Mocha no sabía leer ni escribir. “Cuando llegábamos a la comisaría detenidas -recuerda Lohana Berkins en el documental Mocha, nuestra lucha, su vida, mi derecho-, ella me pedía a mí que le leyera los edictos”. Entonces Lohana ponía cara de circunstancia y le decía: “Uy, ¡te dieron treinta años!”. “¡No puede ser!”, gritaba Mocha desesperada. Lohana contaba también, cada vez que se acordaba de su amiga, cómo en los calabozos sus compañeras aprovechaban las horas perdidas para enseñarle el abecedario.

“Mocha Celis” es el nombre de la primera institución de educación popular y con perspectiva de género en el mundo, un oasis de reparación frente a un sistema que ha funcionado como máquina perfecta de expulsar niñas travestis. No todo el mundo sabe que el nombre del secundario cuyo logo es la cara de Sarmiento con maquillaje es un homenaje a la travesti tucumana, aterrizada en Flores, que murió acribillada por la policía en los 90. Y son todavía menos las jóvenes que conocen a través del boca en boca recibido por línea sucesoria de las pioneras Lohana Berkins y Diana Sacayán las anécdotas de la Mocha. Por la risa, la ternura y amargura de fondo que despiertan, esos recuerdos a su vez podrían ser relato común de la vida de travestis de muchas generaciones, escenas de privaciones de todo, del humor como escape de la crueldad y de la gimnasia de supervivencia a fuerza de tejer con lo que hay.

MISERIA DE PORCELANA

Además de un documental que surge de sus estudiantes y docentes para mostrar cómo funciona puertas adentro la escuela, la película es un ejercicio de ciudadanía, tantas veces negada para este sector de la población. Esos retratos de la vida escolar dialogan con momentos reales, teatralizados por lxs estudiantes, de la biografía de Mocha Celis. Cuando fue desalojada de la pensión, cuando no pudo acceder a un hospital, cuando le organizaba los cumpleaños a las compañeras. También se representa el velorio improvisado que montaron sus amigas en la esquina donde fue alcanzada por las tres balas que, se sospecha, provinieron del arma del uniformado que se la tenía jurada, el sargento Álvarez de la comisaría 50ª. Ante la noticia de la muerte, muchas fueron a comprar velas y se citaron frente a la comisaría con el paquetito con las pocas pertenencias de la Mocha, que les habían dado en el hospital Penna. No paraban de aparecer compañeras de parada, amigas, travestis, y empezaron a armar una silueta con velas en la puerta de la comisaría. Ahí dijeron unas palabras y algunos vecinos contaron historias barriales que la tenían como protagonista. “En el documental escenificamos el adiós, pero no el momento de la muerte, ni casi ninguna situación de violencia. Para las alumnas ya es bastante con la violencia que todavía padecen en su vida cotidiana. No queríamos remover más eso, ni reproducir los morbos asociados a la identidades travestis que ya reproducen de sobra los medios de comunicación”, cuenta Francisco Quiñones Cuartas, codirector junto a Rayan Hindi.

TU MOCHA ES MI MOCHA

Recuerdan las históricas y repiten las más jóvenes que, además de ser objeto de persecución y extorsión policial, y blanco móvil de la discriminación y de todo tipo de violencias de las que son objeto las identidades trans, la Mocha era muchas veces verdugueada por su propia comunidad porque no encajaba con lo que se suponía que era una travesti femenina. Una noche sus amigas querían ir a un restaurante. Mocha insistía en ir. “Pero a todas su compañía en un lugar fino les daba vergüenza porque les sacaba el teje, es decir, deschababa que eran travestis. Las otras pasaban, pero a ella se le notaba todo. Entonces le inventaron que el restaurante organizaba una fiesta temática y que había que ir vestida estilo Medio Oriente… ¡y la llevaron a cenar con una burka!”. Así rememora Francisco una anécdota que por razones de espacio quedó fuera de la película. Otra noche, estaban en una cena en lo de una amiga. La dueña de casa se fue a la cocina y Mocha empezó a discutir con otra. En medio de la pelea una empezó a golpearla y zamarrearla de los pelos. La cabeza de Mocha chocaba una y otra vez contra la mesa servida para la cena. Para pedir ayuda a la dueña de casa, Mocha la llamó al grito de “¡Vení, que te van a romper los platos de porcelana!”. Era más importante el plato que su cabeza: “La escena deja plasmada la violencia que ella recibía dentro y fuera del colectivo. Aun así era una persona muy alegre, hacía fiestas. Era una persona muy resiliente a pesar de todo”, cuenta Francisco.

