Mucho se está hablando de 2019, año del chancho chino; menos de 2019, año internacional de la tabla periódica de los elementos químicos, así decretado por Naciones Unidas, ni menos ni más. Las razones, a la altura del calendario: se cumplen exactos 150 años de la primera versión de la tabla, planteada por el inventor y químico ruso Dmitri Mendeléyev, que el 17 de febrero de 1869 publicó un cuadro de los 60 elementos conocidos hasta ese momento, ordenados por sus pesos y propiedades. Lo llamó “Un intento de un sistema de elementos, basado en su peso atómico y su afinidad química”, y el intento sí que funcionó: devino ícono de la ciencia, largamente considerado una de las grandes contribuciones científicas de todos los tiempos. “Sus filas y columnas proporcionan una forma ordenada de mostrar los ingredientes que conforman el universo”, cuenta la periodista estadounidense Julia Bowen, especialista en temas STEM, y destaca cómo el barbudo Mendeléyev detectó “un patrón elegante y poderoso: reconoció que ciertos elementos exhibían rasgos similares y que estos variaban regularmente, o periódicamente, con un peso atómico en aumento”. Cierto es que ya había habido tentativas otras por sistematizar, pero la tabla del ruso pudo más: en principio, porque se arriesgó a hacer (atinadas) conjeturas sobre los pesos atómicos, amén de que encajaran en la tabla; luego, porque a diferencia de otros colegas, predijo la existencia de nuevos elementos –que más tarde, al ser descubiertos, se ensamblarían a la perfección–, avanzando incluso sus propiedades físicas y químicas y las características de los compuestos que formarían. También, todo hay que decirlo, fue muy insistente en vida porque le reconocieran sus méritos, el crédito por su invención. Tan pagado de sí mismo el genial varón que, una vez terminada la tabla periódica, decidió guardar sus cartas con sumo cuidado, consciente de que sería un tipo famoso. “Era muy bullicioso, algo gracioso, rápido para perder los estribos, pero también muy carismático y atractivo. También fue muy activo políticamente. Salía mucho en los periódicos”, completa Bowen sobre el siberiano Mendeléyev, que tenía solo 35 cuando creó la tabla, y desde entonces su celebridad se extendió cual reguero de pólvora, volviéndolo internacionalmente conocido. Eso sí: no tuvo suerte con el premio Nobel de Química, que perdió por un voto en 1906 a favor del francés Ferdinand Frédéric Henry Moissan. Su tabla, empero, omnipresente desde hace siglo y medio; nada mal…