En Misiones, una niña de 12 años lleva un embarazo forzado de gemelos, de casi 20 semanas, producto de los abusos sexuales a los que la sometía un hombre de 28 años con el que aparentemente convivía, en la ciudad de Eldorado. En Tucumán, otra nena, de 11, también enfrenta una gestación impuesta, de 23 semanas, luego de ser violada por la pareja de su abuela, que tenía su guarda. Los casos son la punta de un iceberg de una realidad que el Estado no quiere ver y sobre la cual se hace poco y nada para prevenirla: cada año, en el país, se producen poco menos de tres mil nacimientos de madres menores de 15 años, una cifra que se viene manteniendo más o menos estable hace décadas y significa que 8 niñas de 14 años o menos dan a luz, cada día. Como ejercicio, para ponerle rostro a este drama, y salir del efecto anestesiante que a veces causan las noticias repetidas, propongo a las y los lectores buscar entre sus familias o amistades a una chica de esa edad e imaginarla embarazada y pariendo. Lo hice con mi hija, de 13 y mi sobrina, de 11. Así dejan de ser números, estadísticas, y la realidad toma otra dimensión: piénsenlas con sus cuerpitos todavía infantiles, y el vientre crecido, en una sala de parto, y después amamantando. La sensación de espanto no puede ser más profunda.  

Violencia y ocultamiento

El embarazo infantil forzado ha sido un problema “históricamente invisibilizado, bajo las cifras y diagnósticos sobre embarazo y maternidad adolescente, a pesar de que tanto las causas como las consecuencias de embarazos en niñas pequeñas son, en su mayoría, diferente al de las jóvenes”, viene advirtiendo el Comité Latinoamericano y del Caribe para la Defensa de los derechos de las Mujeres (Cladem), La organización lanzó la Campaña “Embarazo Infantil Forzado es Tortura” y en ese contexto viene monitoreando a los Estados de la región en el cumplimiento de su obligación de prevenir, sancionar y erradicar esta práctica. “Existe un patrón de violencia que está plasmado en el ocultamiento de la información y renuencia por parte de los Estados de colocar en la agenda pública y priorizar las acciones de prevención, sanción y erradicación. Hemos visto que la mayoría de los casos de embarazos infantiles aparecen como producto de violencia sexual, ejercida por integrantes de la familia –abuso sexual incestuoso–, conocidos, vecinos, o extraños. A diferencia, por lo tanto, de lo que ocurre en la franja de 15 a 19 años, donde se registra una incidencia importante de embarazos debido a una iniciación sexual temprana”, señala el informe “Jugar o parir” de Cladem, que elaboró la abogada rosarina Susana Chiarotti, quien fuera coordinadora regional de la entidad. 

Chiarotti cuenta a Página/12 que quedó “muy shockeada” cuando se enteró hace pocos días por gente que estaba cerca de Mainunby, la niña que a los 10 años fue embarazada en Paraguay y que fue obligada a parir en 2015 –encerrada por el Gobierno en un hospital de la Cruz Roja–, tuvo actitudes suicidas, que no acepta a la niña que tuvo, que fue producto de la violación de su padrastro, que es discriminada en la escuela, que lleva un estigma, que las compañeras no la tratan como a una igual. “Depresión, intentos de suicidio, descalificación, pérdida de la autoestima, son algunas de las secuelas que deja a nivel psicológico”, alerta Chiarotti, experta argentina en el comité de seguimiento del cumplimiento por parte de los países de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las mujeres, conocida como Belén do Pará. Estos embarazos precoces, forzados, traen consecuencias físicas, sociales, culturales, y económicas, agrega Chiarotti.

Las niñas de 14 años o menos sufren más complicaciones durante el embarazo y el parto, que a esa edad son de alto riesgo. “Como en muchos casos aún no está formado el piso pélvico, los partos son peligrosos”, puntualiza la experta. A esa edad, hay mayores riesgos de sufrir preclampsia, eclampsia, ruptura de membranas, parto prematuro y diabetes gestacional. Estas niñas tienen cuatro veces más probabilidades de morir a causa del embarazo que las mujeres de entre 20 y 30 años, y 5 veces más posibilidades de tener fístula obstétrica, enumera. 

