La falta de profesionales de la salud es un problema en todo el mundo, por la escasez de especialistas y por la creciente demanda ante sociedades cada vez más envejecidas. Argentina no es la excepción. Según el informe “Areas de Vacancia” del Ministerio de Educación de la Nación, en todas las regiones del país enfermería y emergencias son campos con déficit. Desde hace un año y medio se observa la creciente incorporación de un colectivo inmigrante venezolano en el sector de la salud, según explicó Ana Mallimaci, especialista en sociología de las migraciones. “Es gente formada con posgrados que viene acá y la convocan de varias provincias. Al principio están en sectores más precarizados, como guardias o urgencias, hasta que logran la validación de sus títulos, proceso que puede llevar más de un año”, agregó Mallimaci.

Christian Sánchez Chacin, de 34 años, es uno de los 1300 enfermeros venezolanos radicados en Argentina. Además de la licenciatura en enfermería, en Venezuela hizo cuatro diplomaturas y dos posgrados, con especializaciones como terapia intensiva y medicina de emergencia. En julio de 2016 llegó a Argentina con el objetivo de conseguir un trabajo y enviarle dinero a su esposa y sus dos hijos, que permanecieron en Maracaibo. Durante ocho meses cursó el 30 por ciento de la carrera de enfermería en la Universidad Abierta Interamericana para poder ejercer. “Vendía arepas en subtes y plazas y trabajaba en un boliche como mesero para pagar la facultad”, recuerda.

Al conseguir la revalidación del título, trabajó como enfermero de terapia intensiva en el Sanatorio Trinidad de San Isidro y luego renunció para ser supervisor de áreas críticas en la Clínica Privada Independencia de Munro. “Lo que más me costó fue encontrar una universidad para revalidar mi título, porque conseguir trabajo fue rápido. Las públicas tienen trámites largos y engorrosos”, contó Sánchez. Hoy vive en Morón junto a su familia. A raíz de su experiencia, creó la Asociación de Enfermeros Venezolanos en Argentina para acompañar a otros de sus compatriotas que llegan al país. “Recibimos convocatorias para trabajar en otras provincias como Corrientes, Santa Fe y Chubut”, reveló.

La llegada de inmigración calificada al sector de la salud es un fenómeno reciente y visible, según Mallimaci. En cambio, lo que venía ocurriendo desde hace años es que inmigrantes de países limítrofes como Bolivia y Paraguay se formaban en Argentina como enfermeros. “Es una migración que viene a trabajar y no a estudiar. Y una vez que están acá, afectados a los sectores populares a los que pertenecen, encuentran en enfermería una carrera que les posibilita acceder al estudio y pasar de empleos precarios a un trabajo formal”, explicó la experta. Por eso es que los terciarios tienen altas tasas de extranjeros. En la Ciudad de Buenos Aires, de los estudiantes de enfermería en escuelas terciarias, el 23 por ciento de los matriculados eran bolivianos y el 15 por ciento peruano, según el último dato del Ministerio de Educación.

Julia Callapa tiene 53 años, es boliviana y trabaja como enfermera en un centro de salud del Hospital Argerich. Llegó a Argentina a fines de la década del ‘80 con su hija de 1 año y trabajó durante 8 años como empleada doméstica. A los 30 años, le pidió a su familia que le envíe desde Bolivia el título secundario y se inscribió en un terciario de la Cruz Roja para estudiar enfermería. “Me anoté porque sabía que iba a tener salida laboral, pero después me enamoré de la disciplina, porque tiene que ver con el cuidado del otro”, recordó Callapa.

Callapa también hizo una especialización en gestión de la salud y es profesora en la UTN. “Cuando empezás a estudiar, no parás”, recordó entre risas. Primero trabajó en el Sanatorio Anchorena y luego realizó una residencia en el Gobierno de la Ciudad, que le permitió ingresar en el Argerich. En uno de los hospitales en los que había querido entrar le dijeron que “no tomaban bolivianos”. Es que la discriminación, aunque no sea habitual, suele estar presente. “Para sacarle sangre a un paciente con VIH te tienen en cuenta, pero la negra boliviana es difícil que planifique y decida. Cuesta, pero los prejuicios van desapareciendo”, explicó