólo son excesivas, sino también destructivas, incluso “diabólicas”.

La igualdad de género es tomada como una “ideología diabólica” por estes crítiques precisamente porque ven la diversidad de género como una “construcción social” históricamente contingente que se impone a la distinción natural, divinamente obligatoria, entre los sexos. Y si bien es cierto que les teóriques de género generalmente rechazan la idea de que el género está determinado por el sexo asignado al nacer, el enfoque de la construcción social como destrucción deliberada de una realidad dada por Dios interpreta de modo incorrecto, provocador y consecuente, el campo de los estudios de género y la noción de construcción social. 

Sin embargo, si consideramos cuidadosamente la teoría del género, no resulta ni destructiva ni adoctrinadora. De hecho, simplemente busca una forma de libertad política para vivir en un mundo más equitativo y habitable.

En El segundo sexo (1949), la filósofa existencialista Simone de Beauvoir escribió: “No se nace mujer: se llega a serlo”. Esta afirmación creó un espacio para la idea de que el sexo no es lo mismo que el género. En la formulación más simple de esta noción, mientras que el sexo es visto como un hecho biológico, el género es la interpretación cultural del sexo. Uno puede nacer con sexo femenino en el sentido biológico, pero luego tiene que navegar por una serie de normas sociales para descubrir cómo vivir como mujer –u otro género– en la situación cultural de cada uno.

Fundamentalmente para Beauvoir, el “sexo” es desde el principio parte de la situación histórica de una. El “sexo” no es negado, sino que su significado es disputado: nada sobre el hecho de que se le asigne el sexo femenino al nacer determina qué tipo de vida llevará una mujer y cuál podría ser el significado de ser una mujer. De hecho, a muchas personas trans se les asigna un sexo al nacer, para luego expresar otro en el transcurso de sus vidas. Si nos basamos en la lógica del enfoque “existencialista” de la construcción social de Beauvoir, entonces una persona puede nacer mujer, pero convertirse en un hombre.

Una variación “institucional” más fuerte de la construcción social emergió en la década de 1990, y se centraba en el hecho de que el sexo mismo es asignado. Esto significa que las autoridades médicas, familiares y legales desempeñan un papel crucial en la decisión de qué sexo tendrá una persona al nacer. Aquí “sexo” ya no se toma como una realidad biológica, aunque está determinado en parte por un marco biológico. ¿Pero cuál es el marco relevante para tal determinación?

Tomemos el caso de las personas recién nacidas “intersex” que nacen con características sexuales ambiguas. Algunes profesionales de la salud miran las hormonas para definir su sexo, mientras que otres consideran que los cromosomas son el factor decisivo. La forma en que se hace esa determinación es significativa: las personas intersex se han vuelto cada vez más críticas sobre el hecho de que las autoridades médicas a menudo las han categorizado erróneamente y las han sometido a formas crueles de “corrección”.

En conjunto, las interpretaciones existencialistas e institucionales de la “construcción social” muestran que el género y el sexo están determinados por un conjunto complejo e interrelacionado de procesos: históricos, sociales y biológicos. Desde mi punto de vista, las formas institucionales de poder y conocimiento dentro de las que nacemos preceden, forman y orquestan cualquier elección existencial que lleguemos a hacer.

Nos asignan un sexo, nos tratan de varias maneras que comunican expectativas de vivir conforme a un género u otro, y nos formamos dentro de instituciones que reproducen nuestras vidas a través de normas de género. Por lo tanto, siempre somos “construides” de maneras que no elegimos. Y, sin embargo, todes buscamos armar una vida en un mundo social en el que las convenciones están cambiando y donde luchamos por encontrarnos dentro de las convenciones existentes y en evolución. Esto sugiere que el sexo y el género están “construidos” de una manera que no está totalmente determinada ni es totalmente elegida, sino que reside en la tensión recurrente entre el determinismo y la libertad.

¿Es entonces el género un campo de estudio destructivo, diabólico o adoctrinador? Les teóriques del género que reclaman la igualdad de género y la libertad sexual no están comprometides con una visión de la “construcción social” hiper-voluntarista modelada por el poder divino. Tampoco buscan imponer sus puntos de vista a los demás a través de la educación en género. En todo caso, la idea de género se expande hacia una forma de libertad política que permitiría a las personas vivir con su género “asignado” o “elegido” sin discriminación ni temor.

Negar estas libertades políticas, como suelen hacer el Papa y muches evangéliques, conlleva terribles consecuencias: a les que desean abortar se les impediría ejercer esa libertad; a las personas gays y lesbianas que quisieran casarse se les negaría la opción de concretar ese deseo; y les que deseen adoptar un género distinto del sexo que se les asignó al nacer tendrían prohibido hacerlo.

Más aún, las escuelas que buscasen enseñar diversidad de género se verían limitadas y se les negaría a les jóvenes el conocimiento sobre el espectro real de vivencias de género. Tal pedagogía en la diversidad de género es entendida por sus crítiques como un ejercicio dogmático que prescribe cómo les estudiantes deben pensar o vivir. De hecho, estes crítiques intencionalmente malinterpretan una clase de educación sexual que, por ejemplo, introduce la masturbación o la homosexualidad como dimensiones de la vida sexual, como un manual que literalmente instruye a les estudiantes a masturbarse o convertirse en homosexuales. Sin embargo, lo opuesto es verdadero. La enseñanza de la igualdad de género y la diversidad sexual pone en tela de juicio el dogma represivo que ha arrojado a la sombra tantas vivencias sexuales y de género, sin reconocimiento y privadas de cualquier sentido de porvenir.

En última instancia, la lucha por la igualdad de género y la libertad sexual busca aliviar el sufrimiento y reconocer la diversidad corporal y cultural de nuestras vidas. La enseñanza de género no es adoctrinamiento: no le dice a una persona cómo vivir, sino que abre la posibilidad de que les jóvenes encuentren su propio camino en un mundo que a menudo les enfrenta con normas sociales estrechas y crueles. Defender la diversidad de género no es, por lo tanto, destructivo: afirma la complejidad humana y crea un espacio para que las personas encuentren su propio camino dentro de esta complejidad.

El mundo de la diversidad de género y la complejidad sexual no se irá a ningún lado. Solo demandará un mayor reconocimiento para todes aquelles que buscan vivir su género o sexualidad sin estigma y sin amenaza de violencia. Aquelles que no cumplen con la norma merecen vivir en este mundo sin miedo a amar, a existir y a buscar crear un mundo más equitativo y libre de violencia.

* Este artículo fue originalmente publicado en la sección cultural de la revista NewStatesman el 21 de enero de 2019. Su traducción al español fue publicada en Revista Bordes. 

** Romina F. Rekers es doctora en Derecho y Cs. Sociales y becaria postdoctoral del Conicet. Julia Bloch es integrante de Akahatá, Equipo de Trabajo en Sexualidades y Géneros. 

 

Texto: Judith Butler *

Traducción: Romina F. Rekers y Julia Bloch **


Los mil pequeños sexos. 

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