“Ocupate de la criatura”

El Censo 2010 mostró que casi 2 de cada 100 adolescentes de 14 años en la Argentina ha sido madre. En 2015, dieron a luz 2265 chicas de esa edad; 432, de 13; 79, de 12; y 11, de 11 años, de acuerdo con cifras oficiales. Se trata de una endemia que ocurre, silenciosa, mientras el entorno familiar, pero fundamentalmente el Estado, a través del sistema de salud y el educativo, les da la espalda: no llega a garantizarles educación sexual integral y que continúen en la escuela –la mayoría abandonó antes del embarazo o al enterarse–, no indaga sobre el contexto en que se gestan estos embarazos no buscados, no favorece la entrega de anticonceptivos a las menores de 15 años, no les ofrece el aborto legal y en muchos casos, incluso, cuando lo piden, pone obstáculos arbitrarios, según advierte un profundo informe de Unicef sobre la problemática que lleva como título “Embarazo y Maternidad en adolescentes menores de 15 años. Hallazgos y desafíos para las políticas públicas” y que fue publicado en 2017. Es una extensa radiografía del problema.

Los estudios cualitativos muestran que un porcentaje significativo de estas niñas forzadas a ser madres se da cuenta de su embarazo cuando ya está avanzado: recién entre los 5 y los 7 meses, plantea el informe. “El miedo, la sorpresa y la angustia son los sentimientos que dicen atravesar al conocer su estado. Las reacciones del entorno familiar varían desde el apoyo, la sugerencia de realizar un aborto, el enojo o la negación de las situaciones de abuso sexual, incluso cuando la niña lo refiere”, señala la investigación de Unicef. A poco de conocer su situación, estas niñas suelen ser presionadas por su entorno para asumir la maternidad: “Tenés que ocuparte de la criatura”, les dicen. 

El informe de Unicef fue realizado en base a tres investigaciones, en las que participaron reconocidas investigadoras en la temática, del Conicet, Cenep, el Programa Nacional de Salud Integral en la Adolescencia, el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable y la Dirección de Estadísticas e Información de Salud, del ex Ministerio de Salud de la Nación. 

Estadísticas del horror

La Ciudad de Buenos Aires es la jurisdicción con la tasa de fecundidad de adolescentes menores de 15 años más baja, con 0,39. Chaco, con un máximo de 5,18, tiene la más alta. Prácticamente la mitad del total de estos nacimientos se concentra en tres provincias: Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, debido a su importancia poblacional sobre el conjunto nacional. “Sin embargo, la maternidad adolescente adquiere una mayor incidencia en provincias del NEA y NOA, donde las tasas de fecundidad de este grupo etario resultan significativamente más elevadas que las del conjunto nacional”, destaca Unicef. Los mayores valores se registran en Chaco, Formosa y Misiones. Si se compara regionalmente, se observa que Argentina tiene tasas similares a Chile y Uruguay y algo menores que las de Paraguay y Brasil (Unfpa, 2015). 

La violencia machista es marca clave en estos embarazos, de acuerdo con indagaciones cualitativas. Un porcentaje significativo es producto de una violación, señala el informe. Se presume que se dan en el marco de relaciones desiguales, atravesadas por algún tipo de abuso de poder, coerción sexual o la falta de conocimiento de que podrían estar consintiendo una relación, explica Unicef. 

En general, estas niñas expresan sentimientos de enojo, frustración y cansancio respecto al rol materno y al vínculo con sus hijes. “Muchas de ellas dicen que aconsejarían a sus pares que esperaran para tener un hijo/a, argumentando que ‘es mucha responsabilidad’, ‘van a sufrir’ o que ‘hay tiempo para ser mamá’. Esto las diferencia de las madres de 15 a 19 años que, en muchos casos, viven la maternidad como una experiencia positiva –fuente de reconocimiento social, autoestima, etc–”, revela uno de los estudios que se tuvieron en cuenta en el informe de Unicef, y que estuvo a cargo de las investigadoras Mónica Gogna (Conicet/Cenep) y Georgina Binstock (Conicet/I- IEGE). “La mayoría de las adolescentes madres vive con sus hijos/as y sus madres (en algunos pocos casos también con el padre) y hermanos, y se dedica al cuidado de sus hijos y a las tareas domésticas. Por su parte, la mayoría de los varones padres no convive ni aporta al sustento de esos niños/as. Son las madres o abuelas de las adolescentes quienes desempeñan un rol clave tanto en lo económico como en la crianza”, destaca el relevamiento. “Tenía miedo. Me encerraba. No quería salir, no quería comer. Tenía miedo que mi mamá me pegue”, le dijo a Binstock y Gogna, una niña madre de Misiones.