"Como a menudo ocurre con nosotros, la revista Anfibia papel nació como algo muy diferente de lo que terminó siendo. Fue primero una revista que se había propuesto contar lo contemporáneo con relatos, como solemos hacer, y en donde el amor era un tema más". Esto cuenta en una entrevista por Whatsapp su editor, el reconocido escritor y periodista de origen chileno Cristian Alarcón. Al fin, "el amor vence por sobre todas las cosas" (como dice Virgilio en su Égloga X) y el título de este primer número en papel terminó siendo Poliamor.

"Anfibia es una revista digital de crónicas, ensayos y relatos de no ficción que trabaja con el rigor de la investigación periodística y las herramientas de la literatura. Fue creada en 2012 por la Universidad Nacional de San Martín, dentro de su programa Lectura Mundi. Anfibia propone una alianza entre la academia y el periodismo con la intención de generar pensamiento y nuevas lecturas de lo contemporáneo", se lee en <http://revistaanfibia.com>, la página web de la revista, que celebrará y presentará el primer número de su edición papel hoy a las 19:30 en Casa Brava (Pichincha 120, Rosario).

Anfibia papel tiene que ser leída en papel. Esta materialización no es poca cosa. Al abrirla y olerla se siente emanar de las fibras de celulosa de un consistente papel el exquisito olor a tinta fresca que desprenden los textos y las ilustraciones, todo de un muy refinado erotismo. "Objeto fetiche", lo define el autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia; objeto "para oler, tocar y leer", enumera Cristian y cabría agregar: para leer en la cama, para tener en la mesa de luz.

"Hay cosas que sólo se pueden decir en papel", es la consigna. ¿Por qué un número entero dedicado al amor? Como compilador de la recién nacida y portavoz del equipo editorial, explica Alarcón que "el tema de los vínculos nos parece clave para comprender lo contemporáneo, más allá de lo específico de la política, la economía, la sociedad".

Memoir, poesía, ensayo, historieta y guión cinematográfico son los diversos géneros que a través de estas corpóreas páginas articulan el tema que los une. Son 15 relatos enviados desde diversos lugares de Latinoamérica (no solo Argentina, no solo Buenos Aires), que editó Ana Laura Perez. El diseño y dirección de arte por Juan Lo Bianco habilita una galería de artistas. Ilustran, con diversidad estética y calidad plástica, dibujos de Ignacio Minaverry, Ana Cayuela, Mono Grinbaum, Christian Montenegro, Horacio Abdala Zarzur, Zé Otavio, Florencia Capella, Ignacio de Lucca, Bárbara Malagoli, Eugenia Mello y Alejandro Pasquale, fotos por Florencia Blanco y caligrafía de Bebel Abreu.

Desde el diseño se le construye a cada pareja de texto e imagen un espacio íntimo, señalizado (además del título y las firmas) por una palabra que indica a qué etapa del dharma amatorio refieren. Tal estructura editorial de relato empieza por el fin del amor. Sus estaciones invierten (remontándolo) el recorrido clásico: final, crisis, máscaras, exs, diferencia, piel, irreversible, miedo, sexo, fusión, rutina, enamoramiento, verte, todxs.

Lo inquietante radica en la sospecha de

que el dos no existe. O somos tres, con

un tercero regulador, o soy unx solx.

Un problema con la literatura del amor (expresado por el crítico Mijail Bajtín en la canónica dicotomía 'confesional versus literario') suele ser su actitud ingenua ante la banalidad de los textos que produce. Es decir: la ilusión autoral de estar contando algo extraordinario, sin detenerse a considerar la universalidad de la experiencia amorosa. Ingenuidad que se expresa en una canción de Oasis: "No creo que nadie se sienta como yo me siento ahora por vos". Ese no es el problema aquí, donde los autorxs son muy conscientes de la cornisa por donde se desplazan y el lector o lectora no se queda afuera del relato (esa incómoda exterioridad sería signo de un texto banal).

