Desde Río de Janeiro

Este lunes Jair Bolsonaro entra en su octava semana como presidente de Brasil. Y sale del caos que marcó las siete primeras directamente para una crisis de proporciones desconocidas, pero que podrá tener consecuencias bastante serias para el gobierno y principalmente para el presidente. 

La crisis fue provocada por uno de sus hijos, el concejal de Río de Janeiro Carlos, que no participa del gobierno del padre pero, a ejemplo de sus hermanos, no hace más que exhibir su capacidad de provocar incendios día sí y el otro también. 

A lo largo de los últimos casi setenta años hubo, es verdad, otros gobiernos con inicios turbulentos o ridículos. 

En 1961, por ejemplo, Janio Quadros asumió la presidencia y entre sus primeras medidas prohibió las carreras de caballo, las peleas de gallo y el uso del bikini. Claro que las carreras no desaparecieron, a ejemplo de los bikinis, que no hicieron más que disminuir pero siguen existiendo. Las peleas de gallo todavía mueven millones de reales, pero ahora son clandestinas. Y Janio Quadros no es más que una figura pintoresca en la memoria.  

En 1990 la primera medida de Fernando Color de Mello fue confiscar los ahorros de todos (a excepción de sus amigos, advertidos con antecedencia). El Congreso lo destituyó a los dos años y medio, por corrupción comprobada. Hoy día es senador de la República y se mostró coherente: responde a varios juicios por corrupción.

No hay, en todo caso, ningún antecedente de un inicio de gobierno más caótico, tenso y bizarro que el de Bolsonaro, el primer presidente de ultra-derecha salido de las urnas directamente.

Un balance de sus siete primeras semanas lo muestra como un desastre ambulante en el Foro Económico Mundial de Davos y luego como un charlatán que se aprovechó de una seria y delicada internación hospitalaria para dejar evidente que, entre las tantas cosas que le faltan, una de las más visibles es la ausencia total de noción de ridículo.  

Entre el inútil viaje a Suiza y los 17 días en el hospital, Bolsonaro no tuvo tiempo para otra cosa que lucir la falta absoluta de las condiciones más elementales para ocupar el sillón presidencial. 

Mientras tanto, los que se encargaron del desfile de ridiculez fueron algunos de sus ministros, entre ellos un esperpento llamado Onyx Lorenzonni, que de diputado de trayectoria rastrera pasó Jefe de Gabinete y, con eso, a tener como principal función desdecir hoy lo que aseguró ayer.     

Pero el pasado miércoles todo ese espectáculo grotesco perdió espacio: a raíz de las acusaciones de su hijo Carlos en las redes sociales al ministro Gustavo Bebianno (foto), que ocupa la Secretaría General de la Presidencia, explotó una crisis seria, que preocupó al sector más delicado del poder, o sea, los generales que rodean al capitán presidente. Bebianno se negó a renunciar. Y más: buscó y logró obtener respaldo en el Congreso, donde tiene buen tránsito, y junto a los más altos generales que integran el gobierno.    

El viernes por la tarde, el siempre infalible Lorenzonni dijo que el caso estaba superado, y que él permanecería ministro. Por la noche, luego de un diálogo especialmente ríspido cara a cara, Bolsonaro anunció que mañana su ministro será sumariamente catapultado.

Sería un tropiezo bastante serio en cualquier inicio de gobierno, pero ocurre que Bebianno está lejos de ser un ministro como otros. Abogado bien sucedido, se acercó de Bolsonaros - entonces un diputado extravagante y sin expresión política - hace unos dos años. Y en seguida se transformó en su brazo derecho, lo que despertó la ira del trío de hijos beligerantes del ahora presidente. Lo llevó al partido que lo eligió, el PSL (Partido Social Liberal, que como suele ocurrir en Brasil no es ni una cosa ni otra), y durante la campaña electoral exigió asumir temporariamente la presidencia de la agrupación. 

Con eso, tuvo el control de todo, lo que incluye el nunca revelado origen de los recursos que bancaron una campaña con millones de acciones en las redes sociales. Se hizo dueño de secretos de variados calibres. Por ejemplo: ¿quién pagó a los responsables por despejar diariamente centenares de miles de mentiras en las redes sociales contra el candidato del PT, Fernando Haddad? ¿Quién contribuyó, y con cuánto, violando la legislación? 

Involucrado en eso y en algo más que nadie conoce, excepto el presidente y el mismo Bebianno, hubo insistencia en esa no-renuncia. 

El jueves, él dijo que “no se apuñala a un soldado por la espalda”. El viernes, dijo a un periodista que “si caigo, no caeré solo”. El sábado, que Bolsonaro ha sido desleal, y recordó que “el desleal, pobre, siempre vivirá esperando que el mundo se desplome sobre su cabeza”.  

Anunció que iba a pasar el fin de semana “pensando”, y agregó: si efectivamente Bolsonaro lo catapulta mañana, “Brasil temblará”. Aprovechó para decir que el presidente es un “ingrato” y que se muestra, luego de la cirugía, la neumonía y la temporada en el hospital, “alienado, perturbado, mal de la cabeza”.

El cese de Bebianno fue firmado el sábado por el presidente. A ver si sale mañana lunes en el Diario Oficial. Y si Brasil temblará o no.