“La película podría haber sido muchas otras, pero desde el primer momento decidimos que fueran las alumnas las que pudieran contarlo. Se debatió todo. Había estudiantes que querían una biografía de la Mocha, otras querían hablar más del presente y de la escuela. El proceso del guión se fue complejizando y terminamos con un cruce entre la Mocha como comunidad educativa y la Mocha real. Resultó que la vida de la Mocha de carne y hueso era casi un repaso por las propias vidas de las estudiantes”. No sólo de las alumnas trans sino también de otras personas que asisten al bachillerato, como los habitantes del barrio Fraga, conocido como la Villa Fraga, en Chacarita. Durante esos debates algunos estudiantes decían que la vida de Mocha podría haber sido también la de Luciano Arruga, asesinado en 2009 por la bonaerense. 

LA MUERTE, TAMBIÉN

El nombre del bachillerato, según cuenta Francisco Quiñones Cuartas, podría haber sido otro, muchos. “Mocha representa luchas colectivas y empalma con muchas otras compañeras que mueren en el anonimato sin poder acceder a los derechos más básicos como la educación”. La tragedia colectiva que supone el promedio de vida de la población trans, que continúa siendo de 35 años, deja de ser una muletilla, se vuelve carne: en el trascurso de los cinco años de rodaje, muchas de las alumnas que aparecen tanto representando personajes como hablando de sus experiencias en los exámenes no llegaron a ver la película terminada. Soraya Squeff Porta, que por su parecido físico interpretó a Mocha en muchas escenas, es una de ellas. Murió en su habitación de la Villa 31 y tardaron dos días en encontrarla. Los directivos del bachillerato hicieron los trámites para que pudiera ser trasladada a su Santa Fe natal y tuvieron que dialogar con la familia, porque a pesar de que Soraya había hecho el cambio registral, querían enterrarla con el nombre que le había sido asignado al nacer. Juanita Aban Vázquez, que aparece en el documental dando su testimonio de la inauguración de las aulas, es otra de las alumnas que murió durante el rodaje, a seis meses de graduarse. La película también está dedicada a otrxs alumnxs que murieron entre 2015 y 2018: Antonella Quinteros Scerra, Ayelén Gómez –víctima de travesticidio, después de denunciar a la policía- y Charly Ríos Orellana.

“Cada una fue eligiendo las escenas con las que más se sintiera identificada. Se iba negociando. Muchas querían participar en todas las escenas. Otras primero querían y después se daban cuenta de que los fragmentos de la vida de la Mocha les removían demasiadas cosas propias y daban un paso al costado”, cuenta Francisco.

Fueron años de rodaje. Empezaron a filmar en 2014. ¿No hubiera sido más fácil elegir una voz de mando en vez de la reescritura permanente en base a consensos?, se pregunta en voz alta el director. Y se responde: “Nunca fue la idea. Construir un relato colectivo es construir conocimiento, que en definitiva es la base de la educación popular”. Esa forma de filmar fue también parte de un impuso para que “las alumnas dejen de ser objeto de lo que otros dicen de ellas para pasar a ser sujetas del discurso”.

Mocha podrá verse todos los domingos de febrero a las 18 y el 3 de marzo en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3450. Continuará con funciones en la sala Gaumont.