El dólar en torno de los 41 pesos. El riesgo país arriba de 700 puntos básicos. Caída de acciones de más del 5 por ciento. Así arrancó marzo. La tranquilidad financiera de enero y de las primeras semanas de febrero empieza a quedar para los archivos. El disparador de las tensiones de los inversores no fue la incertidumbre política ni un cambio en el optimismo del mercado de capitales internacional. Los datos de inflación del primer bimestre fueron mucho más elevados de lo esperado y despertaron la inquietud sobre la capacidad de los funcionarios de cumplir con las promesas del programa macroeconómico definido con el FMI. 

El Banco Central quedó otra vez en el centro de las críticas. No incumplió la meta de base monetaria ni los mecanismos de intervención cambiarios acordados con el Fondo. Pero tuvo falta de cintura para manejar las tasas de interés en enero y ahora está pagando las consecuencias de ese optimismo mezclado con ingenuidad. Los plazos fijos pasaron de rendir 45 a casi 30 por ciento en las primeras semanas de este año y generaron una fuente potencial de problemas. Se trata de tensiones que empezaron a observarse en las últimas dos semanas con la vuelta de la volatilidad cambiaria y la aceleración de los precios.

El dato que maneja el mercado para la inflación de febrero es de casi 4 por ciento y del 10 por ciento para el acumulado de los primeros tres meses. Para un país en el que el PIB cae a ritmos del 7 por ciento y que hace medio año no emite base monetaria parece un despropósito. Pero no lo es.  En la inflación de estos últimos meses entran en juego elementos que no son monetarios. El intento de distintos sectores de la economía de recuperar parte del ingreso real perdido el año pasado es un elemento clave. En el Central niegan la inercia y la  política de ingresos para atacar el problema inflacionario.

La autoridad monetaria en los últimos tres años probó únicamente recetas monetarias para enfrentar la inflación. Primero dijo que había que aplicar metas de inflación (en las que el mercado decide la cantidad de dinero en circulación y el Central la tasa de interés). Decían que esa era la estrategia obvia y no podía fallar. La realidad mostró algo distinto. La autoridad monetaria reconoció en octubre del año pasado que la estrategia no era adecuada y dijo que lo correcto era avanzar en la dirección inversa: fijar la cantidad de dinero y permitir que el mercado defina la tasa de interés de la economía. Tampoco funcionó. Los resultados de ambos esquemas ortodoxos para controlar el problema de precios fueron ineficientes.

El principal error es pensar la inflación como un problema que puede resolverse únicamente con la política monetaria. Es un sinsentido asegurar que la emisión de pesos nunca genera presiones de precios. Los canales son varios (y van desde el consumo de bienes hasta el desequilibrio cambiario). Pero también es un sinsentido asegurar que la emisión es lo único que los afecta en forma persistente. El titular del BC, Guido Sandleris, se mostró inflexible a cambiar este discurso. Dijo lo mismo que decía su antecesor, Federico Sturzenegger. “No se usarán atajos para enfrentar la inflación: no se va a dejar apreciar el tipo de cambio ni subsidiar tarifas con emisión”. No mencionó el salario y las ganancias en el análisis. Los resultados de este error de diagnóstico son evidentes: 41 por ciento de suba de precios en 2016, 26 por ciento en 2017 y 49 en 2018. En 2019 se espera una suba de más del 30 por ciento. Se trata de una inflación acumulada de 244 por ciento en cuatro años.