“Me interesaban ciertos elementos apocalípticos para representar esa ciudad anacrónica, mítica”, dice Mariano Goldgrob, director de Vapor, su ópera prima premiada en Bafici 2016 y actualmente en cartel. Luego de co-dirigir los rockumentales Mono (2007) y ¿Qué sois ahora? Un documental sobre Pequeña Orquesta Reincidentes (2011), Goldgrob se aventuró a su primera película, cuyo guión terminó de escribir en el taller de Selva Almada y Julián López (que tiene cameo en ella). “Admiré sus formas de entender el relato, la intuición para captar detalles, la precisión con que encaraban sus devoluciones”, dice. Y compara el proceso solitario de escritura con el taller: “Compartir un texto con las personas adecuadas se vuelve esencial y luminoso”.

Acaso lo que Goldgrob cuenta con Buenos Aires como decorado sea reflejo de esos protagonistas en estado emocional de duelo y procesión. Ella y El, ex amantes, se reencuentran en un velorio, y la sequía y el calor en una noche citadina profundizan la tensión. Y surge la duda de si el tiempo pasado fue mejor. Mientras, la narración se hilvana con el nuevo libro que escribe El. “La historia de la novela es la columna vertebral para que el resto adquiera nuevas líneas de sentido. Es una metáfora de las pérdidas y los recuerdos”, dice el director.

Esta especie de road movie de a pie recorre las periferias del centro porteño. “La sequía potencia el calor de los cuerpos y es sustancia de los recuerdos”, dice. Los amantes caminando, padeciendo el calor y la sed, resultan un mapa identificable de una Buenos Aires desierta. La música original de Diego Petrecolla y Martín Garrido acentúa el calor y la soledad, y araña el recuerdo de la banda de sonido de Paris, Texas, de Wim Wenders, enmarcada en el clima desértico. Aunque Goldgrob no la mencione entre sus influencias: Cassavetes, mumblecore y Blue Valentine, Two Lovers o A Swedish Love Story, films que el director les recomendó mirar a Julia Martínez Rubio y Julián Calviño, los protagonistas. “Es tanto el cine que me gusta que para esta película imagino una extraña parábola entre Paul Thomas Anderson y José Campusano.”

Aparecen también otras canciones, como El calor de Purmamarca, de Sombrero, y Subiendo la cuesta, de Dios, banda el director volvió a escuchar durante la escritura. “Habla de la aspereza de la noche, de calles fantasmales, de un universo al borde del precipicio, y sin embargo existe agazapada, viniendo desde la oscuridad, una posibilidad de amparo y goce. Esa canción y la metáfora de subir la cuesta fueron una inspiración vital para enmarcar la historia”, dice y hace alusión a una década y contexto político que, cíclicamente, volvieron a instalarse.