Los resabios del diluvio desatado en Baradero durante la noche del domingo se extendían más allá de lo esperado. El comunicado oficial del festival Rock en Baradero –que se difundía a primera hora del lunes– dejaba sensaciones encontradas: Babasónicos finalmente estaba incluido en la grilla, pero para eso habían sido removidas todas las bandas del escenario alternativo. Los comandados por Adrián Dárgelos, que debían cerrar la jornada del domingo, habían hecho el camino ida y vuelta a la Ciudad de Buenos Aires y estaban otra vez en el Anfiteatro Municipal. La incógnita anidaba en saber cómo reaccionaría un público que no giraba en torno a su universo de canciones. Si bien todas las entradas de la jornada del domingo eran válidas para ingresar el lunes al festival, también era cierto que la grilla ya no estaba ordenada por un abanico de bandas para las que Babasónicos funcionó como una suerte de faro: Usted Señálemelo, Bandalos Chinos, Marilina Bertoldi, Lo’ Pibitos. Ahora se trataba de una fecha en la que no había tanto espacio para la búsqueda introspectiva, sino para la purga. “Vinimos para que salten, que bailen, que hagan pogo, que se saquen todo de adentro”, diría horas más tarde el Mono, cantante de Kapanga, que marcaría el pulso de la jornada junto a Los Pericos, El Kuelgue y La Delio Valdez, y a ese extraño fenómeno de masividad familiar que genera La Beriso. 

El día se fue abriendo a medida que el sol volvía a mostrarse, borrando los miedos de que la lluvia impusiera otra vez sus condiciones. La jornada se inauguraba con las diatribas rocanroleras de Revanchistas y las baladas metaleras de Coverheads, para desembocar en el potente y militante show de Eruca Sativa. “Por más músicas en los escenarios”, “¡Aborto legal, en el hospital!”, “Ninguna piba nace para ser esclava, ningún pibe nace para ser chorro”, clamaba la cantante y guitarrista Lula Bertoldi, al tiempo que invitaba a una serie de mujeres que amplificaron la banda en voces, teclados y guitarras. Detrás de los escenarios, en la calle sobre la que se habían dispuesto los food trucks, un colectivo exhibía remeras sobre uno de sus costados, con una particularidad: casi ninguna era parte del Rock en Baradero. Viejas Locas, Morrissey, Blondie y hasta el festival Lollapalooza estaban estampados. “Armamos un outlet con el merchandising oficial que sobra de otras bandas y otros festivales”, decía el vendedor, que ofrecía cada remera a $100, con un vaso de regalo en caso de llevar dos. “Hay que ajustarse a estos tiempos, nadie tiene plata para pagarse la entrada y también la remera nueva de la banda”.

En los escenarios, a esa altura, comenzaba el tramo que condensaría el nervio de la jornada: “canciones para toda la familia”, en palabras del Mono de Kapanga, que poco más tarde pondrían a saltar a todo el predio. El cancionero rioplatense de Coti Sorokin marcaba ese comienzo, con una lista repleta de los temas que lo hicieron girar por las radios y la televisión: “Antes que ver el sol”, “Otra vez” y “Nada fue un error”. Luego abrió paso a Estelares, que le agradecía desde el otro extremo haber dejado “caliente” el escenario. Con su tono cuidado y preciso, detrás de la figura de Manuel Moretti —ataviado con un prolijo saco y una remera de Brigitte Bardot—, la banda sacó a relucir una batería de éxitos: “Rimbaud”, “Alas rotas”, Un día perfecto” y “El corazón sobre todo”. Llegaba entonces el momento de la fiesta pura y dura.