Al reseñar el libro de atrás para adelante acaso en busca de mensajes satánicos, no se los encuentra pero sí emerge algo de eso llamado "el editorial" en la serena reflexión final del compilador. Le precede un lucidísimo ensayo de Alan Pauls (autor de una memorable inmersión en la pesadilla masculina del amor femenino, la novela El pasado) que vale por meses de psicoanálisis. Luego (o mejor dicho, antes) siguen las actualizaciones al paradigma del amor: Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia) decide que el único tiempo verbal para contar el amor es el presente simple, Enzo Maqueira escribe como un converso a la relación abierta y María Sonia Cristoff (Trelew) explica que más allá de la tierna bolsa marsupial existe el mundo. Y Gabriela Wiener (Lima, Perú) hace honor con erotismo exquisito a la bisexualidad, al consumo femenino de (¿post?) pornografía y al "poliamor" del título.

Los autorxs son muy conscientes de la

cornisa por donde se desplazan y lxs

lectorxs no se quedan afuera del relato.

Entre la estación Maqueira y la estación Cristoff está la estación Ángel Gallardo, donde se baja el o la andrógina protagonista del breve y agridulce cuento gráfico de Nacha Vollenweider (Río Cuarto). Un humor satírico y nerd gobierna el aleccionador guión que escribe Erika Halvorsen (Río Gallegos) para una película de cuerpos que nunca se encuentran, mientras que en un tierno y tenso relato Alejandra Costamagna (Santiago de Chile) explora el tópico de la mascota como alegoría del hijo. Dos referentes de las luchas políticas LGTTB, Alejandro Modarelli y la poeta rosarina Gabby De Cicco, hablan del amor y del deseo en una memoir gay y en un poema lésbico. El romance "perfecto" se desliza muy calibradamente hacia lo siniestro cuando Sonia Budassi (Bahía Blanca) descubre que su novio (¿autista, obsesivo?) ha decidido "editarle la vida".

En sutil sintonía con la poesía moderna francesa, el amor en la vejez (¡como recuerdo!) es abordado por Álvaro Bisama (Valparaíso, Chile). Desde Matanzas (Cuba), Carlos Manuel Álvarez enmarca en un relato de crisis conyugal este manifiesto del cronista autobiográfico: "Cuando la línea de la ambición o del coraje sobrepasa a la línea del respeto o del pudor o de la devoción, ese hecho está a punto de ser contado".

Como un recital que arranca con lo más potente, uniendo el comienzo y el final, el amor con su reverso de muerte, hay un conmovedor relato de viaje, desencuentro y pérdida por Mariana Enríquez. "La canción de la torre más alta" pone el listón altísimo, mientras evoca mediante citas en cursiva (¿por qué el idioma del amor sigue siendo el francés?) al espectro del poeta Arthur Rimbaud, invocado también en las imágenes del joven toxicómano amado: "Rimbaud en Barbés, mi niño muerte… el cachorro que no puede ni quiere vivir pero escapó de la madre que debía devorarlo y ahora es un suicida que camina".

La escritura, en sus modos anticuados (emails, cartas por vía aérea, anotaciones en papel de cigarrillos, poesía modernista francesa) aparece en los relatos de Cristoff, Bisama y Enríquez unida al amor: un amor que para hacer algo con lo real del deseo necesita cristalizarse en la palabra. Publicadas, las palabras del amor pueden resultar mortíferas (Álvarez) pero inscriben un mito personal cuando narran, en una volátil conversación, un inicio inasible (Pauls).

Una pintura al óleo de 1850 por Dante Gabriele Rossetti representa el tema de la Anunciación de un modo ominoso: el ángel no parece un mensajero divino sino una alucinación de María. Lo inquietante de esa imagen radica en la sospecha de que el dos no existe. O somos tres, incluido un tercero regulador en función de garante, o soy unx solx. Anfibia papel parece desplegar sin miedo esa sospecha sanadora.