La Delio Valdez puso a bailar a pibes y pibas que desconocían cualquier frontera que pudiese separarlos. Debajo del escenario, se apelmazaban remeras del Indio Solari, de Babasónicos, de La Renga, que se camuflaban entre camisas floreadas y chombas ajustadas. La multitudinaria banda, con una pared de siete vientos en el frente, no dejaba de bailar en ningún momento, y sumaba los exquisitos movimientos y la voz de Ivonne Guzmán –ex Bandana–, acompañada por una suerte de chamán amazónico que arrojaba flores desde el escenario. Entonces ocurrió lo inesperado: después de esa experiencia de fogosidad latina, aparecía en el escenario principal la sutil intimidad de Babasónicos. Vestido con un saco blanco y un pantalón de motocross, Adrián Dárgelos impuso su carisma desde el comienzo. Sus brazos se agitaban en el aire intentando canalizar la energía que flotaba. La respuesta del público fue inmediata: nadie pudo desconectarse del show. 

Durante más de una hora, el cruce de instrumentos, de voces y de frecuencias que maneja la banda expuso esa exuberante capacidad de transformar cada canción en un microcosmos con reglas propias. En ese punto se abría el encuentro con un público que no la esperaba del todo. En clave electrónica –y ya con la noche cayendo sobre el predio–, Babasónicos también transformaba su presentación en un acto chamánico. Y dejaba para el final la andanada de éxitos: “Putita”, “Yegua” y “El colmo” marcaban el cierre del punto más alto de la jornada. Entonces, casi como si eso hubiese sido una suerte de delicado paréntesis, la fiesta volvió a expresarse con furia. Luego de la presentación de El Kuelgue, con su potente alquimia de big band al servicio del histrionismo de Julián Kartún, apareció la pirotecnia de Kapanga.

“Muchas gracias mi gente, los quiero gratis”, arengó el Mono –que justo detrás tenía un pañuelo verde y una bandera argentina que decía “No a la trata”–, y la banda arrancó con una lista de hits inapelables: “Desearía”, “No me sueltes” y “En el camino”. En uno de los momentos de pogo embravecido, el cantante frenó el show para pedir que no lastimaran a un pibe que estaban sacando del predio. “No importa si hizo algo mal, sáquenlo bien. Algunos vienen a empañar la fiesta, pero nosotros acá seguimos ATR, ¿no? ¡A Todo Rocanrol!”, gritó, y se dispararon esos quince segundos de punk acérrimo al grito de “Kapanga”. Luego armó, ya como ilustre maestro de ceremonias, un pogo femenino y otro masculino, antes de anunciar que la banda tiene programado un show donde los chicos de entre 7 y 14 años entrarán gratis. “Está muy difícil comprar una entrada para toda la familia y nosotros ya tenemos muchos padres loquitos que nos siguen. Así disfruta toda la familia, como está pasando ahora”, decía en una de sus charlas con el público, para luego cerrar más arriba con “El universal”, “Rock” y “El mono relojero”.

Los Pericos retomaron el pulso y combinaron esos reggaes exitosos que cultivaron durante toda su historia, entre los que estuvieron “Waitin”, “Sin cadenas” y “Nada que perder”. La banda, que por momentos parece extrañar todavía la voz del Bahiano, encontró sus momentos más eficaces en las canciones de mayor pulso rockero. Luego de una versión aún más fiestera de “Home sweet home” con el Mono de Kapanga como invitado –que se vio afectada por el mal funcionamiento de un micrófono–, el cierre con “Casi nunca lo ves” dejaba entrever ese efecto: un pogo frenético y la banda que se ponía más atractiva cuanto más se aceleraba.

El cierre de las tres jornadas del festival llegó con el show de La Beriso. Una extensa lista de más de veinte temas contrastaba con las pocas palabras de su cantante, Rolo Sartorio, que después de varias declaraciones polémicas se limitó esta vez a agradecer y mencionar lo “hermoso” que había sido todo. Las gradas del predio se habían vaciado y el público de la banda exhibía su indiscriminada franja etaria, que festejaba frases como “Me gusta tanto la noche, me da placer”, de “Dónde terminaré”, y encontraba su éxtasis final con “Traicionero” y “No me olvides”. Ese final, a su manera, dejaba también las claves de lo que se había extendido durante las tres jornadas: la posibilidad de alternar géneros y explorar fronteras en una armonía impensada hasta no hace mucho tiempo.